¿Se acuerdan de Hannibal Lecter? ¡Bah! Un niño de teta, ¿Zombis? ¡Bah! Qué aburridos ya. ¿Has leído el cuento La carne de Virgilio Piñera? Bueno, por ahí vamos… Más o menos.
Usaré las palabras de un rumano despiadado —¿homenaje a Drácula?— que aparece en algún punto de la novela que nos ocupa hoy; Cadáver exquisito de Agustina Bazterrica: «Acompáñeme (…) Disfrutemos de la atrocidad.»
Pensemos en los mataderos y en todo lo que ahí acontece, solo que en vez de ganado son humanos los usados para satisfacer la necesidad de carne de los propios humanos, con permiso del gobierno y aprobado por el pueblo. Sí, yo sé, muy fuerte. El otro día me encontré con una vecina y con el antiguo dueño de una charcutería cercana a mi casa, conversábamos de lo súper cara que está la carne, ¡cuando aparece!, y nos quejábamos, como buenos cubanos que somos, de la falta de proteína que sufrimos. Yo, tan jocoso como siempre, cerré la conversación con un «terminaremos como caníbales», y la vecina dijo «iugg, qué asco». Dos días después me encuentro con la novela de Agustina Bazterrica y ¡Báfata!, digo, ¡Librazo por carátula!
¡Esta es la novela más cruel que me he leído! Así, con histéricos signos de exclamación. Un librazo de los que te dejan en plan: «¿Qué es esto?», «¿Por qué?», «¡Madre mía!»… ¡Ay, George Orwell! ¡Ay, Poe! ¡Ay, Lovecraft! Hasta la Mary Shelley debe estar lanzando bendiciones desde la Biblioteca Central del Más Allá al leerse esta novela.
No soy vegetariano, creo en el poder de las proteínas y en la naturaleza carnívora de los seres humanos —respeten mi criterio, ¿bien? No quito el derecho de nadie a tener el suyo con respecto a la comida—, como también apoyo a las leyes que exigen un trato menos violento en los mataderos porque, al final, ser humanos viene con un nivel de conciencia que debería respetar la condición y las interacciones con el resto de las especies, pero ahondar en ese tema sería demasiado largo y nos sacaría de la presentación de esta novela —LQQD: los niveles del pensamiento que abarca su lectura.
Un pollo, un cerdo, una vaca, un pavo, etcétera, para convertirse en el rico platillo que degustamos ha de ser, antes, un cadáver, o sea, un cuerpo muerto, pero no muerto porque le llegó su momento natural y luego se dispuso, no, esas naturalidades son asuntos de auras tiñosas y otros entes carroñeros, o simples depredadores con hambre y sin comida— que en esta historia son los pobres y los marginados.
Explico o justifico un poco —de manera atrevida de mi parte y sin contar con la autora—el título, porque de seguro ya has leído o escuchado la frase «Cadáver exquisito», y antes de que apuntes a la autora y la acuses de falta de originalidad por usar un título ya manoseado, como si hubiera compuesto otra canción llamada Sin ti o Te amo. Te cuento que «Cadáver exquisito» es como se le llama al resultado de un juego de palabras por medio del cual se crean maneras de sacar de una imagen muchas más. Se juega entre un grupo de personas que escriben o dibujan una composición en secuencia. Cada persona solo puede ver el final de lo que escribió el jugador anterior. El nombre se deriva de una frase que surgió cuando fue jugado por primera vez en francés: « Le cadavre – exquis – boira – le vin – nouveau » (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo). También se le conoce como «El quebrantahuesos»—gracias, Google.
En esta novela, se trata de un juego en el que las personas deben adivinar a qué sabe la otra, como si los demás solo fueran trozos de carne ambulante, y aunque al juego solo se le presenta de forma breve, al final, todos los personajes son potenciales platos de comida porque a eso han sido llevados por ¿la necesidad?, ¿la manipulación?, ¿ambas?
¿Gente que cría gente para comer?
Sí, así de retorcida es la cosa. No solo eso, sino que también se pueden criar a otras personas con el fin de engordarlas y eventualmente comerlas, como en Hansel y Gretel, a lo “puerquito de fin año”, eufemismo con el que solemos llamar —en Cuba— a ese cerdito al que a veces hasta le ponemos nombre y cuando se acerca el 31 de diciembre se mata y se cocina para el deleite de la familia y de los amigos. Perdón, puercos del pasado. Hace mucho que no como cerdo, no es que sea judío, es que está muy cara su carne en el mercado cubano. En fin, hoy divago demasiado, debe ser el shock del librazo.
¿Por qué se dejan hacer eso?
Legitimación gubernamental. Los de arriba dijeron «ese tipo de gente no es gente, es carne», y el resto se sintió superior porque obedeció a la maldad o la apoyó con su silencio y con su miedo, y como tal, sin creer que hacían y legitimaban el mal, lo reprodujeron hasta que el error se volvió natural y lo despiadado se convirtió en justicia.
La novela es una distopía. Supuestamente hubo un virus que infectó las carnes de los animales y luego la de las personas que comían animales; muchas muertes, caos epidemiológico, ¡todo eso!, población mundial mermada para bien de la sobrepoblación, las carencias de comida y el crecimiento de la pobreza —entre más explico más retorcido suena, pero así es el mundo, bueno, la humanidad—, entonces, los que empezaron la prole de los deshumanizados que terminaron siendo cabezas —o sea, carne— fueron inseminados y criados para tal menester, sin cuerdas vocales para que ni hablaran, marcados como ganado y desprovistos de nombres y tratos de semejantes por sus criadores y verdugos.
Todo esto sucede después de lo que en el libro se llama «La transición», una ley que controla las prácticas de este canibalismo, al que tampoco se le debe llamar canibalismo, así como a la carne humana no se le debe llamar por su nombre sino por su categoría: especial.
«(…) Eso es lo maravilloso, que aceptemos nuestras desmesuras, que las naturalicemos, que abracemos nuestra esencia primitiva (…) Después de todo, desde que el mundo es mundo nos comemos los unos a los otros. Si no es de manera simbólica, nos fagocitamos literalmente.»
Qué malo todo, ¿no?
No, al menos no hay esclavismo, de hecho es condenado bajo el lema: «la esclavitud es barbarie». Mira tú, qué cínico todo.
¿En qué radica el drama o la acción?
Resumo, ya que se entiende un poco el contexto: Marcos es un hombre con problemas maritales a raíz de la pérdida de un hijo por muerte súbita. Se queda solo, trabaja en un puesto importante dentro de un matadero, le regalan una mujer que es para carne, cosa de que la críe, se la coma o la venda, lo que él quiera —nótese: ¡una mujer para carne! ¡Ah, y sin cuerdas vocales!— y esto pondrá en juego los ideales de obediencia civil del protagonista, así como su capacidad para superar sus traumas familiares.
Tiene un final impredecible y alucinante, que dejará al lector reflexionando y un tanto sobresaltado.
He aquí un trozo de la narración que casi a la mitad de la novela explica parte del estado de ánimo del protagonista —final del capítulo 13, vaya número—:
«¿Cuántas cabezas tienen que matar por mes para que él pague el geriátrico del padre? ¿Cuántos humanos tienen que sacrificar para que él olvide cómo acostó en la cuna a Leo, lo arropó, le cantó una canción y al día siguiente amaneció muerto? ¿Cuántos corazones tienen que ser guardados en cajas para que el dolor se transforme en otra cosa? Pero el dolor, intuye, es lo único que lo hace seguir respirando.
Sin la tristeza, no le queda nada.»
La descripción de los mataderos y las formas en las que se distribuyen las partes de las personas deshumanizadas, —si es que es posible quitarle lo de humano a un ser humano—, es escalofriante, al punto de provocarle arcadas a un médico forense, no por la sangre, los pellejos y órganos cercenados y distribuidos en bandejas, sino por el fin con el que se hace.
Por momentos recordé lo que he leído sobre los campos de concentración para judíos en Auschwitz en los que aprovechaban al máximo los cuerpos de las víctimas. Y mejor ni menciono los platos de comida, repito, este es el libro más cruel que me he leído, y añado, es, a ratos, muy repugnante, morboso y en todo momento resulta impactante.
Creo que me siento mejor persona después de haber leído esta novela, pues desapruebo todo lo que acabo de leer, a pesar de que como historia de ficción, como distopía, como entretenimiento de terror: es un éxito total.
Está narrada con fluidez, pues ya de por sí la realidad que propone no existe y debe ser desmenuzada para quien la lea.
Tu sensibilidad será puesta a prueba. Créeme, te lo dice alguien que no se asusta con las películas de terror, a quien ni El exorcista le dio miedo, y eso que lo vio a las tres de la mañana y solo en un cuarto, a ver si el terror le provocaba algo. Sin embargo, ver videos de la Deep Web sí me quitó el sueño, porque las cosas que nos hacemos en verdad son el mayor terror que existe.
Esta historia me ha impactado porque las distopías logran estrujarme el pecho y hacerme el cerebro sudar. Por lo general cuando un autor va a trabajar el género investiga el tema que abordará y le da un giro exagerado para llamar la atención sobre un fenómeno que sí es real, como vimos en La historia de la criada con el fanatismo religioso, la misoginia y los totalitarismos. En Cadáver Exquisito se exagera la manipulación de los pueblos para solventar las crisis que nacen generalmente desde los mismos gobiernos, el abuso del poder ejercido por los más adinerados, y la maldad que puede ser inyectada en la población cuando lo inhumano es patentado como parte de lo humano, así como el problema de la sobrepoblación y las crisis alimentarias que sufren demasiados países.
Las descripciones son tan certeras y tan nítidas que me sentí en la sala de un cine, incluso escuchaba a los otros suspirar o irse cada vez que yo arrugaba el entrecejo ante una imagen fuerte, ante la escena de sexo con sangre, la cacería de personas como deporte y la gente-mercancía siendo cercenada de a poco para cocinar carne fresca.
¿Tiene película?
Existe una película con ese mismo título, pero no está basada en la novela de Agustina Bazterrica.
Este Cadáver exquisito hasta dónde sé no tiene película, pero en caso de darse debe ser hecha por un director bien duro y atrevido, pues el contenido gore que debe tener es alto, la violencia visual es importante en esta novela, y creo que el resultado puede ser una buena película que termine siendo de culto después de espantar a ene cantidad de puritanos, refinados y triquismiquis de las salas de los cines. Yo quisiera que la tuviera, de verdad… pudiera ser una serie —¡Fiuuu, Netflix!—, aunque me da miedo que si la hacen la gente empiece a querer más y la autora tenga que sacarle lascas a «La transición» como parte de la historia para la segunda temporada, y luego a lo que pasó «después de» para la tercera temporada y la cosa acabe saturando. A veces es mejor que te enseñen un trozo y te dejen lo demás a la imaginación.
Me imagino hasta el filtro azulado de las imágenes, con mucho metal, gris, sombras, frialdad de morgues y mataderos, abandonos apocalípticos y yerba alta, alternados con limpieza de geriátrico caro y estética futurista en el decorado de las casas —¿Por qué lo futurista es casi siempre tan gélido, tan automático, robótico, poco grácil y serio?.
Hay momentos de pura poesía —si uno se pone a analizar semióticamente—, como cuando en un sueño al protagonista le abren el pecho, le comen un trozo de corazón que luego escupen y le dicen: «No hay nada peor que no poder verse a uno mismo», para luego colocarle una piedra donde va el corazón, piedra que acompañará al pensamiento y al sentir de Marcos, el personaje principal.
Muy espeluznante esa caminata por el zoológico abandonado en la que encuentra grafitis en una pared, y entre las cosas escritas aparecen las siguientes frases: «carne con nombre y apellido, ¡la más rica!», «después del toque de queda te podemos comer», para luego enternecernos al leer una escena de empatía entre el hombre y unos cachorritos, como en un acto de comparación que luego es roto por una persecución y un enfrentamiento entre especies, porque si nosotros nos hacemos tantas cosas malas los unos a los otros, ¿por qué debería un perro confiar en un humano?
Una pregunta empieza a darnos vueltas a partir de la mitad de la novela: ¿Fue el virus algo real? Pues de pronto sabemos que el protagonista desconfía del gobierno: «El gobierno quiere manejarte, es para lo único que existe.», «(…) sabiendo, sospechando, que el virus era una mentira fabricada por las potencias mundiales y legitimada por el gobierno y los medios.»
Casi todo es sombrío, tenso y sangriento, aunque hay una especie de sensualidad macabra dentro de este amasijo de pieles desnudas y cuerpos extraños que coinciden desde extremos diferentes.
Solo una cosa es predecible en la trama, pero es como una forma de coger impulso para liberar al Kraken de la sorpresa y dejarte con la mandíbula en el piso y los ojos mirando al vacío.
Es una novela que a través del canibalismo, el terror, la trata y la cacería de personas, habla sobre los juegos de poderes, sobre lo peor de la condición humana y sobre la estupidez de la obediencia a las leyes gubernamentales que instan al sinsentido en tiempos de crisis, como una especie de fábula contra la manipulación de los pueblos por sus gobiernos y empresas, porque después de todo, ya lo dice un fanático religioso en la novela —otra arista que corta sus tajadas del pastel de las crisis—: «El ser humano es la causa de todos los males de este mundo. Somos nuestro propio virus».
Cabe destacar que la versión en inglés bajo el maravilloso título: Tender is the flesh, alcanzó un puesto privilegiado entre los lectores en Goodreads, por encima de Stephen King y Guillermo del Toro. Ya me quité el sombrero con Agustina, me toca arrancarme el cuerpo cabelludo e inclinarme.
¿Quién es Agustina Bazterrica?
La autora que ahora mismo tiene un seguidor más en Instagram y a la que si un día veo le besaré una mano y presentaré mis respetos.
Agustina Bazterrica es una escritora argentina, licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires, que ha ganado algunos premios importantes en su país y en el extranjero, incluido el Premio Clarín de Novela en el año 2017, precisamente con Cadáver exquisito.
Tiene también publicadas la novela Matar a la niña (2013) y los libros de cuentos Antes del encuentro feroz (2016) y Diecinueve garras y un pájaro oscuro (2020). Es una de las gestoras y curadoras culturales del Ciclo de Arte Siga al Conejo Blanco y coordinadora de talleres de lectura.
Yo pretendía comportarme como un acosador cualquiera para dejarle una línea en los mensajes de Instagram, lo leyera o no, en un desesperado acto de fanatismo —muy alejado del Misery de Stephen King—: «Gracias por el librazo», pero tuve la suerte de que ella leyera mi anuncio de haber sido impactado por su novela y me contestara con emojis de risas y un jovial agradecimiento. No solo me iluminó con su obra, sino que también me hizo el día.