La única Cruz conocida de la expedición de Cristóbal Colón que queda en Cuba está intacta. Matthew, el huracán categoría 4 en la escala Saffir Simpson que estremeció Baracoa no pudo destruir la añeja reliquia, seña de la evangelización católica de la metrópoli en la Isla colonizada.
“La Cruz de Colón sigue guardada en la casa parroquial, por ahora, hasta que todo se estabilice”, dice con ademán de fiel devoto el padre Mateo, párroco de la Iglesia de Baracoa, templo que el Papa León X erigió como primera sede episcopal y catedralicia de Cuba entre 1516 y 1523.
El sacerdote habla del milagro al que han asistido él y varios de sus feligreses pues la iglesia toda resistió un ciclón potente y protegió cada objeto necesario para la liturgia.
¿Es una construcción muy antigua?
Es la iglesia Primada de Baracoa. No es tan añeja, pues ha sido reconstruida en varios períodos, pero es el templo que custodia la Cruz de Colón, la única que se conserva de las 29 que trajo en su viaje.
Los fuertes vientos de Matthew no doblegaron ese sitio de fe, que desde 1757 fue nombrado Iglesia de la Santa Cruz de la Parra y, a partir de 1804 le fue concedido el estatus de Parroquial Mayor.
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Protegido con las “tablas del nacimiento”, al templo no se le rompió ni una ventana ni un vidrio. “Es un milagro. Lo más impactante sucedió cuando el ojo del ciclón pasó. Nos llegó una familia, tres personas en sillas de ruedas y algunos niños que había perdido el techo. Se quedaron con nosotros”.
En dos años como párroco de Baracoa, el padre Mateo Costinobi no había visto fenómeno más violento. “La gente se ha quedado con un huracán dentro”, dice, mientras indica que tanto él como el padre Alberto, cura de Maísi, se han reunido con la organización de la Iglesia Caritas “para establecer las ayudas necesarias para la alimentación” y se suministran granos y arroz y o se cocina y se reparte un plato de comida a las personas afectadas.
El padre Mateo fue de los primeros en salir a las comunidades cercanas y cuenta que ha visto cómo el ciclón ha destruido casas enteras. “Hemos notado que cuando las personas nos ven, nos abrazan y lloran. Todos están buscando arreglar su techito, tener su cuartico para guardar sus cosas y quieren alguna vianda para hervir, alguna fruta. Lo más difícil es la alimentación, al menos a la ciudad algo ya está llegando”.
En ello coincide el sacerdote Alberto, quien asegura que en Maisí el problema más apremiante es la falta de agua potable. “Ya lo había antes de Matthew. Sabana, por ejemplo, no tiene suministro fluido. La gente, incluida la Iglesia, usa el agua de lluvia y la almacena en aljibes. Pero estos recipientes están contaminados y el ciclón también se llevó las canales”, se lamenta.
Hace solo un mes que el prelado ejerce su sacerdocio en Maisí. Su diócesis –en su natal Camagüey– presta ayuda a Guantánamo con un cura que por tres años atenderá la zona.
“Estoy justo empezando en nuestra sede, que está ubicada en Sabana, y desde ahí se atienden dieciocho comunidades”, precisa.
Con 19 años ya con los hábitos, el padre Alberto nunca había visto un panorama tan desolador. “Devastado. La palabra es devastado”.
¿Sufrió algún daño la iglesia?
Sí, pero en comparación con lo que le ha pasado a la gente, está bien. Tengo allí un techo y una cama, sin embargo, hay gente que lo ha perdido todo, que tienen la casa en el piso y tratan de rescatar tablas o cartones para hacerse un cuartico.
¿Es mucha gente?
Mucha gente, mucha gente… Salí el viernes a recorrer la comunidad, a tomar algunas fotos, y llegó el momento en el que me sentí saturado. Para donde mires hay casas sin techo o sin paredes.
¿Cómo colabora la iglesia con las acciones de recuperación?
Activamos comedores en varios sitios. Hay módulos de comida para las personas que viven más lejos y leche para los niños. También labora en la comunidad una brigada nuestra de trabajadores manuales.
La gente da gracias porque no hay pérdidas de vidas humanas. Dicen: “Estamos vivos y podemos luchar”. Lo están haciendo. Cuando ocurren estas cosas, hay como un estado de anestesia, que no se sabe por dónde empezar. Pero las personas están trabajando. Incluso al otro día del paso del huracán, hubo lluvia y aun en esas condiciones muchos comenzaron a recuperarse.
Ha habido mucha solidaridad. Vecinos y amigos han acogido a personas en sus casas y han dicho: “Hasta que sea necesario, no se tienen que ir de aquí. Nos arreglamos”.
Usted es un hombre de fe, pero ¿piensa que su comunidad saldrá adelante?
Saldrá. La gente tiene esperanza y todos se van animando. Dios no va a faltar. Es momento de unirse y de priorizar la vida. Después iremos, poco a poco, caminando.
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En la Ciudad Primada, la Iglesia decidió retomar la actividad religiosa el pasado 9 de octubre con una misa a las 9:00 de la mañana. En ese oficio, al que asistieron decenas de personas, el monseñor Wilfredo Pino Estévez, obispo de la Diócesis de Guantánamo-Baracoa, exhortó a la congregación a ayudar al prójimo, a ponerse al lado del otro, a alejar el egoísmo y colaborar por el bien común.
Sentada en el penúltimo banco de la Iglesia, Delsy Margarita Legrá Quiroga escuchó atenta al obispo. De su casa, ubicada en la calle Mangos de Baragüá número 6, nada más quedaron intactos la cocina y el baño.
Rosario en mano, Delsy se aferra a la fe que profesa. “Me bauticé hace solo cuatro años. He sentido, desde entonces, que mi vida ha cambiado. Cada vez me afianzo más a Dios, porque me ha dado la fuerza para resistir todo esto. Lo fundamental es estar vivo y mientras haya vida, hay esperanza”, dice resignada.
la iglesia catolica cubana siempre ha estado al lado de los mas nesecitados