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Joaquín Sabina ha musicalizado la vida de mucha gente. De hecho, Spotify acaba de informar que tres discos suyos fueron de lo más escuchado por mí el año que se está yendo. No pocas escenas de amor y desamor, de melancolía e inspiración doméstica, han contado con sus canciones de fondo.
Por eso, ahora que dijo adiós a los grandes escenarios, a las giras de intensidad y de hoteles-dulces-hoteles, quienes debemos a su música y a sus letras estuvimos directa o indirectamente a su lado hasta el último de los espectáculos.

El punto final fue el pasado sábado, y Carlos Marco describió el hecho para el diario madrileño El País, donde aseguró que había sido un espectáculo “de alto voltaje emocional” y subrayó “la entregada predisposición del público, que se tomó la noche como una despedida en toda regla, un adiós a alguien que lleva entregándoles música y poesía con una aceptación popular que solo Joan Manuel Serrat es capaz de superar”.
“El concierto número 71 de una gira, Hola y adiós, que comenzó en enero y su décimo (¡diez!) Movistar Arena del año resultó un deleite para el paladar emocional del público, con un Sabina realizando esfuerzos para no derrumbarse, que para eso ya estaba su fiel audiencia, que llenó el recinto en sus 12 mil localidades, todos sentados, también la parte de la pista, aunque el público dejó sus butacas en muchas ocasiones para jalear al protagonista y bailar”, escribió el redactor.
Ya habíamos visto el oleaje de sensaciones tras el espectáculo, pues los grupos que en las redes sociales proliferan para destacar la obra de Sabina, se desbordaron en alusiones a su obra, o a este concierto en particular; que ocurrió, por cierto, en el mismo sitio donde el maestro dio un mal paso en febrero de 2020 que lo hizo caer del escenario, sumándole otra raya al tigre o restándole una vida al gato, según se mire.
Pero, tigre rayado o gato trasquilado, el cantautor nacido en Úbeda hace 76 años, y pulverizado hoy por todo el planeta gracias a sus letras, sus melodías y su leyenda, siguió una carrera y, en lugar de amilanarse, anunció otra gira global, Contra todo pronóstico. Fui a verlo junto a mi familia a su paso por Buenos Aires.
Se sabe que esta ciudad mata al maestro, y que hasta inscribió sobre una de sus aceras la letra de una canción que hasta los perros cantaban en mi casa de Holguín; así que también entonces, asumiéndola casi como una última gira, nos fuimos a acompañarlo.
Mi hijo, de siete años en 2023, quedó impresionado con la elegancia de Sabina, su chaqueta y su bombín, y aunque lógicamente desesperado por momentos del espectáculo, aplaudió encantado en los finales y aprendió a tararear muchas de las letras que yo había escuchado por primera vez en la radio en Cuba.
Fue allá por los inicios de los noventa cuando Joaquín Sabina llegó a la isla de la mano de Pablo Milanés, y fue entonces cuando nació en mí el interés por su poesía. Recuerdo que una tarde noche lo vi por la televisión, que en vivo transmitía una actuación desde la Plaza de la Revolución, donde Sabina versionaba la icónica “Yolanda” de Milanés.
Desde entonces lo he seguido de tal manera que Sabina se volvió mi compañero de hospital cuando me recuperaba de un fatídico accidente, y también mi confidente en hora de amoríos. El primer espectáculo al que fui ya radicado en Buenos Aires fue un concierto suyo en el Luna Park, regalo de mi Mai querida, sabinera también, aunque casi cortamos antes de casarnos por culpa, casualmente, de un verso del maestro que malinterpretó después que se lo hubiera regalado con tan buenas intenciones.
Pero, basta de recordar que no es necesario vivir de nuevo, sino vivir. Y a lo que iba: volvamos al último vals del gato más literario del mundo. Un día, ya de vuelta a Madrid para esta gira, comunicó desde sus redes sociales que su espectáculo de despedida había pasado por medio mundo y que estaba listo para “acabar donde empezó todo”: Madrid.
Escribió: “Empezamos en México, pasamos por Nueva York, Miami, Los Ángeles, casi toda América Latina hasta Buenos Aires. Cruzamos de nuevo el charco para ir a Londres, París y a casi toda España; y va a acabar donde empezó todo. Va a acabar en Madrid con estos últimos shows que van a ser, sin duda, los más importantes de mi vida. Porque son los últimos y los que no olvidaré nunca”.
Cumplidos los tiempos, y satisfechos los ánimos, el propio Sabina envió otro mensaje desde Instagram: “Ha sido un adiós enormemente agradecido porque he ido viendo, al vivir y viajar, cómo han viajado y crecido mis canciones y yo con ellas. Y cómo han conseguido, de un modo misterioso, colarse en la memoria sentimental de varias generaciones. Todo eso tengo que agradecéroslo a vosotros, porque sin vosotros las canciones no existirían. Gracias eternas”.
Algunos han calmado a los entristecidos por este retiro o jubilación. El poeta Benjamín Prado, que compartió una foto con su amigo Sabina tras su último concierto, ha dicho ya: “No os preocupéis: seguirá haciendo canciones increíbles. Uno se puede retirar de los escenarios, pero no se puede retirar de su propio genio”.
Sabina: mudo entre conciertos para zamparse un libro por día
Este lunes, la compañera del cantautor, Jimena Coronado, compartió en Instagram la primera imagen de las horas de retiro. Está rodeado de mujeres y tiene en frente una copita. Con toda ironía, y también maldad sabinera, la tituló: “el hogar del jubilado”.
Espero que ahora, cumplido el compromiso de vencer a las multitudes en los grandes escenarios, se disponga el gato madrileño a apaciguar a los que también suman multitudes en las librerías del mundo; y, si el Ministerio de Cultura español se anima, le aconsejo que el próximo premio Cervantes sea, en efecto, para la pareja que conforman Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat, quienes tanto han enriquecido el idioma español mezclando vocablos de todas las regiones para marcarnos con su poética potente e inspiradora.











