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Cuando Patricio Revé (La Habana, 1997) salió al escenario de la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, el 1ro de enero de 2025, para interpretar el rol principal en Cascanueces, no imaginó el año que le esperaba por delante. Ni siquiera figuró que cerraría este 2025 de regreso en la misma sala, ante su público natural —el cubano—, para protagonizar Don Quijote, otro de los grandes clásicos del repertorio del Ballet Nacional de Cuba, nada más y nada menos que junto a la ya legendaria bailarina argentina Marianela Núñez.
No cabe duda de que ha sido un gran año para Patricio Revé. Tras finalizar una etapa de siete años en el Queensland Ballet y truncarse su acceso al San Francisco Ballet —por cuestiones relativas al visado estadounidense—, el bailarín cubano asumió estos meses como un período de transición, ideal para explorar nuevas experiencias, asumir retos como figura invitada en diferentes compañías y eventos internacionales, así como para probar su temple como partenaire de grandes íconos de la danza mundial.
Una vez finalizado su tiempo en Australia, que cerró con Romeo y Julieta del británico Kenneth MacMillan (1929-1992), fue llamado al Royal Ballet de Londres para un encargo especial: bailar ese mismo ballet junto a la gran figura de la danza Natalia Osipova. En ese momento, el intérprete cubano comenzó a tejer una relación creativa con la bailarina rusa y con la compañía británica, que ha tenido otros momentos clave durante este 2025.
Luego llegó Argentina, el Teatro Colón y la oportunidad de interpretar, junto a Marianela Núñez —otro portento—, el clásico Don Quijote, con coreografía de Silvia Bazilis y Raúl Candal, basada en la versión original de Marius Petipa. Aquello fue un suceso de resonancia internacional apabullante, no solo porque se trataba de una temporada especial por los 100 años del Teatro Colón. Marianela Núñez, referente internacional de la danza y figura del Royal Ballet de Londres, volvía para bailar en casa, a instancias de Julio Bocca, director del Ballet Estable del Teatro Colón, y junto a ella estaba el joven bailarín cubano.
Patricio y el “efecto Marianela”
“Lo del Teatro Colón fue una locura”, comenta Revé en diálogo con OnCuba, semanas antes de conocerse sus presentaciones en Cuba como parte de la temporada de Don Quijote del Ballet Nacional de Cuba para cerrar el año. Las fotos y los videos de aquellas noches corrieron por las redes como un viento fresco y dinámico: la emoción del público, coreando el nombre de los intérpretes como si se tratara de un partido de fútbol, y ese fenómeno fan que —algunos lo llamaron “el efecto Marianela”— ronda a las primeras bailarinas internacionales más singulares y talentosas.
Pero más allá de eso, la función fue un momento mágico para el bailarín. Recuerda que, antes de entrar a escena, Marianela debía salir a hacer un solo. En ese instante, el Colón se estremeció en aplausos. Aquel estruendo de emoción no le permitía escuchar la música en el momento en que debía salir a escena. “Fue un momento de puro instinto. Eso me recordó a cuando Carlos Acosta iba a bailar a Cuba; siendo pequeños lo íbamos a ver al Lorca y entrábamos colados por la puerta lateral, para subir al gallinero. La bulla que provocaba era impresionante”, rememora.
“La primera función en el Colón —explica— la recuerdo, pero en el momento no era muy consciente. La sensación era de disfrute. Normalmente uno, como bailarín, tiene la preocupación de si un movimiento saldrá o no, de si un paso cuesta más trabajo. No tenía ningún tipo de pensamiento: me dejé llevar. Que sea una función tan importante, con la gente tan eufórica, y que uno pueda entrar en ese trance, es algo especial. Y sí, era un partido de fútbol: al final coreaban su nombre con una fuerza impresionante”.
Patricio cumplió así uno de sus sueños profesionales: bailar con una de las figuras que veía en sus tiempos de estudiante, en los videos que utilizaba para ensayar. “Crecí viendo bailar a Marianela. Me formé con la inspiración de, algún día, bailar con ella. Se hizo realidad y fue algo único”, confiesa el intérprete, quien subirá a la escena de la Avellaneda con la argentina los días 28 y 30 de diciembre, arropados por el cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba.

El artista destaca la sintonía entre ambos desde el primer ensayo, algo que se afianzó tras la experiencia del Teatro Colón y que el público cubano podrá constatar de primera mano. “Cuando bailo con ella no hay que decir mucho, porque se siente bien. Incluso ella, al terminar el primer ensayo, me dijo que sentía que había bailado conmigo por 20 años. Que ella te diga algo así es muy reconfortante”, señala.
Patricio atribuye esa buena química al hecho de que ambos artistas sean latinos. “Además, nosotros los cubanos hacemos mucho Don Quijote; lo tenemos muy interiorizado. Mi manera de interpretarlo se alinea mucho con su forma de sentirlo. El resto es cuestión de acostumbrarse a la manera en que ella baila, a cómo le gusta que la acompañe; detalles técnicos o más específicos de la coreografía. Pero todo fluyó de una manera especial. Al terminar la segunda función, deseaba que tuviéramos una más, porque funciones así hay pocas, entonces te quieres agarrar a ellas con toda la fuerza posible”, explica.

Una etapa de transición profesional
Patricio Revé está en un momento de evolución y cambio. Lo reconoce como “una etapa de transición profesional” que no cree que dure mucho tiempo. “Quiero ser parte de una compañía, pero a raíz de la situación repentina que sucedió con el San Francisco Ballet, porque me negaron la visa a Estados Unidos, esta fue la solución que encontramos”.
Desde hace algunos meses, Patricio Revé se desempeña como bailarín invitado en el Royal Ballet de Londres, haciendo base en sus instalaciones, ensayando sin descanso y acompañando a Natalia Osipova como su partenaire en Romeo y Julieta, tanto en sus presentaciones en Hong Kong, en octubre pasado, como en posteriores galas especiales de la legendaria intérprete, donde incluso ha asumido piezas de estilo contemporáneo.
El cubano ya tiene planes para el año próximo y se habla de una temporada de Giselle y La fille mal gardée junto a Osipova. “Es un lujazo. Natalia es tremenda bailarina, una artista única, de las que nacen una vez cada mucho tiempo. Estar bailando con ella, nutrirme de su experiencia, de la manera en que ve las piezas, de las cosas que dice, y sentir su reconocimiento, te hace pensar que vas por el camino correcto”.

Ese camino comenzó con el Ballet Nacional de Cuba y luego se consolidó durante siete años en el Queensland Ballet, Australia, donde Patricio Revé llegó a ser una de sus primeras figuras. Pasó cinco años sin pisar tierra cubana, hasta que en el pasado Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” protagonizó un regreso triunfal como uno de los intérpretes principales de la temporada de El lago de los cisnes, junto a la primera bailarina cubana Anette Delgado.
El joven bailarín atribuye a su participación en el festival un momento de clarividencia. “Me di cuenta de que debía acercarme un poco más a donde ocurren las cosas en el mundo, porque en Australia sentía que estaba demasiado lejos. Cuando llegué a Londres lo vi claro. Aquí están los mejores bailarines del mundo y me están diciendo cosas buenas; entonces creo que puedo hacerlo”.
Patricio tiene las ganas y los ánimos encendidos. Aparejado al sueño que supone bailar junto a referentes como Marianela Núñez y Natalia Osipova, está el deseo de ir más allá y abordar alguna coreografía de Rudolf Nureyev. Tiene en la mira las versiones del ruso de La bella durmiente y Don Quijote. “Ese es otro de mis ídolos. Si alguna vez llega la oportunidad, lo disfrutaría mucho. Son ballets con una dificultad técnica grande y te hacen entender lo buen bailarín que era Nureyev. En su tiempo, él hacía eso como si fuese agua”.
Te has ganado un reconocimiento internacional como partenaire, bailando con Marianela Núñez, Natalia Osipova, Anette Delgado, Viengsay Valdés, entre otras figuras. ¿Qué tiene que tener un buen partenaire para acompañar correctamente a la intérprete?
Pienso en el concepto de la disciplina. Pero, más que eso, hay que ser obediente y tener la mente abierta a lo que la bailarina necesita, sobre todo cuando se trata de intérpretes con tanta experiencia, que saben muy bien lo que quieren y cómo lo quieren. Debes estar dispuesto a modificar tu propia experiencia y adaptarte a la energía de la bailarina.
Obviamente, hay que tener buen dominio de la técnica, fuerza, saber posicionarse, pero, sobre todo, saber adaptarse a la bailarina. Me pongo en la mente de una: sentirse segura es clave. Eso les cambia completamente el juego.

Actualmente eres bailarín invitado del Royal Ballet de Londres y antes mencionabas a Carlos Acosta. Durante años, él fue una de las figuras principales de esa compañía. ¿Qué ha representado Carlos Acosta para ti y tu generación?
Es lo máximo, la inspiración de toda mi generación. Era la figura que nos daba fuerza e incentivos para mejorar, para trabajar, cuando éramos estudiantes. Es el dios del ballet para nosotros. Recuerdo que, antes de hacer una audición para concursos, la forma en que nos dábamos ánimo entre mis compañeros era decirnos: “¡A lo Yunior!”, refiriéndonos a hacerlo como Carlos. Era omnipresente.
Para mí, bailar con una pareja tan icónica suya como Marianela Núñez, con la que él bailó tanto, es un sueño del que no quiero despertar.
¿Cómo nació el sueño del ballet para Patricio Revé?
Fue algo que salió de mí. No fue mi mamá ni mi abuela, nadie. Yo era un muchacho muy indisciplinado, rebelde, hiperactivo. Un día, mi mamá me dejó en el cuarto cumpliendo una penitencia, y no sé qué tan castigo fuera, porque estaba viendo televisión.
Entonces vi un video de un bailarín. Con los años he sabido que era Carlos Acosta, en el pas de deux de Diana y Acteón. Recuerdo aquel vestuario. Bajé corriendo y le dije a mi mamá que encendiera el televisor. “Yo quiero hacer esto”, le dije. No sabía ni que se llamaba ballet, ni qué era exactamente. Ella me dijo que no me iba a ir bien ahí, que era muy competitivo, que no le parecía una buena idea.
Entonces le conté a mi abuela y ella me llevó a las audiciones, un poco a escondidas de mi mamá, aunque no tanto, porque lo que yo quisiera hacer lo hacía. Después, mi mamá se volcó en mi carrera y me ha apoyado cien por ciento. Yo tendría unos ocho años.
¿En qué momento ese deseo de infancia se convierte en un estilo de vida consciente?
Es complicado marcar un momento, porque empiezas muy niño en la escuela de ballet y todo es muy serio. El ambiente te marca el camino y te genera esa obsesión, esa dedicación constante, sin pensar en otra cosa.
Sin embargo, sí tuve dudas sobre continuar, porque no era muy bueno en mis primeros cinco años. Mi mamá y yo pensábamos que no iba a pasar a la ENA. Por suerte, conocí a un maestro particular de ballet que venía de la escuela de gimnasia. Ese hombre, Ismel Labrada, me cambió la vida porque se entregó a mí. Terminaba en la escuela y se iba para mi casa; me daba clases hasta la medianoche y luego me sentaba en el sofá a ver videos de la Ópera de París. Creamos una conexión casi de padre e hijo, que se mantiene hasta hoy.
A partir de ahí empecé a mejorar y a sentirme seguro para entrar en la ENA. Creo que ese punto de inflexión —encontrar a una persona que conectara conmigo y entendiera lo que yo necesitaba— fue decisivo. Sin eso, no hubiese sido posible.
Debieron ser tiempos de mucho sacrificio.
Yo soy del municipio Playa. Para ir a la escuela tomaba las rutas P1 y P5. Salía de madrugada y regresaba de noche a la casa. A día de hoy me cuesta coger guaguas, porque desarrollé un trauma de aquella época. Prefiero caminar —sonríe—, incluso en el extranjero.
Antes del Festival [de Ballet] no había ido a Cuba en cinco años. Era una Cuba completamente diferente a la que recordaba. Viviendo en Australia, tan lejos, con la COVID-19 de por medio, me costó mucho regresar. El pasaje era muy caro y debía conseguir visas para pasar por distintos países rumbo a Cuba. Además, era muy joven y lo iba posponiendo; cuando venía a ver, no me daba tiempo. Volví a ver a la familia después de cinco años: cómo cambiamos, cómo cambié yo… fue un shock tremendo.
Me imagino que para tu familia verte bailar en Cuba, después de tanto tiempo, fue un regalo, tras tantos sacrificios.
Hemos pasado mucho, sí. Mi mamá se volcó completamente en mí, en mi escuela y en mi carrera cuando yo estaba en Cuba. Yo era lo que le daba vida, su rutina. Luego me fui y ella se quedó sin eso. Ver que me haya ido, que haya madurado, es un orgullo para ella.
¿Cómo recuerdas las sensaciones de la primera vez que saliste a escena a interpretar una coreografía?
Cuando era estudiante me ponía muy nervioso, al punto de pensar que no me gustaba bailar. Salía a escena y lo único que sentía era miedo, incluso bailando con Viengsay ya dentro de la compañía. Pero lo sabía esconder bien, hasta cierto punto. Eso es lo que recuerdo de esos primeros momentos.
¿Ya controlas los nervios?
Todavía me pongo nervioso, pero es distinto y ahora lo disfruto. Eso no me pasaba en mis tiempos de escuela. Pero sí, los nervios siempre acompañan, dependiendo de cuán preparado te sientas.
Tu vida profesional comienza con el Ballet Nacional de Cuba, donde llegaste a ser primer bailarín y estuviste tres años. ¿Cómo definirías tu paso por la compañía?
A los tres meses de entrar ya estaba bailando con Viengsay. Fue un tiempo de un enriquecimiento tremendo, que me dejó recuerdos muy bonitos. La maestra Aurora Bosch se volcó en mí cuando ensayamos Giselle. El Ballet Nacional de Cuba tiene una cultura enorme, sobre todo en los ballets clásicos como Don Quijote, Giselle y El lago de los cisnes. Tomar todo ese conocimiento desde la raíz me hizo apreciar aún más este arte.
Bailar con Viengsay, la máxima figura del ballet cubano en la actualidad, fue otro sueño. Como todo lo que me está pasando ahora. Estoy muy agradecido con toda la gente que me ayudó en ese momento.
Paquita fue lo primero que bailé con ella. Me acuerdo como si fuera hoy. Me estaba estirando en el Salón Azul y, de repente, una muchacha de mi grupo me dijo: “Oye, Svieta (Svetlana Ballester) te quiere ver, está abajo”. Bajé, asomé la cabeza en el salón y me preguntó si podía marcar el pas de deux. No me lo sabía, pero llegué a casa, busqué el video, me lo aprendí y, al otro día, cuando me llamó la maître, ya lo tenía de arriba a abajo. Viengsay se sorprendió. A partir de ahí vieron mi interés y empezamos a bailar mucho.

Estuviste poco tiempo como primer bailarín del BNC, hasta que apareció la oferta del Queensland Ballet. ¿Cómo surge esa oportunidad?
Desde la escuela, el director de la compañía fue a vernos. Se fijó en mí y, al cabo de los años, hubo otro contacto. Me dijo que, como ya estaba más formado, le gustaría llevarme a Australia. Fue una oportunidad para abordar otro repertorio, expandirme a nivel personal, aprender una lengua nueva, y sentí mucha confianza de su parte, lo que me dio seguridad.
Seguía de cerca el trabajo del Queensland Ballet porque había varios bailarines cubanos allí y conocía su repertorio y a los maestros. Era una compañía que tenía en el radar: estaban Víctor Estévez, Yanela Piñera, entre otros. Prácticamente estaba formada por cubanos. Fue una etapa muy bonita. Hoy en día solo queda Yanela, pero si miramos atrás, vivimos un momento en que el nivel de la compañía subió mucho e hicimos grandes cosas. Ahora estamos viviendo un fin de era.
¿Cómo te sentiste al estar en un lugar nuevo para desarrollar tu arte?
La sensación al principio fue de mucha tristeza. Tenía la inspiración de hacer cosas nuevas, de bailar, de desarrollarme; me habían ofrecido algo muy interesante, pero creo que no fui consciente de lo que significaba irme a un país tan lejano hasta que estuve allí. Llegué y me di cuenta de que no iba a vivir más en Cuba, que no vería a mi familia en mucho tiempo. Yo lo sabía, pero fue como si el peso de todo eso me cayera de pronto y me provocara una tristeza muy fuerte.
Durante un mes estuve viviendo con el director de la compañía y su esposa, en su casa. Hoy ellos son como familia para mí y me dicen que pensaban que no lo iba a lograr, que no iba a aguantar. Lo primero que bailé fue en una gira que hicimos a China: interpreté unos personajes que son como los siete enanitos, en una coreografía de Liam Scarlett, un coreógrafo inglés muy reconocido, llamada Sueño de una noche de verano. Es un ballet hermoso, muy gracioso.
Estuvimos en China un mes y medio y coincidió con una gira del Ballet Nacional de Cuba. Eso me dio mucha energía porque pude reencontrarme con amistades del Ballet y fui a verlos.
¿Cómo definirías el repertorio que trabajaste con el Queensland Ballet?
Hacen mucho Balanchine y mucho repertorio del Royal. De lo que me pude percatar es de que no todos los bailarines pueden hacer ese tipo de ballets. Además, las personas que tienen los derechos de esas coreografías son muy específicas: no dejan que todo el mundo las haga, solo a quienes ellos consideran.
Me di cuenta de que yo podía hacerlo; mis características como bailarín eran apropiadas para ese repertorio. Eso me abrió un abanico de posibilidades interpretativas y de conexión. Me expandió el conocimiento y me ayudó mucho a desarrollarme.

¿Cómo fue para ti la experiencia de trabajar en un entorno multicultural como el Queensland Ballet?
Es muy inspirador, porque se siente que todo el mundo, con sus características y atributos distintos, está conectado por la misma disciplina y el mismo rigor de trabajo. Entonces se crea un vínculo, una unión, como un equipo de fútbol: todos luchábamos por el mismo objetivo, que eran las funciones y pasarlo bien al final del día.
Fue muy bonito porque era una compañía no muy grande y nos unimos de una manera especial. Li Cunxin, el director, hizo un trabajo hermoso con la comunidad del Ballet. Fue una época tremenda.
Estuviste siete años en esa compañía. ¿Cómo valoras el tiempo transcurrido en el Queensland Ballet?
Fue tiempo de crecimiento desde el día uno hasta el día que me fui. Cada año miraba atrás y veía que había hecho distintos tipos de ballets que me aportaron muchísimo. Siempre surgía la duda de cuánto más podía dar, y volvía a superarme. Fue mucho trabajo, mucho crecimiento y muchas amistades que hice por el camino, con personas que estuvieron ahí apoyándome y haciendo que todo fuese más fácil.
La persona que más me influyó fue la esposa de Li Cunxin, que es maestra de la compañía: Mary Li. Ella fue bailarina y a los 30 años tuvo que dejar de bailar porque tuvieron su primera hija, con una condición médica compleja. Sacrificó su carrera para acompañarla. Es una mujer muy fuerte y, a la vez, muy empática.
Li también pasó por una situación similar a la mía cuando se mudó de su casa a un lugar lejano y tuvo que empezar de cero, sin su familia. Por ahí se forjó una conexión especial entre nosotros, más allá de lo artístico.
Vuelves a Cuba después de cinco años para participar en el 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana. ¿Cómo viviste ese regreso?
Fue una experiencia espectacular. Lo tomé casi como unas vacaciones, por la alegría de estar allí, de ver a personas que no veía hacía mucho tiempo y de bailar con ellas. Bailar con Anette fue maravilloso y, además, era nuestra primera vez juntos.
La primera impresión que tuve al llegar a Cuba fue el calor, sobre todo durante los calentamientos para los ensayos. El olor de la sede, muchos detalles que me trajeron recuerdos. Y la manera en que la gente aplaude, la forma en que el público entiende el ballet. El cubano es un público muy conocedor. Cuando bailas fuera te das cuenta de que el público cubano es especial, sabe lo que está viendo.
Por ejemplo, en Australia, la primera figura sale en El lago y el público no aplaude. En Cuba esperan ese momento para aplaudir al artista que entra, y eso te da otra energía, aunque estés en el personaje.

Tu noche con Anette en El lago de los cisnes fue uno de los momentos más estremecedores del Festival. ¿Cómo recuerdas tu interpretación de Sigfrido?
Fue como la noche en el Teatro Colón. Son funciones que puedes contar con los dedos de las manos, donde vale la pena todo. Son noches muy especiales. La de La Habana la recuerdo como un viaje al que te entregas completamente, sin ningún tipo de preocupación. Estás presente, lo disfrutas y no aparece ningún pensamiento negativo sobre la ejecución técnica. Éramos ella y yo, ahí, viviéndolo. Y creo que el público sintió eso: que los dos estábamos ahí, dándolo todo.
Mi familia estuvo esa noche. Mi mamá lloraba, me abrazaba; mi abuela también. Ella se jodió mucho por mí, y tenerla ahí, que me viera, era como decirle: “Esto es lo que he estado haciendo mientras me perdía el tiempo de estar con ustedes. Esto es para ustedes”.

Hablas de esa entrega sin preocupaciones en escena, pero ¿cómo lidias con el paso que puede fallar en un momento determinado?
A mí me pone nervioso el fallo. Para lidiar con eso entreno mucho, al punto de saber que todos los pasos los puedo hacer todos los días, con consistencia. Eso me ayuda. Antes de una función siempre existe el juego mental del fallo, pero hay que aprender a manejarlo y seguir. Creo que para ello hay que estar fuerte.
Luego de aquella experiencia en el Festival, empezaste 2025 bailando en Cuba.
Después del Festival regresé a Australia porque todavía formaba parte del Queensland Ballet. Hice las funciones de Cascanueces con ellos, pero durante el Festival me habían invitado a que, si venía de vacaciones en diciembre, hiciera una función de Cascanueces con el Ballet Nacional de Cuba. Eso sucedió el 1ro de enero. Empecé el año bailando.
Después del Festival se reactivó la relación con Cuba. Ahora hay una dinámica que me gusta, porque el Ballet Nacional de Cuba es mi compañía, al final. Es mi país y estoy orgulloso de ser cubano; es mi carta de presentación. Es bonito mantener esa relación y poder volver cada cierto tiempo. Eso es lo que deseo.
Eso es muy positivo, tanto para los bailarines que migran como para la compañía que permanece.
Sí. Ojalá todos los que estamos regados por el mundo podamos volver, hacer cosas, colaborar e inventar proyectos. Me gusta mucho lo que hace Carlos Acosta, cómo mantiene intactas la identidad y la cubanía, cómo trae y exporta talento. Hay que contribuir a mantener el legado del Ballet Nacional de Cuba y de Alicia Alonso.
¿Cómo ves la posición y la repercusión del ballet cubano en el mundo actual?
El ballet cubano siempre ha sido destacado y creo que hoy sigue siéndolo. Basta ver la cantidad de bailarines cubanos que hay por el mundo, con un talento enorme. Muchas veces te identifican como bailarín cubano por la manera de bailar. Aunque me fui de Cuba y me moldearon en Australia, hay una identidad que permanece: la fisicalidad, la potencia. Esa técnica cubana te distingue.
Creo que el ballet cubano está muy presente, es una de las escuelas más celebradas, y hay que sentirse orgulloso de eso y trabajar para mantenerlo. Costó muchos años y mucho esfuerzo de personas como Fernando, Alberto y Alicia Alonso, Cheri, Aurora, Loipa… muchas figuras que hicieron posible ese movimiento. Eso no se puede perder.
Cuando veo a otros bailarines muy buenos a mi alrededor, pero que no tienen esa conexión con sus países a nivel de ballet porque no existe una escuela o un movimiento consolidado, me doy cuenta de lo especial que es lo nuestro.
Estás ahora en una de las mecas de la danza clásica: el Royal Ballet de Londres. ¿Cómo ves la actualidad del ballet a nivel internacional?
Creo que el ballet se ha desarrollado en todos los sentidos. Las compañías de hoy no son las de hace años, en términos de equipamiento, fisioterapia, preparación física. Todo el sistema está pensado para que el bailarín rinda mejor, y eso se nota en la calidad técnica general.
Hay ballets más efectivos para el aplauso y otros más para el alma, más enfocados en lo artístico. Pero creo que el ballet se mantiene fuerte y quiero pensar que hay un aumento en el interés de las nuevas generaciones.
Tienes 27 años y ya has alcanzado logros importantes y diversos. ¿Cómo está la salud de tus sueños y anhelos?
Todo ha pasado muy rápido. Yo estaba acostumbrado a una rutina calmada y ordenada en Australia, y ahora se me ha abierto un abanico enorme de posibilidades. Todavía estoy encontrando los pasos a seguir. Estar aquí ensayando en el Royal Ballet, con Osipova, es otro nivel.
Se trata de mantenerlo, de seguir demostrando y desarrollándome como bailarín, incluso como freelance. Aprovechar las oportunidades para afianzar el nombre y buscar el próximo escalón hacia algo mejor.
¿Podríamos ver a Patricio Revé integrando de manera estable el elenco del Royal Ballet?
Sí, yo apostaría por ello —sonríe—. Ojalá.
¿Qué representa el ballet para ti?
El ballet es el resumen de mi vida. Ha sido mi salvación en los peores momentos, mis mejores momentos, mis amistades; ha sido todo.
El sacrificio que implica bailar ballet y querer ser mejor, si tienes la mentalidad correcta, se disfruta. Me siento un afortunado, porque no todo el mundo trabaja en lo que le gusta. Más allá de eso, tener oportunidades como el Festival o Romeo y Julieta son experiencias que te llenan el alma, porque te hacen sentir: “Así es como quiero sentirme”.











