Entre los muchos incentivos que tiene para mí viajar a México, uno no menor es encontrarme con Pascual Borzelli (Panamá, 1952), amigo, confidente y fotógrafo. En ese orden.
Con Pascual se puede hablar de lo divino y de lo humano, y aunque no siempre coinciden nuestras filias y fobias, el intercambio de sentimientos, premoniciones, vaticinios e ideas se da dentro del marco de cercano respeto que ha establecido el mirar la vida desde el lado de los más jodidos, aunque, stricto sensu, ni él ni yo estamos, en todos los órdenes, tan mal que no podamos estar peor. Tampoco tan bien que no podamos estar mejor.
No recuerdo a Pascual sin sus cámaras. En ocasiones lleva hasta tres colgadas al cuello. Hay quien asegura que este mexicano por adopción, cuando abrió los ojos a la luz de su Panamá natal, lo primero que vio fue la cámara fotográfica de su madre. En él, las cámaras son prolongación de los ojos. Y si con éstos mira, con las cámaras, ve.
No puedo fijar el año en que nos conocimos, pero sí de qué modo. Él me preguntó, seguramente en uno de los Encuentros de Escritores del Mundo Latino, si me dejaría retratar. Llevaba —me dijo en esa ocasión— un registro de escritores que pasaban por México. Lo que no ha dejado de hacer, hasta hoy. Así es que tengo imágenes mías capturadas por él en Coyoacán, Aguas Calientes, Colonia Roma… Puedo seguir el paso del tiempo por mi rostro gracias a su generosa sensibilidad, y notar que, a pesar de las comedias y tragedias que nos han tocado vivir a cada uno, nuestra amistad está intacta.
La revista panameña El Pez Original acogió en 1968 las que deben ser las primeras fotografías de Borzelli a escritores. Ya en 1971 comienzan a aparecer colaboraciones suyas en importantes medios mexicanos. Y desde el principio de este siglo, su campo de interés temático se amplía también con el seguimiento de artistas visuales mexicanos, entre los que se encuentran Arturo Rivera, Saúl Kamier, René Freire y varios de la generación de la década de los años 50.
Ha expuesto su trabajo en Panamá, Honduras y México. De 1999 es el libro 5 de diciembre de 1997. El amanecer de la democracia, que reúne fotos suyas junto a las de Jorge Souza Mayo. En 2025 se publicó en México el volumen Retlatos, con textos de José Ángel Leyva y fotos de Pascual, una apretada compilación de 28 artistas del país. Para el 2026 se espera la aparición de dos libros profusamente ilustrados con las fotos de este amigo: Espaldas de mujeres y El pintor y sus modelos.
Quienes estén interesados en saber más sobre este hombre que atisba desde los visores de sus cámaras, pueden remitirse a la revista electrónica, con quince años de existencia, Borzelli Photography, en la que participan sus hijos Margarita Borzelli González y Miguel Borzelli Arenas.
Recientemente nos encontramos en un café de la colonia Roma Norte, en Ciudad de México. Cafetómanos militantes los dos, se sorprendió de que me pidiera un chocolate. Creo que estás envejeciendo, me dijo con sorna. Obvié el molesto comentario. Le conté que me gustaría publicar algunas de sus fotos de colegas. Me dijo que escogiera entre los miles de retratos de escritores de América, Europa, África y Oceanía con los que se ha ido conformando su monumental archivo. Cubanos, sólo cubanos, y poetas, le pedí. Así que además de chovinista de mierda, también eres sectario, respondió. Lo de chovinista lo rechacé amparado en el perfil editorial de OnCuba. En cuanto a lo otro, le repliqué que no me importa ser sectario con la poesía, el género literario a través del cual los cubanos más han aportado a la literatura universal.
Me traje para La Habana el puñado de retratos que ahora comparto. Contacté a los poetas y les pregunté si quisieran obsequiarle a Borzelli algún texto como gesto de agradecimiento por tantos años de generosa atención. Todos respondieron que sí, que cómo no, que sería un placer, etc.
El amigo fotógrafo de tantos pronto viajará a Panamá por las fiestas. Seguramente en el avión nos irá leyendo. Que le sirvan, también, estos fragmentos de la poesía cubana actual para encontrar su camino entre las nubes.
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PARA CERRAR LOS OJOS
Toda mi vida soñé con los
caballos.
Ser un caballo.
Astas de viento.
Ancas de viento.
El vigor de los jóvenes potros.
Ahora que voy a morir
déjame ver los caballos otra vez.
Cuando la lengua se deshacer
sin palabras ni tierra que pronunciar.
Cuando la espuma deja a mis pies
un cerco efímero
y todo es borrado por las aguas
barrido por la niebla
déjame ver los caballos otra vez.
Una carrera.
Otra carrera.
Ninguna carrera.
Cuando el manzano
es la memoria del manzano
su cáscara.
Déjame ver los caballos otra vez.
Puro vigor.
Puro deseo animal.
El macho monta a la hembra.
Muerde el pelaje.
Dobla las patas.
La penetra.
Escucho el relincho.
Tiemblo más que la hierba húmeda.
Vencida.
Despojada del hábito de ser humanos
déjame ver los caballos otra vez.
Damaris Calderón
La Habana, 1967.
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TRATOS
La vida te ha vencido.
No es esa línea recta
que creíste .
Las torres no eran torres
sino brazos
que daban soledad.
El ruido que escuchaste
no es el mar.
Nada protege menos
que una casa.
Nada te expone más
que un poema
en el que hablas
de tu intimidad.
Nada te hace más extranjero
que aferrarte a un país.
El surco,
la palabra,
tu estómago,
ese queloide,
se vuelven inservibles
cuando caen los días
por su peso.
La belleza siempre será insuficiente
como también lo es
la juventud
a la que vuelves
sediento como el buey.
La palabra y la sangre
se parecen
pero la sangre hierve
y la palabra
se vuelve inútil.
Sucia como la nieve.
Se amontona
delante de tu puerta
y al final de una vida
hay que palearla:
Un ejercicio estéril.
Un sacrificio.
Escribir como un niño.
Echar copos al agua.
No reunir monedas
sino el frío
de una harina
que no puedes hornear
ni llevar a tu boca.
Te has sentado a mirar
como cargan en hombros
tu cadáver.
Un cuagulo.
Una fístula.
Hoja de árbol.
Costra.
Desmemoria.
La pirueta en el aire.
El minuto siguiente
o ese día después.
Ahora que ya eres
lo que nunca quisiste,
terminarás pactando
con lo que te han negado .
Nelson Simón
Consolación del Sur, 1965.
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LO QUE TRANSCURRE
con Sigfredo Ariel
Cuando en la esquina del cuarto de alquiler
entonábamos sones de antigua remembranza
con la lengua trabada de alcohol y desengaño
no imaginábamos siquiera el desenlace.
Dormíamos en el calor del trópico
sobre el paño blanqueado por lentas herviduras
y un olor a ciudad en decadencia.
Renegando de esos días
vimos la puerta
un vano de papel o de mentira
algún modo de huir.
Ya no sería el hambre rumiando en los portales
ni el orine pudriéndose en la piedra.
Atrás quedaba el parque de la columna frigia
y ante los pies una serpiente de humo
que los ojos contemplaban con azoro.
Así cambió la luz que entraba por la hendija
la calidad del piso
el grosor de los muros.
Cambió la melodía del labio y de la orquesta
el tiempo con que el baile junta cuerpo con cuerpo
y tal vez el mareo
lo nublado del ojo
el veneno que muerde la rodilla.
Veo los techos desde esta otra ventana
azoteas colindantes y pasillos
que la fina llovizna hace traslúcidos.
Afuera los trenes se detienen
la gente se desborda en las aceras
llena los atrios
las plazas
los cafés.
Pasan banqueros de chaleco y de corbata
oficinistas ataviadas de domingo
mendigos de barba patriarcal.
Pasan el viento y las nubes de la tarde
y el polvo en remolinos se pega a la memoria.
Una niña canturrea ajenos versos
con un tono provincial que ya no existe.
Hay tanta furia en su pupila
tanta ausencia de mar.
Turbias
las horas se acomodan en el vaho
pueblan la herrumbre
lustran las manchas que el olvido fue forjando
en esas risas agudas
juveniles
que han marcado el andamiaje de estos días
el tiempo interminable de aquello que transcurre.
Odette Alonso
Santiago de Cuba, 1964
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BRILLO ALTERNO
Vecinos como los que tuvimos al fondo te digo no volverías a ver subieron
paredes estremecían esas paredes cuando enamoraban «eres mi animal»
ella «…» dejaban el tanque del agua botar todas las noches música
con aquellos equipos a esas horas peleas con una mujer por unos niños
«dinero siempre que viene quiere (pide) dinero» otras? peleas con la mujer
actual luego «eres mi animal» quiste en el cuello boca y ojos al otro día
inflamados ella «pasé unos días no muy bien» decía sombrilla gafa
oscuras pañuelo ante los labios olvidan todo al oscurecer música…
«eres mi animal» podía escucharse en los apartamentos ella «…» «vecinos
como los que tuvimos al fondo aquellos años recuerdo todo un infierno».
Rito Ramón Aroche
La Habana, 1961
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MANOS DE POETA
Todos los días un anónimo me incendia las manos,
cartas manchadas de poco valor.
Para un poeta son peligrosas las palabras falsas,
las amistades falsas,
las guerras falsas,
las vidas falsas.
Un poeta necesita inscribirse un dolor o un amor
si no tiene uno propio,
pero el dolor del poeta debe ser siempre real.
Las palabras del poeta
deben estar manchadas de valor.
Las palabras del poeta
no pueden ser incendios anónimos.
Todos los días un signo incendia mi mano.
Dicen que van a crucificarme.
Dicen que voy a ser la cabeza superior
de todas las cabezas.
Contemplo mis manos:
no tienen sangre
ni tierra
ni cicatrices,
ninguna de esas cosas que marcan valor.
Todos los días una palabra me pesa.
Un incendio se me acomoda en el estómago.
Siguen sin construirme la cruz o la corona.
El país es un estómago
que pesa sobre nuestras cabezas,
y seguimos sin saber
si los hombres que acaban de llegar
serán nuestros héroes
o nuestros futuros asesinos.
Giselle Lucía Navarro
La Habana, 1995
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EL ROSTRO
He intentado borrar mi rostro con el agua, pero él persiste, tiene la obstinación
de los que esperan encontrar
su sitio entre la muchedumbre.
Lo puse contra el viento,
contra el ardiente sol
y las sombras nocturnas,
pero los rasgos de mi cara permanecen. Voy por el mundo
con mis gestos más íntimos,
unas veces mostrando lo que siento, descubriendo cierto rincón del pecho donde se aloja una tristeza,
o la alegría que llegó extraviada
hasta mis ojos.
Otras veces, las más, voy con la cara
que los otros necesitan.
He ido dejando en espejo sucesivos
las huellas de los años,
pero siempre es el mismo rostro
el que insiste en quedarse en los cristales. Si a nadie le interesa, si para todos
es una cara anónima,
si solo existe para que los demás encuentren sus propios gestos,
qué sentido tiene entonces
que pretenda afirmar su identidad
Waldo Leyva
Remedios, 1943
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AUTORRETRATO
a Leyla y Rolando, una respuesta
El agua, dividida.
Bajo el sol
cresta doble, irisada
la crecida del agua.
Sondeando, arrebujada
en telas blancas
blanca espuma, cruzándola
llegar, y
motivando el beso
en él, negarlo.
Fría sombra de sí, fría
mesura y majestad.
Esa yo, en el descenso,
mira.
Esa, mirando
cava
y
al no poder
sepulta.
Sepultaría si la noche… Si acaso
noche fuera, más
que
la doble, irisada
crecida
de las aguas.
-2-
Atravesar la división del agua.
Sondear la sombra.
Cruzar, desnuda, la desnudez
del agua ¿Quién?
Oscura…, resplandecer.
Calar el súbito ademán
frío, aquel
que congestiona
verbo y gracia.
Si hay que besar
soy yo. Ella
la que hace el beso
tienta
traga, irisada
toda
la luz.
Soleida Ríos
Santiago de Cuba, 1950
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CUCHILLOS
Mi hermano tenía seis años y yo tres cuando supimos del peligro del cuchillo. Habíamos perdido al padre, rechazábamos las ofertas de un padre postizo. Mi hermano y yo conocimos el filo de los cuchillos una tarde desandando por las guardarrayas. Al picar una naranja y ver correr la sangre yo no pude mirar, pero mi hermano jugaba con ella en los hollejos, pintaba los troncos de las matas. A partir de entonces las peleas por decidir quién era el hombre de la casa terminaban sacando el cuchillo. Mi hermano decía te pico, y yo le decía te pico. Afincábamos el filo en la piel, en cualquier parte de los cuerpos. Yo soy el más grande, me decía; y yo el más pequeño. Cada uno quería demostrar el valor, la fuerza de carácter. Mi hermano pinchaba con la punta, yo cedía. Podía afincar con presión o voltear el filo, pero él era mi hermano. Él supo agradecer cuando grande por no equivocarme, aprendimos a jugar con los cuchillos desde niños, a perderle el miedo a los filos.
Yunier Riquenes
Jiguaní, 1982
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ALGUIEN HA CERRADO LAS VENTANAS A LA PLAZA
Hay una plaza inmensa allá afuera.
Me separan de ella las ventanas,
la madera antigua con que fueron hechos los postigos.
Ya no veo la plaza, ahora la imagino.
Ahora sé por qué ha resistido tantos años.
Está hecha de nada,
de recuerdos que le dan forma.
Y uno puede quitar las rejas, las estatuas,
quitar la plaza.
Caminar sobre la tierra espesa.
Mirar la iglesia, la torre, el campanario,
sentir el ruido del bronce que ahuyenta a las palomas.
Mirar la plaza de lejos sobre el puente,
regresar luego a los arcos, a los portales.
Regresar a esas ruinas que aún no fueron fundadas,
regresar a uno mismo.
Y abrir los ojos, las ventanas,
caminar luego por la plaza.
Palparla tal como es, volver a hacerla,
morirse de viejo,
fundarla.
Liudmila Quincoses
Sancti Spíritus, 1975.
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CAÍDA LIBRE
descender es golpear
las paredes del tiempo
allá abajo la isla
en su lecho de algas
los minúsculos seres
adormilados
arrastran sus huellas
por la tierra grumosa
y esperan algo impreciso
como un silbo
abajo tu historia minúscula
ha dejado de sangrar
por el momento
te trae el dolor
a donde estuvo el hogar
y ahora la casa
poco más te espera
entre los árboles
el fuego de las hojas
el viento tamizado en el sopor
descender es golpear
y golpearse
con los días marchitos
abajo el país
con sus alas quebradas
abajo estás tú con la sempiterna
sonrisa de tonto
de los viejos retratos
será como hallar
entre la gente
a un amigo
derrotado y querido
el horror en sus ojos
no sepultará del todo
el levísimo fulgor
de los días que fueron
llegarás al ardor
de la noche sin sueño
entra en cuba y abril
caída libre
y no olvides cantar
aunque ahora tu voz
nadie quiera escucharla
no intentes reunir
los fragmentos dispersos
flota en la luz
quizás una mano
te ataje en la caída
o no
quién puede predecirlo
Alex Fleites
Caracas, 1954












