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La pasada semana fue noticia el establecimiento de un nuevo tope de precios para productos agrícolas en La Habana. La medida, se dijo entonces, busca “regular la comercialización” de estos alimentos y “garantizar mayor equidad” en el acceso a los mismos.
Se trata de un mecanismo repetido por las autoridades que pretende reforzar el control estatal en un contexto de crisis económica marcado por la inflación y el desabastecimiento. Sin embargo, en la práctica ha demostrado no ser efectivo y esta vez no tendría por qué ser la excepción.
Como apuntaba el Dr. Juan Triana Cordoví en un reciente análisis en OnCuba, la experiencia previa en la isla demuestra que “el tope de precios máximos no ha tenido los resultados esperados aun cuando ha sido uno de los instrumentos regulatorios preferidos”.
“Uno de los efectos de esa medida, será la retracción de la oferta en los ‘mercados formales’ y el desvío de la misma hacia los canales del mercado negro, con lo que se genera un incremento de los precios, porque el riesgo se paga”, señalaba el reconocido economista y profesor. Sin embargo, esta no es la única posible consecuencia del nuevo tope de precios en la capital.
Un recorrido por mercados y calles habaneras varios días después de anunciarse la medida revela otro efecto, ya sea por indisciplina, impunidad o desconocimiento: lo normado muchas veces no se aplica en la práctica. Los precios en tarimas y carretillas siguen siendo mayormente los mismos.
En un escenario de inflación y carencias agudizadas, de apagones que no dan tregua, de basureros desbordados y virus que se expanden por el país, entro otro sartal de problemas, las nuevas tablas de precios son para muchos —vendedores y compradores— una ficción irrealizable: letra muerta.
Es posible que en los próximos días, a raíz del llamado gubernamental a “sacudir la pasividad” ante los problemas existentes en La Habana —que no son, ni por asomo, solo de La Habana— se afine el control y se multipliquen las inspecciones para intentar hacer cumplir el tope de precios.
Entonces, como ya ha sucedido tantas otras veces, puede que los productos agrícolas “topados” desaparezcan de las tarimas y se desvíen hacia el mercado negro. O que los vendedores tengan a mano una tablilla para los inspectores y otra —la verdadera— para los clientes, para los compradores cautivos por la crisis y las necesidades cotidianas.
Mientras, todavía con ofertas más o menos variables, los precios a la vista en muchas tarimas y carretillas seguían apenas sin moverse —o moviéndose hacia arriba—, con los compradores conteniendo el aliento y sacando cuentas para estirar lo más posible sus desfallecidas billeteras.
Así lo comprobó recién nuestro corresponsal Otmaro Rodríguez, quien nos deja testimonio gráfico de lo visto por él en mercados y puestos ambulantes durante un recorrido por La Habana.