El 22 de Febrero se conmemoró el 80 aniversario de la muerte de ese clásico imprescindible de la literatura universal con chapa siglo XX: Stefan Zweig, que es, aún después de tantas lecturas y descubrimientos, uno de mis escritores favoritos.
“¿Por qué?”, me preguntaron un día y, bueno, porque me llega su forma de narrar, disfruto las grandes historias y biografías que escribió, y admiro su personalidad o, al menos, lo que conozco de su paso por la vida —más allá de haber cometido suicidio, cosa que de algún modo comprendo porque soy escritor, he estado deprimido, me decepciona la humanidad y la política me ha mordido y me ha hecho sangrar. Por suerte tengo más fe que dinero y más confianza que posibilidades.
Stefan Zweig fue, además de escritor y biógrafo, activista social; sus obras fueron pioneras en las protestas contra la intervención alemana en la Primera Guerra Mundial. Era judío y de familia rica en Viena, dueños de una empresa textil, pero se graduó de filosofía y empezó a publicar desde joven, por lo que no trabajó en el negocio familiar.
Al tener buena posición económica pudo viajar por las principales ciudades de Europa y codearse con las “lumbreras artísticas” de su tiempo como Rilke, Yeats, Rodin, Pirandello, Mann, y ante el estallido de la guerra se proclamó pacifista, a favor de una Europa unida, y publicó una obra de teatro, Jeremías, en la que condenaba los horrores de la guerra.
Se mudó a Suiza, se casó con su primera esposa, se instaló en una casona y siguió escribiendo. De esa época salieron novelas cortas y biografías que algunos de sus propios colegas, quizás verdes de envidia por la popularidad que alcanzó Zweig, calificaron como “lecturas de tren”, por la brevedad de las obras —como si el perfume bueno viniera en frasco grande, ¡bah!—, mientras los más agradecidos eran capaces de notar lo bien que el autor sabía tejer las tensiones emocionales, y la psicología de sus personajes, que lo mismo tenían problemas con el juego o el sexo, que con la identidad, el adulterio y la muerte —asuntos totalmente universales y atemporales, de ahí que las obras de Zweig sean consideradas “clásicos” hoy día.
La Segunda Guerra Mundial trajo consigo que los nazis prohibieran su obra, ante la censura temió por su vida y cuando llegó a Londres, para más inri, divorciado, decidió guardar silencio con respecto al conflicto bélico, por su propio bien.
Se casó con su secretaria —a quien le doblaba la edad y con quien cometería suicidio pocos años más tarde en Brasil—, y escribió algunas de sus más aclamadas biografías, así como novelas con más contenido autobiográfico.
Hartos de ver en Londres refugiados y emigrantes desesperados por la guerra, se fueron a Nueva York, donde no pudieron evadir esa oleada de tristeza, por lo que deciden instalarse en Brasil, país en el que viven una temporada, hasta que bebieron, él y su esposa, una sobredosis de barbitúricos y se acostaron a dormir, “al fin en paz”, con una breve carta aclaratoria:
«Por mi propia voluntad y en plena lucidez. Cada día he aprendido a amar más este país —Brasil—, y no habría reconstruido mi vida en ningún otro lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundiese y se perdiese para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyese a sí misma. Pero comenzar todo de nuevo cuando uno ha cumplido sesenta años requiere fuerzas especiales, y mi propia fuerza se ha gastado al cabo de años de andanzas sin hogar. Prefiero, pues, poner fin a mi vida en el momento apropiado, erguido, como un hombre cuyo trabajo cultural siempre ha sido su felicidad más pura y su libertad personal, su más preciada posesión en esta tierra. Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos.»
De su autoría he visto editados en Cuba, pudiera decirse recientemente, la biografía de María Antonieta, Fouché, Magallanes, así como algunas obras de ficción: Cartas a una desconocida, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, e Impaciencia del corazón. Las novelas que traigo hoy no son tan conocidas en Cuba, en España sí, pues la editorial Acantilado sacó hace bien poco una colección con la obra y diarios de Stefan Zweig de una calidad estética y un mimo que invitan a comprar —yo los veo en Instagram, y eso me tiene con la boca y la cabeza echas agua, porque ¿cómo consigo eso desde este lado del mundo en el que ni Amazon quiere saber de nosotros? Pero yo lo que quiero lo consigo y lo encuentro hasta debajo de la capa de Cristo si hace falta. Heme aquí, con mis libros.
Las novelas que traigo hoy son breves, casi todas se pueden leer en una o dos sentadas, pero eso sí, no podrás olvidarlas. Stefan Zweig fue un maestro en el tratamiento de la psicología de los personajes, y ahora mismo, visto todo lo visto en nuestro loco planeta y sabiendo más sobre Zweig, se hace necesario leer a autores que como él defiendan la paz y exalten lo mejor del ser humano.
¿Fue él?
Es una novela corta que hace muchos años leí en una edición titulada Celos. Muy original el tratamiento psicológico del perro, que alcanza protagonismo en la historia gracias a la obsesión que tiene su dueño con él, a raíz de no poder tener hijos, pero a la vez, habla de este tipo de personas que se comportan según la furia del momento y que, como los niños, abandonan los juguetes viejos cuando encuentran uno nuevo, en este caso, el nacimiento del bebé que parecía imposible. La novela es también narrada desde el punto de vista de la vecina del matrimonio que no puede tener hijos, pero lo más interesante son los asomos al pensamiento del perro. Se trata de una especie de thriller que hace del lector un detective y lleva el tema de los celos, el humano y el animal, hacia su peor extremo.
Novela de ajedrez es también corta y súper interesante, porque trata sobre las dos caras del infortunio que tuvo como consecuencia el aprendizaje del ajedrez, ese deporte tan mental e introspectivo. Habla de cómo los libros pueden salvarnos hasta en los peores momentos como la cárcel, y del deseo de mantener libre el espíritu cuando el cuerpo está encerrado. El ajedrez aquí también funciona como ese juego de reyes en el que terminan siempre maltrechos los de menor rango o los más vulnerables. La tensión es casi constante, pues en un barco que va de Nueva York a Buenos Aires se encuentran dos hombres que son magníficos jugadores de ajedrez, uno es campeón del mundo, el otro es enigmático; el señor B, un rico vienés que huye de los nazis, y en los enfrentamientos de ambos sobre el tablero se establece un antagonismo que cobra su impuesto en las emociones de los personajes, que pertenecen a diferentes corrientes políticas pero que juegan el mismo juego sin saber que al final, el juego real no lo dominan ellos. Obra maestra total y con una analogía evidente con la guerra que acontecía en los momentos en los que fue escrita la novela.
Las hermanas es otra de mis favoritas, una novela breve, pícara y con mucho cinismo. De todas las que me leí en este tren, la más divertida. Reproduzco parte de la sinopsis que aparece en la edición del 2011 por Acantilado, pues no soy capaz de superar ese nivel de resumen:
«En esta historia (…) nos habla Zweig de la idea del doble, en este caso representado por dos hermanas: Sophia (la razón) y Helena (la pasión). Ambas compiten por recuperar, cada una a su manera, el esplendor perdido de su familia. Una, a través de la virtud, la otra, a través de la pasión. Pero ¡cuán delgada es la línea que separa la templanza de la voluptuosidad! Precisamente esto es lo que Helena pretende averiguar cuando pone a prueba a su hermana, sin sospechar el sorprendente final que el destino le depara.»
La novela demuestra que somos seres sexuales, por encima de cualquier moralismo, y defiende el empoderamiento de la mujer para con su cuerpo, ¡en 1937! Con igual cinismo, nos habla de las bases y fundamentos supuestamente inmorales e impíos sobre los que se erigen muchas veces los mayores gestos humanos o benéficos, además de las relaciones competitivas, complejas y acomplejadas entre hermanos.
Está narrada desde un presente en el que se cuenta, casi a modo de mito, la historia de esas hermanas por alguien que mira a la casona en la cual ellas solían vivir.
Confusión de sentimientos la leí de muy joven. Una novela súper adelantada para su época, pues fue escrita en 1926 y habla de cómo la admiración puede confundirse con la atracción, en este caso, entre dos hombres; algo que Zweig trató desde el punto de vista de la lástima y el interés confundidos con atracción en Impaciencia del corazón. Es una novela súper intimista y con pespuntes de lo que hoy llamamos de “novela gay”. El narrador cuenta con aires melancólicos, y te va llevando a la encerrona emocional en la que se encuentra, a las acciones desesperadas que acomete, y al final, todo cobra más sentido y hasta sorprende el nivel de flexibilidad mental que demuestra su esposa, pero también hay que tener en cuenta que en esos años veintes del siglo pasado habían círculos intelectuales en los que se vivía con libertades personales que se disfrazaban para la conservadora sociedad. Es desgarrador e inolvidable.
De Stefan Zweig pudiera recomendar muchísimos títulos más, es que, mira, los recomiendo todos, ¡vaya! Con él, no hay pérdida.
A veces me quedo pensando en cuántas obras más pudo haber escrito de no arrancarse a sí mismo del mundo de los vivos. Sirva su obra para entendernos mejor como seres humanos, a ver si así logramos una mejor convivencia, que bien saben todos los dioses de todas las religiones cuánta falta nos hace, en estos tiempos que apestan a innecesaria repetición de la historia por lo peor de la humanidad que, por desgracia, como canta Shakira: nos manejan como fichas de ajedrez.
Hasta el próximo “Librazo”.
Excelente articulo!!