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En la memoria de Gustavo Arnavat (La Habana, 1962), la figura paterna podría evocar el encantamiento. Tenía ante sí a un inventor de realidades: planos bajo el brazo, una gran mesa de dibujo, reglas de T, escalímetros y la convicción de que el béisbol era más que un deporte; formaba parte de la arquitectura y el alma de la nación.
“Mi papá fue arquitecto e ingeniero civil y diseñó dos estadios en Cuba: el Sandino en Santa Clara (1966) y el Cándido González (1965), en Camagüey, cuando tenía apenas 25 o 26 años”, recuerda. “Quizás eso es parte de la razón por la cual me interesa tanto la pelota en la isla”, añade con voz pausada en diálogo vía Whatsapp con OnCuba desde Nueva York. Allí reside, al igual que la Cuba Foundation, una organización sin fines de lucro ideada por este experto en finanzas para ayudar al emergente sector privado anclado en la isla.
Ese trabajo juvenil paterno, —erigir templos para la pelota— marcó con fuego la breve infancia de Gustavo en su país. También la vida profesional de su padre. El estadio no era solo un espacio deportivo, era un símbolo de progreso y pertenencia a un lugar entrañable de juego, pasiones y colectividad vociferante que igualaba a la fanaticada. La pelota, como diría el historiador Félix Julio Alfonso, era “el juego galante” que acompañó la formación de la nación cubana desde la segunda mitad del siglo XIX.
La partida: Adiós a Cuba
Gustavo apenas tuvo tiempo de conocer la isla antes de partir al exilio. En 1968, con seis años, su familia emigró a Estados Unidos. El destino fue Hialeah, Florida, entonces una urbe de apenas 15 mil habitantes que se transformaba a ritmo vertiginoso (“La ciudad que progresa”, rezaba el eslogan), dejando atrás su condición periférica y semiagrícola. “Al principio era como 50/50 entre americanos blancos de ascendencia inglesa y cubanos. Con los años cambió a básicamente 100 % cubano”, contabiliza jocoso.
La migración masiva de los sesenta convirtió a Hialeah en un enclave cubano, un laboratorio de identidad en el exilio. Allí, Gustavo creció entre dos mundos: el recuerdo de una Habana que se difuminaba en su memoria y los famosos estadios que su padre había levantado, y la realidad de una comunidad que reconstruía y ampliaba Cuba en la diáspora, a golpe de mesas de dominó, café espeso y pan con lechón, pero también con resabios, frustración y resentimiento clasistas de quienes, de algún modo, habían sido arrojados del paraíso al perder su lugar en él.

2015, el regreso
Después de décadas en el exilio, Gustavo volvió a La Habana en 2015, coincidiendo con el deshielo diplomático entre Barack Obama y Raúl Castro. “Fue la primera vez que regresé desde que salí en el 68. Siempre he tenido la ilusión de poder ayudar a Cuba de alguna manera”, explica. Ese retorno fue el germen de la Cuba Foundation, una organización sin fines de lucro que creó con su experiencia financiera para trabajar en el desarrollo económico y social de la isla.
La Fundación se centra en cinco áreas: cultura, deportes, sector privado, educación y arte. “Al fin del día lo que queremos hacer es ayudar a Cuba apoyando al sector privado, siempre dentro de la legalidad de Cuba y de Estados Unidos”, subraya.
Un cuadro del establisment aprovecha el momento histórico
Durante años, Gustavo Arnavat trabajó como el representante de Estados Unidos en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), “el banco más importante de desarrollo multilateral en la región”. Cuba, aclara, nunca fue miembro de esa institución, pero fue allí donde se inspiró para pensar “en cómo contribuir a su país natal”.
La página web de la Fundación expone una audaz hoja de servicios: Director Ejecutivo de EE. UU. en el BID durante la presidencia de Obama, supervisando más de 50 mil millones de dólares en financiamiento para 26 países de América Latina y el Caribe.
Con más de 30 años de experiencia en banca de inversión, desarrollo económico y seguridad nacional, se ha destacado por su compromiso con la sostenibilidad y la inversión de impacto. Es graduado cum laude de la Universidad de Cornell, posee una Maestría en Políticas Públicas del Harvard Kennedy School y un doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Pensilvania.
La coincidencia con la apertura entre La Habana y Washington en 2014 lo llevó a replantearse su carrera. “En ese momento cambié lo que tenía en mente y me lancé a ser parte de ese proceso”, repasa este analista financiero que trabajó siendo muy joven en la belicosa administración Reagan, en los años 80, en los finales de la Guerra Fría.
Aunque reconoce que el período de Obama fue “un poco frustrante para mucha gente”, para él significó la oportunidad de regresar a Cuba por primera vez desde 1968. “Volví en 2015 y he seguido viajando muchas veces para entender mejor mi patria natal. Siempre he tenido la ilusión de poder ayudar a Cuba de alguna manera”.
De esa experiencia nació la Cuba Foundation, concebida para institucionalizar su compromiso.
“Todo lo que hacemos tiene que tener algún tipo de ángulo de sector privado”, subraya. La cultura y los deportes son dos de esos ámbitos, y precisamente en la intersección de ambos se sitúan los eventos que la Fundación ha organizado en Cuba.

La pelota como memoria compartida
Arnavat detalla que esta fue la tercera intervención de la Fundación en el terreno del béisbol. La primera, en 2024, fue una conferencia científica sobre los orígenes de la pelota en Cuba, conmemorando los 160 años de su llegada. La segunda, celebrada en marzo pasado en la ciudad de Santa Clara, rindió homenaje al cumpleaños 130 de Alejandro Oms, “uno de los jugadores más importantes no solo de Cuba, sino también de las Ligas Negras”.
La tercera conferencia, celebrada recientemente, se centró en los vínculos entre Cuba y la Cuenca del Caribe, y en particular en la relación con las Ligas Negras de Estados Unidos.
“Por la discriminación, los jugadores no podían jugar en las ligas de Estados Unidos y terminaban su temporada en Cuba”, explica. “Increíblemente, de los 123 jugadores de los Leopardos de Santa Clara, 53 eran de las Ligas Negras. Entre ellos, los mejores”, resalta Arnavat.
Uno de esos nombres fue Johnny Taylor. La Fundación tuvo la oportunidad de recibir en Santa Clara a su hija, Maureen Taylor Hicks.

“Ella vino con su familia y eso convirtió un evento científico en algo más personal”, relata Arnavat. “Habló de su padre, lo que significaba, aunque él no gustaba de hablar mucho de la pelota. Era un hombre humilde”.
Para la familia, el viaje fue profundamente impactante. Junto al mítico receptor cubano, ya retirado, Ariel Pestano, equipo Cuba y Villa Clara, Hicks develó la tarja histórica que la Fundación colocó en Santa Clara, elaborada por el escultor Mario Fabelo y declarada monumento de patrimonio cultural. “Ese es el tipo de impacto que buscamos”, afirma Arnavat. La tarja contiene la relación de peloteros negros estadounidenses que jugaron en los Leopardos.

Para él, la labor de la Fundación es también un ejercicio de rescate histórico. “Si la pelota hubiera venido de Alemania, ese hubiera sido el énfasis. Pero vino de Estados Unidos”, reflexiona. “Es una manera de subrayar que esos enlaces existieron, existen y van a seguir existiendo. Eso no va a cambiar nunca”. La intención es identificar y rescatar una historia “muy noble, muy bonita”, especialmente para las nuevas generaciones.
Entre las acciones más significativas, recuerda la donación de 40 guantes a niños de Villa Clara. “Solamente viendo la cara de esos niños, que tenían entre cinco y siete años, cuando recibieron esos guantes… fue increíble”, dice emocionado. Uno de ellos, minutos después de recibirlo, preguntó: “¿De verdad que son para nosotros?”. Para Arnavat, esa escena resume el sentido de la Fundación: sembrar futuro en la pelota cubana.
Otra iniciativa fue financiar la impresión del libro de Félix Julio Alfonso López, El juego galante. “Es una manera de asegurar que esa historia quede documentada y difundida en Cuba. En el futuro ojalá podamos hacer una traducción al inglés para distribuirlo también en Estados Unidos”.

Más allá del béisbol
La Fundación también ha incursionado en otros ámbitos. “Estamos produciendo un documental sobre emprendedores afrocubanos”, señala. Se trata de entrevistas que buscan visibilizar sus retos y necesidades de los implicados en estas pequeñas empresas permitidas a partir de 2021 y que ahora suman unas 11 mil en todo el país.
“Es importante apoyar al sector privado y subrayar que ellos existen, que tienen necesidades únicas y retos aún más importantes. Queremos que el público en Estados Unidos tenga conocimiento de eso”, insiste un perseverante Arnavat.
Aunque reconoce que no han hecho mucho en otras áreas de enlaces con Estados Unidos, reafirma que el enfoque principal es el sector privado en Cuba. “Nuestros fondos vienen de personas privadas en Estados Unidos. Eso promueve enlaces entre personas de ambos países, aunque ese no es nuestro enfoque principal. Nuestro objetivo sin discusión es el desarrollo económico en Cuba por medio del sector privado”.
La Fundación también ha otorgado becas a estudiantes de música para estudiar en Berklee. “Hay mucho talento en Cuba y queremos ayudar a desarrollarlo”, afirma. Una joven flautista, impedida de viajar a Boston por las regulaciones migratorias de la actual administración republicana, pudo comenzar sus estudios en España gracias al apoyo de la Fundación.
Fuego cruzado
El contexto no es fácil. “Sin duda es un ambiente complicado”, admite Gustavo. El bloqueo/embargo de EE. UU. dificulta transferencias y donaciones, mientras que en Cuba persisten trabas al sector privado. “Tenemos dos opciones: no hacer nada, o ver qué podemos hacer. Yo tomé la decisión de hacer cosas, siempre dentro del marco legal”, advierte.
La Fundación mantiene transparencia con las embajadas de ambos países y trabaja con bufetes legales para garantizar la corrección de sus operaciones. “Yo siempre digo: los mambises lo tenían peor. En comparación, nosotros estamos viviendo vidas de lujo”, ironiza.

Martí, Mandela y Obama en una misma web
En su página web, la Fundación exhibe símbolos que resumen su filosofía: José Martí, Nelson Mandela y Barack Obama.
“Martí es quizás el cubano más importante de la historia. Es una persona que une a todos los cubanos”, explica. La cita de “Cultivo una rosa blanca” es central: cultivar tanto para amigos como para enemigos.
De Mandela rescatamos la lección del perdón: “Cuando salió de la cárcel dijo que si no dejaba atrás el odio en su corazón, nunca iba a ser libre”. Y de Obama, la idea de que cada ciudadano es la solución a los problemas. “Eso me hizo reflexionar mucho. Tenía razón”, concede Arnavat.
Biden: promesas y mentiras
La decepción llegó con el presidente demócrata Joe Biden, quien la arrebató la sucesión consecutiva a Trump en 2020. “Yo tuve una conversación cara a cara con Biden en 2019 y le pregunté si íbamos a regresar a la política de Obama. Él me dijo que no solamente íbamos a regresar, íbamos a hacer mucho más”.
La pregunta inevitable: ¿Y qué pasó?
Según Gustavo, los asesores políticos convencieron a Biden de no cambiar la política por razones electorales en Florida. “Fue un gran error. Una de las consecuencias fue que más de 800 mil inmigrantes de origen cubano entraron a Estados Unidos en menos de dos años. Eso causó problemas políticos a Biden”, afirma.

Diálogo final
Bueno, Gustavo, para no abusar de su tiempo, vayamos a una mirada atrevida hacia el futuro. El presente, ya lo sabemos, es sumamente desalentador para este país. Estamos inmersos en una crisis estructural de la que no logramos salir. Cepal nos ubica por debajo de Haití en productividad del trabajo y los recursos de Cuba no parecen suficientes ni siquiera para detener el deterioro, mucho menos para superarlo. Para cada vez más expertos, la única salida es un cambio de paradigma político y económico en la isla y que Estados Unidos afloje las presiones y se logre un entendimiento respetando la soberanía de este país. ¿Usted tiene fe en una solución y en qué plazo? Recuerdo siempre aquella frase de Keynes, que usted como economista sabrá: “En el largo plazo todos estaremos muertos”. Entonces, ¿cómo ve ese futuro mediato?
Primero quiero aclarar que no creo que Cuba deba compararse con Haití. He estado allí varias veces y es un país con una historia muy distinta, marcada por largos períodos de violencia y falta de estabilidad en todos los ámbitos. No soy tan pesimista como para poner a Cuba y Haití en la misma oración.
Lo que puedo decir es que la solución está en manos tanto del gobierno cubano como del norteamericano. En nuestra página web, la primera figura que aparece en la sección de principios es Marco Aurelio.
Me llamó la atención que citara a un emperador en su web.
Marco Aurelio, emperador de Roma, fue quizá el hombre más poderoso de su tiempo, pero también un filósofo reconocido por su sabiduría. Él sostenía que la solución comienza en la mente: uno debe aprender a controlarla.
A pesar de su poder, nunca pensó que podía obligar a los demás a hacer lo que él quería. Decía que el liderazgo inteligente no pierde tiempo en fantasías de un mundo sin problemas ni en la ilusión de tratar con personas perfectas. Reconocía que no existen soluciones perfectas.
No podemos esperar condiciones ideales ni personas santas. Siempre habrá insatisfacción, riesgo de fracaso y obstáculos. Por eso lo más importante es tener claridad en los objetivos y en lo que se debe hacer para alcanzarlos.
La solución está en nuestras manos, pero debemos aceptar que habrá compromisos. En inglés, compromise significa renunciar a una parte de lo que uno quiere para llegar a un acuerdo que beneficie a ambas partes. Esa es la clave.
Volviendo a lo que decimos en nuestra página web: tenemos una visión a largo plazo. Me duele profundamente lo que ocurre en Cuba y también en la comunidad cubanoamericana. Sé que muchos desean regresar, vivir allí, trabajar allí, y no han podido hacerlo. Es una tragedia griega: nadie sale bien parado.
No creo que alguien pueda sentirse feliz en este momento, ni en Cuba ni en la Florida. Nuestro compromiso sigue siendo ayudar al pueblo cubano y al sector privado, siempre que sea legalmente posible. La historia dirá quién estuvo bien y quién mal.
Pues usted es una de esas personas desafiantes que encarnan lo que decía Lezama Lima: “Solo lo difícil es estimulante”.
Así es. Es una combinación de visión y voluntad. Muchas veces esa visión es el único estímulo necesario. Uno piensa: Si logro hacer esto, sería magnífico. Y entonces se decide a hacerlo. No es fácil, pero tampoco imposible.












