Cuando se me ocurrió hacer este artículo, no sabía que ya el escritor español José Ovejero tenía un libro titulado Escritores delincuentes. Con el (des)ánimo de no estar haciendo algo novedoso —¡qué difícil!— investigué un poco, y creo que Ovejero abarcó en su investigación a casi todos los que había que mencionar, por lo que decidí entonces hablar de esos a los que yo he leído, y no solo mencionarles, sino reseñar y recomendar también la lectura de esas obras. ¿Por qué?. Porque más allá de los juzgados a los autores, las obras que dejaron o son de culto, o son clásicos, o son de alta calidad literaria, o todo eso junto.
Pude haber titulado el artículo de otro modo, pero que sirva esta especie de imitación a modo de recomendación para también acercarse a la obra de José Ovejero.
Ser un delincuente escritor suena como un oxímoron, pero la historia de la humanidad ha demostrado que es posible. La literatura es un ente salvador, de ahí que se valga de todo tipo de creadores, con todo tipo de experiencias para retratarnos como especie pensadora y alentarnos a mejorar.
No me referiré a autores que hayan sufrido cárcel por cuestiones morales o políticas de sus épocas; sino a autores que hayan delinquido ya sea por asesinato, robo, terrorismo, entre otros crímenes tipificados como tal en cualquier tiempo y sociedad. Sin más vueltas, vamos al lío.
Carlos Montenegro: Hombres sin mujer
Carlos Montenegro nació en Galicia en 1900, hijo de un oficial del ejército colonial español y una cubana, se mudó a Cuba a los 7 años luego de la ruina del negocio familiar en España. Se mudaron a Guanabacoa, y desde niño ya empezó a dar dolores de cabeza al ser expulsado de la escuela por una falsa acusación de malos tratos.
La familia se mudó a Argentina por once meses, donde tampoco les fue bien. Regresaron a La Habana, Carlos se alistó como grumete y ejerció en la marina de varios países. En México cayó preso después de verse implicado en una reyerta. Se dice que de la experiencia aún tiene inédita una novela: El mundo inefable.
De vuelta a La Habana se vio implicado en un asesinato y fue condenado a 14 años en la prisión del Castillo del Príncipe, donde conoció a José Zacarías Tallet, cuya influencia fue importante en la posterior carrera literaria de Montenegro. Al publicar Hombres sin mujer —que más adelante, ya en libertad, le valdría una acusación por pornografía al publicar en la revista Mediodía de 1936 algunos fragmentos de dicha novela— alcanzó notoriedad, y tras la puja de algunos intelectuales y de la poetisa Emma Pérez Téllez con quién se casó estando en la cárcel, fue liberado y trabajó en revistas como Avance, en el diario Hoy, de perfil comunista, aunque desde los años 40 decide abandonar las filas del partido comunista y al triunfo de la Revolución se fue de Cuba. Murió en Miami en 1981.
Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro es un clásico de la literatura cubana. Escrito en las primeras décadas del siglo XX, narra la decadencia que había en las cárceles del país. Aquí se narran las relaciones homosexuales entre hombres presos, desde el que se resiste a caer, hasta el que disfruta el juego. Es cruda, como bien se es en el Caribe; triste, como la vida en prisión; divertida, como somos los cubanos; fuerte, como toca para este tipo de testimonios.
Narra la historia desde los personajes que se encuentran en diferentes extremos: Pascasio, que se muestra macho intachable; Andrés, demasiado nuevo y delicado para ese lugar; y los otros que ayudarán a darle cuerpo a esta historia de camaraderías tramposas y choques de intereses, con un trasfondo político importante, y una prosa alucinante: “(…) ¿Sabes lo que nos pasa a todos? ¡Que somos los hombres sin mujer! Aquí no hay degenerados; solamente hombres sin mujer. Eso es todo. Tú no eres una mujer, pero pareces menos hombre que los que estamos aquí, y tendrás que pasar tu dolor de cabeza de vez en cuando…”. BRUTAL. DE PELÍCULA, BOCADILLO PARA TRÁILER: “(…) Miserables, que en vez de arrastrarse, querían arrastrar a todo lo que veían un poco limpio a su alrededor…”; “(…) De las nalgas al corazón hay una distancia del diablo (…) El corazón no se enteraba nunca de lo que hacían las nalgas…”.
En el prólogo de esta edición, y creo que en el de todas, viene una larga explicación del contexto en el que fue escrita, y detalles imperdibles de la vida del autor que están súper interesantes, casi compiten con la novela.
Este es uno de los grandes tesoros de la literatura cubana.
Giussepe Lo Presti: El cazador recubierto de cascabeles
Giuseppe Lo Presti nació en Sicilia en 1958. A los 10 años se mudó a Turín, y a los 16 ya estaba robando en joyerías, cines y oficinas de correos. Desde muy joven se unió a grupos de ultra derecha, y por formar parte de acciones violentas pasó alrededor de 12 años en la cárcel, sitio en el que empezó a trabajar como bibliotecario y conoció la pasión por los libros, al punto de, como es usual en grandes lectores, escribir su propia novela El cazador recubierto de cascabeles, que apareció en la revista italiana y derechista Avanguardia, bajo el título de La dominación de la discordia. El célebre y controversial escritor, periodista y traductor Aldo Busi encontró en esta obra un trabajo de calidad y celebró a Lo Presti, por lo que ayudó a darle más notoriedad e impulsó su publicación en Mondadori bajo el título que hoy conocemos, y una posterior traducción al holandés. Esto, por desgracia, no ayudó a que Lo Presti mejorara su calidad de vida, pues siguió robando para pagar los gastos de sus cuidados médicos a raíz de su delicada situación de salud, consecuencia de la vida de reo.
Giussepe fue testigo en las investigaciones del Ataque terrorista de Brescia y en la Masacre del tren Itálico, actos terroristas de los que presuntamente formó parte en los años 70. Fue detenido y luego asesinado en la prisión de Novara. Tenía 37 años y murió en el Hospital de San Remo.
En vida colaboró en varias revistas de ultraderecha, y su novela El cazador recubierto de cascabeles es considerada una obra de culto —¡Ojo! Y no solo por derechistas—.
Sus otros textos de narrativa, sus diarios y su correspondencia permanecen inéditos.
El cazador recubierto de cascabeles es una novela de menos de cien páginas con prólogo de Aldo Busi: “(…) Es, sobre todo, una inmersión en la mentalidad de un joven fascista. No hay por qué escandalizarse: la literatura no es un catálogo de bondades…”. Pudiera dar a entender que la trama está cargada de violencia, o que quizás el lector va a recibir intentos de inyecciones ideológicas con perspectivas malévolas. La verdad es que me he reído y he disfrutado mucho el nivel de lirismo que usa este hombre; todo un poeta de la prosa, y es tanto el nivel de introspección, análisis, existencialismo y proyección filosófica en general, que a veces no sabía si estaba leyendo ficción o no.
Por momentos recordé a mi adorada La conjura de los necios de Kennedy Toole, pues en esta historia igual se habla de un joven de mente revuelta que vive con su madre bonachona, y quizás convencido de sus ideales “superiores” o simplemente seguro de su forma de pensar a pesar de los demás va por la vida dando discursos al público incorrecto, e inadaptado, incomprendido y alocado, da tumbos por su existencia: “(…)Mira este mundo en el cual todo está organizado de modo idiota, donde nada está en su verdadero lugar, donde todos se someten a obligaciones que ni siquiera comprenden (…) El mundo duerme y sueña con falsos valores…”.
Ya esas dos frases citadas no tengo que extenderme acerca de la vigencia de esta novela. La cantidad de fragmentos que he marcado dan fe de los vuelos poéticos y filosóficos del autor; nihilista, repugnado, y un tanto optimista desde su pesimismo que no es más que la captura de la realidad sin filtros románticos ni velos absurdos: “(…) Si yo tuviera que formular una nueva religión no diría “amaos los unos a los otros”, sino, sed razonables…”.
Es la historia de un hombre preso dentro de sí mismo, porque la supuesta libertad que hay en el mundo exterior es decepcionante. El protagonista Señor B. es también un enamoradizo y fatalista que se ha inventado una Dulcinea e idealiza a prostitutas, y da dolores de cabeza a su madre que lo malcría, y llena de amor maternal como para justificar esa idea que el propio autor expresa: “El amor pierde a los que lo obtienen”.
La novela es una oda a la locura si esta es paralela a la honestidad, es una crítica a la lucidez hipócrita, a los preceptos puritanos sobre los que están montadas nuestra reglas de coexistencia. Es esta una fábula sobre un soñador —inútil— que quiere arreglar el mundo; sobre uno de los fines potenciales de la impotencia; sobre el exceso de seriedad: “(…) La locura comienza donde termina la burla…”.
El título nos lleva a pensar en un cazador que en verdad no desea o no puede cazar, pues pierde todo sigilo al estar recubierto de cascabeles, ¿por qué?, ¿qué significan estos cascabeles?, ¿acaso sus locos ideales de nuevo orden en el caos en el que vivimos? El cazador que busca atrapar a los mentirosos y conseguir la verdad nunca lo podrá conseguir, pues los honestos van vestidos de cascabeles, les cuesta ser sigilosos en un mundo que celebra la hipocresía y la mentira.
La novela es, muy a su manera, un canto de esperanza.
Por ahora finalizo con estas minibiografías de escritores delincuentes y reseñas de sus obras más populares, que yo, servidor de esta columna, he leído. La próxima semana les traigo una segunda parte. Por ahora, solo me queda desearles lo mejor después de haberles dado par de “Librazos”, uno por mejilla, pa’ que aprendan.