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“La virtud de las canciones es que acompañan”, le escuché decir a Silvio Rodríguez a la salida de la prueba de sonido, en Lima, cuando un grupo de seguidores lo detuvo para agradecerle “por sus canciones, por ser la banda sonora de su vida”, le dijo un chico, visiblemente emocionado. Quizás ese sea el elogio más repetido en esta gira, que ya ha pasado por Chile, Argentina, Uruguay y Perú, y que pronto continuará en Colombia.


Sin embargo, por más que lo escuche una y otra vez, el trovador no parece acostumbrarse. Cada vez que alguien se lo dice, su rostro es una mezcla de pudor, ternura y gratitud genuina, como si esa frase —tan sencilla y tan cierta— le recordara, una y otra vez, el verdadero sentido de su oficio.
Esa noche en Lima —la número once de la gira latinoamericana— fueron precisamente sus canciones las que acompañaron a más de diez mil personas reunidas en el Multiespacio Costa 21, a metros del océano Pacífico, bajo una luna creciente que se asomaba frente a los acantilados del barrio limeño de San Miguel. Un escenario abierto, flanqueado por el rumor del mar y la brisa salada.

El regreso de Silvio a Perú, tras doce años de ausencia, no estuvo exento de sobresaltos. Apenas unas horas antes de aterrizar en Lima, el gobierno presidido por José Jerí decretó el estado de emergencia en la capital y el Callao, como respuesta al incremento de la violencia y la criminalidad. La medida, que facultaba a las autoridades a restringir derechos constitucionales y suspender eventos masivos, puso en duda la realización de varios espectáculos internacionales programados en estos días en la ciudad: entre ellos, los de Linkin Park, Shakira, Guns N’ Roses, Cristian Castro… y Silvio Rodríguez.
La incertidumbre, sin embargo, duró poco. La productora local Kandavu difundió un comunicado confirmando que el concierto del 25 de octubre se realizaría con total normalidad:
“No existe toque de queda, y el evento cumple con todos los requerimientos legales y operativos vigentes. Nos vemos este sábado para disfrutar juntos de una noche única, donde la música y la poesía serán las verdaderas protagonistas.”
Y lo fueron.

Unos minutos después de las 8 de la noche, con el cielo despejado, Silvio subió al escenario. El aplauso fue largo, vibrante. En la tierra del poeta César Vallejo —quien, junto a José Martí, más influyó en su juventud—, el trovador se reencontró con un público cálido y devoto. No hubo un solo incidente, ni siquiera en los alrededores del recinto, donde decenas de personas se agolparon en los acantilados cercanos para escuchar, aunque fuera a la distancia, la voz del cubano.
Una perlita para los amantes de la farándula: entre el público, atento y cantando todas las canciones, estaba Cristian Castro, el popular cantante mexicano que había actuado en el mismo escenario la noche anterior. Cuando el autor de “Azul” y “Lloviendo estrellas” supo que Silvio tocaría al día siguiente, no lo dudó: consiguió entradas y decidió quedarse en Lima para verlo en vivo.
El programa no difirió demasiado del que Silvio ha venido presentando en esta gira, aunque incluyó sutiles variaciones en el orden. Tras una introducción con fragmentos de Maestros ambulantes, de Martí, abrió con “Ala de colibrí” y sorprendió enseguida con “Historia de las sillas”, marcando el tono introspectivo de la noche.


Desde entonces, la música fluyó como un río de memorias: las canciones del nuevo disco Quería saber se entrelazaron con clásicos de distintas etapas. Sonaron “Sueño con serpientes”, “Virgen de Occidente”, “Viene la cosa”, “La bondad y su reverso”, “Pequeña serenata diurna”, “Nuestro después”, “Casiopea” y “Tonada del albedrío”.
Uno de los momentos más emotivos llegó con la trilogía de homenajes a sus hermanos de generación: “Créeme” (de Vicente Feliú), “Te perdono” (de Noel Nicola) y “Yolanda” (de Pablo Milanés). Fue un instante de gratitud y comunión; las tres canciones sonaron como una declaración de fidelidad a la memoria de quienes forjaron, junto a él, la Nueva Trova Cubana.


La noche avanzó con “Más porvenir”, dedicada a Pepe Mujica y Lucía Topolansky, y continuó con “Eva”, “Canción del elegido”, “Quién fuera” y “Te amaré”. En otro de los pasajes más intensos, recitó el poema “Halt!” de su amigo Luis Rogelio Nogueras, para enlazar luego con “La era está pariendo un corazón”, en un puente que unió la poesía y la resistencia.

El cierre fue con “Ángel para un final”, pero los aplausos, insistentes, lo obligaron a regresar una y otra vez. Los bises fueron un recorrido por su coherencia poética: “Ojalá”, “El necio”, “Unicornio” y “Venga la esperanza”, interpretadas como un deseo compartido entre artista y público. Cada regreso al escenario era un pacto renovado, una forma de prolongar el hechizo.

La última salida no fue para cantar otra canción, sino para agradecer. Silvio avanzó hasta el proscenio acompañado por su banda —Rachid López, Maikel Elizarde, Niurka González, Oliver Valdés, Jorge Reyes, Jorge Aragón, Emilio Vega y Malva Rodríguez—, y juntos aplaudieron al público. Era un cierre en espejo: el artista devolviendo la ovación que había recibido durante más de dos horas y media.
Ya en los camerinos, lo esperaba Cristian Castro. Visiblemente conmovido, le agradeció por sus canciones y por la emoción que le provocó escucharlo en vivo, a un artista que admiraba desde la adolescencia. “No solo tú —le dijo—, también tu banda me ha dejado impresionado”. Recordaron juntos aquella vez que coincidieron en La Habana, en uno de los conciertos de barrio del trovador. Silvio le obsequió un libro dedicado. Cuando Cristian leyó la dedicatoria, se quebró en silencio. Lloró, como el fan que al fin ha alcanzado a su ídolo, aquel que lo ha acompañado toda la vida con sus canciones.


El lazo de Silvio con el Perú no es nuevo. La primera vez que visitó el país fue en abril de 1986, durante la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (SICLA), un encuentro que convirtió a Lima en epicentro del pensamiento y la música del continente. Aquella cita reunió a figuras esenciales como Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Isabel y Tita Parra, Sara González, León Gieco, Fito Páez y Alberto Cortez, entre muchos otros.


Al final del concierto, mientras el público se dispersaba lentamente entre la brisa marina, una joven de unos veintitantos años me interceptó para entregarme un libro y una carta dirigida a Silvio. Me repitió el agradecimiento que tantas veces he escuchado:
“Dile que gracias por sus canciones, por acompañarme en los momentos más duros y también en los más felices.” Me tomé el atrevimiento de responderle: “Dice Silvio que la virtud de las canciones es que acompañan.”


Esa noche, a orillas del Pacífico, las canciones no solo acompañaron a los miles de peruanos presentes, sino también a quienes llegaron desde otros rincones —España, Puerto Rico, México, Ecuador, Brasil, Argentina y Chile— para cantar con él. Y, más allá de ese público diverso, también acompañaron a todos los que, en distintas latitudes, siguen encontrando en su obra un refugio. Porque en tiempos de incertidumbre, cuando las noticias agitan la realidad, la música y la poesía —esa que nace de la palabra y la memoria— pueden ser también una forma de resistir.










