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Durante más de 10 días, una tormenta imprecisa y lenta se estacionó, amenazante, al sur de Jamaica, al sur del oriente cubano, y, tras tomar fuerza, enrumbó al oeste-noroeste. Es un hecho que, en la tarde-noche del martes, la tendremos azotando, muy probablemente con fuerza 5, una amplia zona desde Las Tunas hasta Santiago de Cuba y el occidente de Guantánamo, buscando volver al mar por Holguín, cerca de Banes. Con esta trayectoria, tendrá fuertes impactos sobre toda la región oriental.
Como es habitual en el país, la Defensa Civil se ha activado tempranamente y se implementan acciones de mitigación de daños, centradas, en primer orden, en la salvaguarda de las vidas humanas y en la protección de bienes: poda de árboles, escombreo, eliminación de vertederos de basura, vigilancia del nivel de las represas, recogida de cosechas, distribución de alimentos, activación de albergues para evacuados, protección de paneles solares e instalaciones eléctricas.
La campaña comunicativa es amplia y constante. Se habilitan plataformas informativas cuyo acceso no implicará consumo de datos móviles y otras vías de información que no requieren conexión ni electricidad, como informaciones en barrios a través de altoparlantes o noticias cara a cara.
¿Qué podemos esperar?
Seguramente, tan temprana preparación rendirá sus frutos, y una población informada y habituada a vivir tales eventos asumirá, mayoritariamente, un comportamiento responsable y solidario para protegerse y ayudar a proteger, con lo cual las pérdidas de vidas humanas, si las hubiera, estarán en un mínimo cercano a lo dolorosamente inevitable.
Pero, más allá de esta esperanza de sobrevida, un vaticinio realista sobre los efectos en la ya deshecha vida cotidiana de la gente no es muy alentador.
Cierto es que la policrisis que vivimos y su desmanejo hacen que cualquier parte del territorio nacional que fuera afectada por un evento como Melissa sufriría una catástrofe; pero el área de impacto prevista concentra algunas de las mayores vulnerabilidades del país.
Hacer frente a estos eventos de forma que se minimicen los efectos y se permita una recuperación rápida —una vuelta a la normalidad de la vida cotidiana en un tiempo prudencial— depende, en gran medida, del potencial de amparo de las instituciones y de los recursos para recuperar, en plazos razonables, los servicios comunitarios; y también de la capacidad de resiliencia de la población para autoprotegerse y preservar sus bienes, ello muy vinculado a la calidad de la vivienda y al nivel de ingresos familiares.
Melissa impactará en provincias donde la mayor parte de los municipios tienen un bajo Índice de Desarrollo Humano Territorial (IDHT), como resultado del comparativamente menor nivel alcanzado por indicadores como inversiones, ingresos, disponibilidad de servicios, consumo, acceso a agua potable, cobertura y calidad de los sistemas de acueducto y alcantarillado, estado de la vivienda y su equipamiento, entre otros.
El índice de urbanización (IU) de las cinco provincias orientales oscila entre 69 % (Santiago de Cuba) y 60 % (Granma), todos menores que el promedio nacional (75 %) y entre los más bajos del país, junto a Pinar del Río y Artemisa. Esto indica que un vasto territorio rural, con población dispersa o en asentamientos pequeños y relativamente aislados, en zonas montañosas, se verá afectado por el huracán: condiciones que dificultan y enlentecen la recuperación.
Una correlación entre el grado de urbanización y el Índice de Desarrollo Humano Territorial mostró una clara dependencia inversa entre ambas medidas. Las zonas rurales del país muestran una persistente desventaja con relación a los espacios urbanos. Los lugares con menor grado de urbanización —como Granma, Las Tunas, Holguín, Santiago de Cuba, Pinar del Río y Guantánamo— también aparecen entre los niveles de desarrollo más bajos.
Un viejo estudio de los años 90 halló que las personas en “situación de riesgo de pobreza”, en rigor, simplemente pobres, estaban sobrerrepresentadas en las provincias orientales. Las familias pobres se enfrentaban a peores condiciones en la vivienda y el hábitat (estado físico-constructivo, precariedad, insuficiente equipamiento, malas condiciones del hábitat, entre otros problemas).
Aunque la ausencia de datos públicos recientes pone en solfa esta conclusión, nada indica que la situación se haya modificado, al menos no por mejoría, y es coherente con los resultados de la correlación IDHT-IU. Podemos presumir, entonces, que esta sobrerrepresentación se mantiene, con lo cual, al menos, una proporción mayor del 45 % de la población de los territorios afectados está en situación de pobreza y dependerá casi por completo de los amparos que la institucionalidad pública, desgastada, pueda ofrecerle, así como de sus redes sociales, fraternas y sabias, pero, como regla, con pocos recursos materiales.
En estas condiciones, es previsible que los daños a la vivienda sean uno de los impactos más severos de Melissa. A la altura de noviembre de 2024, los ministros de Economía y Planificación y de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera informaban, en conferencia de prensa, que los huracanes Oscar y Rafael, y el terremoto que sacudió el oriente cubano, dejaron un saldo de más de 34 mil viviendas destruidas y múltiples daños en la agricultura, las comunicaciones y el sistema eléctrico del país. Aún quedaban pendientes de solucionar 94 421 afectaciones en viviendas acumuladas por ciclones y sismos anteriores.
Mientras, y como respuesta a este escenario crítico, la política nacional de vivienda planea la recuperación del fondo habitacional en 10 años. Un plazo que no se apiada de las necesidades de la gente y que, aun cumpliéndose, dejará a muchos fuera de soluciones.
Años de apagones programados y desprogramados —largos y persistentes en la región oriental, aunque no solo allí—, de escasez de combustible para cocinar los alimentos que cada bolsillo puede “luchar” y de energía eléctrica para conservarlos refrigerados, de déficits en la provisión de agua en el hogar, de servicios de salud y comunitarios endebles y sin recursos financieros, y de un fondo habitacional en declive, por solo listar precariedades supinas que la sociedad cubana padece e íntimamente ligadas a la posibilidad de resiliencia, dejan a nuestros compatriotas del oriente en situación difícil para volver, no ya a una normalidad que no existe, sino a los precarios sub mínimos pre-Melissa.
Toda nuestra solidaridad.
Pero no se trata solo de Melissa, de su fuerza y trayectoria. Un huracán que se integra a la causalidad recursiva de la policrisis y a un programa de gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía —carente de integralidad y de empatía con la pobreza, y omiso a la profundidad de los cambios necesarios para salir de ella— afectará a toda la sociedad cubana.
Otra vuelta de tuerca a la baja para la vida cotidiana.











