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En el exordio de una novela, por cierto, inédita, leí: “Cualquier semejanza con la realidad es culpa de la realidad”. Por mis propias experiencias culturales y políticas, sobrecargadas de material ideológico, presente también en los ecosistemas sociales, especialmente en la docencia, la literatura y la prensa, aprendí a atenerme a los hechos, por cierto, no pocas veces, mal contados.
La ideología, según las circunstancias, puede ser un pensamiento que proponga metas de vanguardia o una colección de dogmas que sostienen su vigencia a pesar de que las circunstancias hayan cambiado y los desmienten. Otras veces, como señaló Karl Marx: “Proporciona un conocimiento falso de la realidad”.
Ahora, por ejemplo, no caen bombas sobre Gaza, no hay rehenes israelíes en manos de Hamás, miles de prisioneros palestinos han dejado las mazmorras israelíes y Abdul-Malik al-Houthi, un jefe tribal, líder del movimiento Ansar Allah en Yemen (los hutíes), ha ordenado detener los ataques a buques mercantes que navegan por el Mar Rojo y el Golfo de Adén.
La paz entre Israel y Hamás, un proceso técnicamente bien armado, que puede consolidarse y, de hacerlo, resolver problemas fundamentales como cese de la agresión, retirada de Israel a líneas donde no agrede, entrada de las ayudas, reconstrucción y otras, se firmó por garantes con su ejecución: Estados Unidos, Turquía, Egipto y Qatar. Estaban presentes, además, otros 20 jefes de Estado.
Dos mensajes
Se trata de hechos ante los cuales cada espectador puede sacar sus propias conclusiones. He visto en la televisión una pancarta sobre las ruinas de Gaza en la cual, escrito en árabe e inglés, se leía: “Gracias” y en otro, un poco más adelante, se escribió: “Maldito seas, Israel”. Poco después, en el mismo acto, Trump fue elogiado y confrontado en el parlamento de Israel.
No por dar gracias el primer texto absolvía a Donald Trump de sus pecados, ni el segundo se refería a todos los pobladores de Israel. Quienes los escribieron posiblemente sean críticos del maridaje de Estados Unidos con Israel y su complicidad en la agresión a Gaza, y el otro reconoce el derecho de los israelíes a existir y vivir en paz.
“Qué hacer, se preguntó el poeta Silvio Rodríguez, ante alguien que roba comida y después da la vida…”, transitando de lo mezquino a lo sublime.
Se trata de asumir la diversidad de las circunstancias e influencias, incluyendo los intereses de todo tipo que rodean a las personas, incluso a los activistas y los líderes, las cuales determinan los comportamientos y la calidad de las actuaciones.
Haber detenido la masacre en Gaza vale cualquier medalla que quieran obsequiar a quienes han contribuido con ello, mientras el abuso que cometen contra los migrantes y el racismo que derraman las políticas contra ellos legitiman cuantas críticas se les hagan.
A tiempo de cosechar
Si en Alaska Trump y Putin, presidentes de Estados Unidos y Rusia respectivamente, hubieran acordado un alto al fuego y una hoja de ruta viable para la paz en Ucrania, ambos merecerían honores, que por cierto están a tiempo de cosechar. En pocos días volverán a hablar.
Se trata, entre otras cosas, de actuar con sentido del momento histórico y de entender que la realidad posee una dialéctica que caracteriza cada capítulo de la historia social, formada por anales irrepetibles, ninguno es una reproducción del anterior.
Gaza será reconstruida y, como quería Miguel Hernández para la sufrida España de la Guerra Civil: “Regresará del llanto a donde fue llevada…”
Tengo la certeza de que podrá demorar, pero alguna vez rusos y ucranianos, dos naciones eslavas unidas por un cordón umbilical, volverán a saludarse.
Eso ocurrirá más adelante; por ahora lo importante es la paz, para lo cual quienes los empujan a matarse unos a otros cesen de hacerlo. El resto lo hará el tiempo que, con su andar callado, es inmune a las mezquindades. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.