En mis andanzas de bookstagrammer —y para los no entendidos, eso de bookstagramer es básicamente la unión de book, libro, en inglés, y grammer, que se refiere a Instagram, la red social—, he descubierto muchísimos títulos y autores, he conocido gente talentosa e inteligente, escritores agradecidos, y hasta he hecho una primera lectura conjunta con un bookstagrammer de Chile.
Entre las autoras que recién descubrí está la belga Amélie Nothomb, cuya obra ha sido publicada por la Editorial Anagrama, y quienes me conocen bien saben que soy fan de esa casa editorial que es toda una institución para las letras —muchas de mis reseñas anteriores son precisamente títulos del catálogo de ese importante sello— y cazo como puedo los ejemplares que andan por ahí, en las librerías “de uso” habaneras como La Tertulia y Nautilus que no solo venden libros, sino que están haciendo actividades relacionadas con la literatura y la promoción cultural, manteniendo viva esa llama con pasión verdadera, algo que tanta falta nos hace, ¡gracias, libreros comprometidos! De corazón, GRACIAS.
Quisiera compartir con ustedes, mis queridos lectores, cinco “librazos” que me dio Amélie Nothomb en los últimos dos meses, y trataré de ser lo más breve posible con cada propuesta, porque si me pongo muy detallista este artículo los hará bostezar.
Hoy haré las cosas al revés de como siempre las hago, pues empezaré hablando de la autora, y luego de su obra.
¿Quién es Amélie Nothomb?
Esta autora es como la serie Sex and the city, como la Ginebra, o le odias o le amas, hay pocos puntos medios — aunque el respeto siempre es zona segura y siempre lo recomiendo—. Yo, aunque no he estudiado toda su obra, tengo una especie de “enamoramiento literario“ con ella.
He leído comentarios sobre su persona como que es excéntrica, por esto de que siempre siempre sale en las portadas de sus libros, por los sombreros y atuendos que usa, por el supuesto personaje que se ha fabricado para su carrera literaria, en fin, pero para mí, en lo personal, todo eso es parte de lo que más me agrada. Otros consideran que sus historias son un tanto superficiales y peca de escribir novelas demasiado cortas, y lo que más exalta a sus detractores es el hecho de saber que Amélie escribe hasta cuatro novelas por año, aunque suele publicar solo una —¡Su disciplina es admirable!
He aquí una autora prolífica y exitosa, que sabe compaginar lo comercial con lo profundo y lo filosófico, siempre desde extremos incómodos para ponernos a pensar.
Sus novelas son breves, fáciles de leer, entretenidas y sorprendentes. Es directa, tajante, auténtica y en algunas ocasiones autobiográfica. Puede ser cruel, kitsch, cómica, oscura y burlesca, todo en una sola historia. Algo sí que tiene: personalidad y estilo.
Su forma de narrar cae pretenciosa, pues tiende a crear muchas frases, como si quisiera llenar un cuaderno de citas en algún momento futuro, como si tuviera las conclusiones de las situaciones y las cosas, como si quisiera hacernos entender su forma de ver el mundo y a las personas.
De sus más de treinta novelas y alrededor de sesenta libros publicados seleccioné una muestra de cinco, que son los que he leído y he disfrutado, a modo también de primer paso para seguir estudiando su obra en lo adelante.
Vamos a ello:
Antichrista es una novela corta que cautiva por la intriga que plantea desde el inicio, y que luego crece y se desarrolla hasta límites absurdos en los que el lector se queda con la boca abierta.
La historia cuenta una “extraña” relación amistosa entre dos adolescentes, Blanche y Christa, que son súper diferentes y no tienen una zona común más allá del contexto clase.
Para Blanche, chica retraída, poco sociable, acomplejada y en sus propias palabras invisible, ganar la amistad de Christa, una mujercita popular con todos los brillitos que eso lleva, constituye un logro al cual el sabor a conquista le dura poco, pues de pronto la Christa inicia una guerra de poderes y una serie de chantajes emocionales, manipulaciones, máscaras y mentiras que irán mellando la paz en la que Blanche solía vivir, pues su amiga, para más inri, se roba la admiración de sus padres: «¡No se llama Christa! ¡Se llama Antichrista!».
Por momentos se ve venir un crimen, una explosión de celos con final violento, pero la trama coge una curva que no se veía venir y las reglas del juego cambian.
La novela muestra un caso ejemplar de todos los rincones a los cuales nos podemos llevar por la falta de comunicación, por dejarnos arrastrar por la admiración de las pantallas sin ahondar en las personas, y de lo necesario que es el autoconocimiento y el reconocimiento.
La desgastante y desmoralizante experiencia de Blanche con Christa, digo, Antichrista, tiene varios giros sorpresivos que aceleran el ritmo ya conciso y directo de la narración de Nothomb, que escribe sin desvirtuarse y sin muchos adornos, con buen equilibrio entre la acción y la meditación. Cuando Blanche decide —¡al fin!— que «la no intervención exige más energía que lo contrario», entonces toma las riendas del asunto en un momento en el que parece estar en total desventaja, y convierte sus debilidades en sus fortalezas, y la amenaza en una oportunidad.
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Cosmética del enemigo es un thriller psicólogico que se lee “de una sentada” pues no llega a las cien páginas, la historia engancha por su intriga, humor, claridad y lo mejor que tiene son sus diálogos filosóficos y sus giros inesperados.
August, personaje, se queda en la sala de espera de un aeropuerto ante el retraso de su vuelo, y un curioso hombre llamado Textor Texel toma asiento a su lado para interrumpirle la lectura y conversar, incluso ante el rechazo de August; ejerce así una presión y una serie de chantajes que terminarán destapando un chorro de confesiones de crímenes, una violación y una propuesta de asesinato un tanto suicida.
Nothomb no baja ni el ritmo ni la intriga, al contrario, la tensión en esta historia va creciendo a medida que avanza la trama y el lector es arrastrado hacia rincones que no esperaba.
Se retoma el significado de la palabra “cosmética”, que va más allá de lo que estamos acostumbrados, y se nos presenta un exagerado ejemplo de lucha interna, ¿quién no se ha enfrentado a sí mismo? De hecho, es uno mismo el que se reta y confronta cada día.
La novela no solo logra entretener y enganchar, sino también ponernos a pensar en todas las cosas que en verdad queremos hacer y posponemos o reprimimos, como un recordatorio del monstruo en el que nos convertimos para nosotros mismos cuando no nos complacemos, y aún así, ¿qué pasa cuando lo que se nos antoja es pernicioso para otros?
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Estupor y temblores es la historia —autobiográfica— de una mujer belga que regresa a Japón para instalarse definitivamente, a pesar de los “encontronazos culturales”, ya que allí vivió durante su infancia.
En las oficinas donde trabaja, sus superiores la apocan, nada de lo que hace parece funcionar y como maldecida por la “ley de Murphy” baja y sube la cabeza de fracaso en fracaso.
A pesar de todo, se esfuerza en ser tenida en cuenta, como si hubiese adquirido ya esa adicción al trabajo y al orden que tanto caracteriza a los orientales.
Los diálogos tienen ese ritmo, cadencia o estilo japonés, tal parece que han sido traducidos de la lengua nipona, lo cual le confiere a las escenas una especie de doblaje bien hecho. La protagonista se encuentra luchando por ascender en un medio que la rechaza —¿Xenofobia, misoginia, envidia?— y termina descendiendo poco a poco hasta hacer los trabajos más absurdos, incluso luego de demostrar capacidad intelectual.
La narración de Nothomb aquí rebosa de humor y cinismo, incluso cuando describe momentos que pudieran ser más dramáticos encuentra la forma de plasmar su inteligencia a través de una refinada comicidad.
El juego de humillación al que se ve sometida la protagonista llega al punto de la competencia entre occidentales y orientales, y ella, europea al fin, sabe manejar el cinismo por encima de la crueldad nipona, al punto de efectuar un performance hilarante de Estupor y temblores para burlarse del excesivo y sumiso respeto y honor que se practica en ese país, incluso cuando no es merecido u oportuno: «(…) la mayoría de las veces el honor consiste en ser idiota…», dice el libro.
La novela constituye un acto de venganza o desquite con los malos tratos recibidos en esas oficinas, es un canto de victoria y una forma de reivindicación intelectual ante tanta subestimación extranjera.
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Ordeno y mando es una especie de fábula sin moraleja, un cuento de hadas con final feliz para adultos.
La capacidad que tiene esta autora de crear situaciones absurdas y tragicómicas con trasfondos existencialistas y profundos es admirable. Esta vez se trata de un hombre al que un amigo le advierte: «Si un invitado muere repentinamente en su casa, sobre todo no avise a la policía»; es esa la primera oración de esta comedia de suspenso.
El protagonista, el señor Bordave, más adelante tendrá que confesar —no precisamente a la policía—: «El sábado por la mañana, llamó a mi puerta, ¿por qué a mi casa?, para hacer una llamada telefónica y murió en el acto. Me entró el pánico, no llamé a la policía. Como tengo una vida que no es digna de ese nombre, quise apropiarme de la identidad de Olaf. Fui a la dirección que indicaba su documentación, por simple curiosidad.»
Por simple curiosidad termina descubriendo el mundo misterioso en el que vivía Olaf Sildue, comparte con la viuda del difunto y ambos disfrutan del ocio y del champán como si la casa lujosa fuera un balneario, hasta que unos tipos sospechosos empiezan a vigilar la casona desde afuera y la enigmática mujer de Olaf recibe una carta que cambiará el rumbo de ambos.
Como en todas sus novelas, Amélie toca temas de arte, moral, ética, estética, humanismo, y otras cuestiones intelectuales: «¿Y si el miedo fuera el pecado original?», preguntan antes de llegar a la parte en la que, desprovistos de la kafkiana idea de que «si no eres paranoico, eres culpable» emprenden un viaje atrevido hacia la felicidad, también salvados por esto de que “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón…”
Con «Las mentiras tienen un curioso poder: el que las inventa las obedece» se lanzan a ese yo ordeno y mando, como un desquite, una limpieza de karma, un corte del círculo de las mentiras en el que fue elegido para caer.
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Atentado no se aparta de la brevedad que caracteriza a las novelas de Nothomb. En este libro en particular se da gusto con Epiphane Otos, su protagonista, un hombre tan extremadamente feo que es considerado el más feo del mundo: «Mi fealdad, aunque extrema, poseía un cierto equilibrio debido a su distribución equitativa». Un Quasimodo que se enamora de una hermosa actriz a la que conoce en un rodaje al que fue para optar por el personaje de persona repulsiva, según la convocatoria del casting; más que Quasimodo y Esmeralda, La bella y la bestia.
Ante el amor que «siempre causa problemas», según la bella Ethel, Epiphane siente el impulso de someterse a una cirugía estética: «(…)¿hasta qué grado de metamorfosis se sigue siendo el mismo?» se cuestiona ante el miedo de las múltiples operaciones que requiere. Aquí nos deja pensando en cómo la transformación externa conlleva a la transformación interna, ¿o es acaso la una el resultado de la otra, y no precisamente en ese orden anteriormente expuesto?
La novela se va perfilando poco a poco en una especie de tratado novelado sobre ética y estética: «(…) la estética está regida por las leyes de la mística: lo que más exalta la extrema belleza es la extrema fealdad (…) no creo en nada, solo en la belleza. Creo en ella, como los cristianos en Dios (…) ¿Saben ustedes qué significa creer en la belleza? Es creer que salvará al mundo.»
Epiphane termina trabajando como modelo adefesio para resaltar la belleza ajena, y es entonces exhibido como el hombre sharpeï, «slogan al estilo de Tarzán, el hombre mono». De pronto las top models más famosas e innaccesibles se les regalan con atracción-repulsión y apuestan a ver cuál de ellas se lo lleva a la cama primero. Pero como en el poema de Pessoa, él quiere la rosa que no puede tener, a Ethel, su “amiga”.
«Lo bello, cuya función debería consistir en hacer comulgar a los hombres en la admiración, es utilizado ahora para excluir. Ante semejante totalitarismo, en lugar de rebelarse, la gente obedece y se entusiasma. Aplaude, pide más (…) Hoy en día el sufrimiento se compra. Nuestro mundo está regido por el masoquismo.»
¿Reflexionaría Epiphane de otro modo si no fuera feo? «¿Cómo albergar el alma en un cuerpo repulsivo? (…) Los hombres son feos, todos, aunque su fealdad no sea tan evidente…»
Todas estas divagaciones, reflexiones y otros vuelos mentales perfilan a la obra como novela filosófica, quizás, para después, ante la llegada de los celos, cuando la actriz se enamora de un artista plástico pretencioso y Epiphane se encuentra en medio de todo eso relegado a la “zona de amigo”, la trama adquiere una especie de suspenso que ayuda a terminar la historia, a pesar de los largos faxes que redacta el protagonista, pues se desea conocer en qué parará ese raro triángulo amoroso.
El atentado lo cometen todos los personajes de esta novela contra sí mismos; ella por creer que ama al hombre que no la ama y mantenerse a su lado a pesar de los desplantes, él por amarla casi incondicionalmente y sufrir delirios, y el pintor por traicionar su imagen de artista-genio y galante caballero. El amor en esta historia es el atentado, y explota, pero como la bomba en sí, es lo primero en romperse antes de que pueda destruir lo demás. Como con Amélie no hay medias tintas y ella todo lo lleva al extremo, el final, si bien se va volviendo un poco predecible, se salva con el punto de vista del protagonista, ese que lleva también al extremo su cualidad de feo.
Espero que estas reseñas exprés, unidas para darles un norte del estilo y las temáticas que aborda Amélie Nothomb, ayuden a crear la curiosidad por su obra, que tantos fans ha logrado a nivel mundial pese a sus detractores, pero ya lo dijo ese genio que fue Truman Capote: “Todo lo que hace la literatura es un chisme.”
Vayamos entonces a chismear, pero leamos, —aunque sea diez minutos al día—, pero leamos. Hasta la próxima semana.