Mucha gente habría empezado a hablar del calor cuando le preguntaran por el verano en Cuba. Pero, ¿no les ha pasado que cuando dicen calor, les da más calor? Y eso en una Isla tropical, donde no abundan los aires acondicionados y los ventiladores suelen tener un uso superior a una década de explotación, es una sentencia –al menos– para el sofoco.
Repasemos un día normal, sin importar el orden de algunos factores. Te levantas, haces café (te da calor), te lo tomas (más calor) y te bañas. Te vistes (te da calor), te quejas invariablemente porque te acabas de duchar y ya tienes calor. Fuera de casa la intensidad se multiplica por tres.
El cubano de a pie lo advierte más. Y fíjese que usé la expresión “cubano de a pie” porque esa frase no es una segmentación, sino casi una literalidad: en Cuba la gran mayoría de la gente anda a pie, y no porque el cardiólogo lo haya sugerido.
Estime una caminata de la casa al trabajo, con un recorrido de tres kilómetros bajo este sol que la geografía nos ha regalado, y se sentirá saludable, pero sudado. ¿Dije intensidad multiplicada por tres? Creo que fui conservadora.
No es todo. Por el camino, usted se verá precisado de hacer paradas. El cubano es un conversador nato, y resulta un desplante mayor si le saludan y no usted no responde con una sonrisa y de inmediato. Así que arrancamos el día con calor, pronto estamos sudados, asumimos nuestra caminata sin receta y nos encontramos con los típicos “saludadores” de todos los días. Como la educación empieza en casa, y nos jactamos de los conceptos básicos, soltará un: ¿Qué tal?, y se atornillará la sonrisa en la cara hasta que duela. Le robarán minutos, le preguntarán por personas que hace siglos no ve y usted dirá que anda apurado porque tiene una reunión. ¿Ven para qué sirven las reuniones? Es muy posible que le despidan con un: ¡Uf, y qué calor está haciendo! ¡Y todavía no ha llegado agosto!
Esa frase, así soltada como al descuido, provoca pavor. Es la peor frase, solo superada por la épica: “Tenemos que hablar”. Es la homónima del estandarte de la Casa Stark en la serie Juego de Tronos: The Winter is Coming. O sea, lo peor está por aparecer. Un presagio nada alentador, para cuando ya estás convencido de que si hay algo peor, que te parta un rayo.
Y no sabes que el rayo que pediste te rajara al medio, acabas de obsequiártelo, subiéndote a la primera guagua que te frenó en seco, cuando le hiciste señas. Lo que contaré a continuación es invariable dentro de cualquier transporte público, en cualquier provincia de este país. Súmele que es verano, hace calor tropical, y humano.
Es importante que quienes bajen y suban a la guagua lo hagan al unísono. Es una escandalosa sinfonía, donde el personaje más gordo será maldecido por todos los siglos y Amén. Póngale que la guagua tiene una sola puerta, y hacía media hora no pasaba. Eso es un espectáculo digno de disfrutar, si no fueras tú uno de los que andan perdidos entre el primer escalón y la acera, o entre el sobaco del uniformado del Banco y la rodilla de la señora de la lycra.
Lo siguiente forma parte de cualquier buen currículo presentable a la Escuela Cubana de Ballet. ¿Cuánto puedes mantenerte en punta de pies? ¿Cuánto demora el P5 de La Lisa al Vedado? ¡Aprobado! Lo dicho, somos una potencia internacional en el baile y no es por una razón al azar. Están Alicia Alonso y el transporte urbano.
Continuamos en la misma posición, y resulta que a la señora de la lycra le gusta la canción que el chofer –amo y señor de la guagua– nos ofrece a todos como acto de dominación. No, esta vez no es reguetón, es La Original de Manzanillo. A la señora no solo le gusta el tema, le encanta. La señora canta, baila y te pregunta cosas. La señora te quiere contar que nació en Oriente, y que allá la música sí es buena. Que en los Carnavales de Santa Clara se pega a la tarima con La Original, la señora prácticamente te quiere adoptar.
En ese glorioso minuto, estoy convencida de que el cubano es una raza superior. Lo normal en una situación de esas es que no emitas sonido alguno, que te azotes mentalmente: ¡por mi culpa, por mi maldita culpa! Y tires un cable a tierra hasta que veas, al final del túnel, la luz.
Pero no, el cubano quiere ser tu amigo a esa hora. ¡Peor!, el cubano te sonríe… en punta de pies, custodiado por cuerpos extraños, con el calor de junio, con La Original a todo volumen, con el fogón eléctrico roto en una jaba, y con el aroma del que masca tabaco como aliciente.
Y así, en la próxima parada, se esfuma la postal no turística de esta Isla. Comienza para ti la jornada laboral, tú que no acumulaste vacaciones en verano, porque prefieres librarte de todo en fin de año, y ahora te arrepientes. Tú que subes par de escaleras para llegar a tu oficina, donde gracias a la buena voluntad y a una computadora, te ponen aire acondicionado. Tú que llegas arrasado, pero tarareando a La Original. Tú que te detienes ante un extraño papelito –nunca antes visto– que cuelga en la puerta y te ordena que para no girarse en el consumo de la electricidad, apagues el aire en horario de almuerzo.
El calor, que viene a hacer más difícil nuestras trabas cotidianas. Pero siempre quedan cosas, como este tipo de crónicas que nos refrescan el día. Te sigo en Vanguardia y te sigo aquí, Mayli. Sigue escribiendo así de bien.