Hace años mi madre, después de ir a una conferencia sobre medicina alternativa y metafísica, empezó a repetir: “Cuando se trae un hijo al mundo no se sabe si se trae al próximo genio, asesino en serie, presidente o al más común de los seres humanos…”. No es menos cierto que la maternidad y la paternidad son piezas de un asunto la mar de intrigante, más allá de lo hermoso que suponen.
En esta ocasión me interesa acercarme a la maternidad, desde el punto de vista de dos madres que tienen hijos extraños, problemáticos, como bautizados por un demonio.
Hace poco leí El quinto hijo, de Doris Lessing, y recordé el famosísimo Tenemos que hablar de Kevin, de Leonel Shriver, cuya película vi antes de leer la novela, he de admitir.
Ambas novelas tratan sobre las relaciones complicadas entre las madres y sus hijos “raros” o “malos”, y están escritas desde los sentimientos encontrados, la culpa, la impotencia y la tensión constante, ¿acaso no dicen que el trabajo de ser madre jamás ofrece descanso?
He aquí dos novelas que intrigan, una más breve, otra más extensa; ambas muy bien escritas.
El quinto hijo de Doris Lessing, es una novela que con tan solo 141 páginas logra recorrer una gran parte de la vida de sus protagonistas.
Es una breve e intensa historia que corre como un disparo, sin pausas ni capítulos para dividir el paso del tiempo o las escenas, aunque tampoco se puede decir que tenga un ritmo trepidante, sino envolvente; el libro en general cautiva e intriga.
Harriet y David son trabajadores de una empresa, bastante anticuados en su forma de ver la vida para esos años 60 tan alocados, y por eso terminan juntos. Compran una enorme casa victoriana en las afueras de Londres, y empiezan a cumplir el sueño de ambos, que es tener una gran familia. Con el cuarto hijo ya la casa se vuelve una pasarela de familiares y amigos que van a quedarse largas temporadas a festejar y a vivir la armonía familiar típica de postales y publicidad:
“A la gente le han lavado el cerebro para convencerla de que lo mejor es la vida en familia…”
Cuando llega el quinto embarazo empiezan los problemas. El bebé nace antes de tiempo, no sin antes mortificar a la madre. Ya desde la gestación, Lessing lleva al lector a pensar que hay algo kafkiano cocinándose dentro de Harriet. No sabemos si es que el bebé es demasiado raro, tosco, fuerte y agresivo, o que la madre tiene una especie de depresión desatada por el embarazo.
Con el tiempo, Ben, que es como se llama el bebé, desarrolla un apetito voraz, maltrata los pechos de su madre, tiene una fuerza descomunal, no es cariñoso ni receptivo al amor. Los hermanos y el resto de la familia le hacen rechazo, y apenas tiene unos dos años mata al perro, al gato, y hace que sus hermanos mayores duerman encerrados, por miedo a él y a su “anormalidad”.
No se sabe si Ben es esquizofrénico, tiene algún trastorno mental o es simplemente una criatura maligna. Su madre está convencida de que es un alien que le inyectaron, y cuando lo mandan a una institución, lejos de todos, regresa la paz a la casa.
Pero el amor, más bien, el sentido de responsabilidad de la madre, rescata al niño del abandono brutal en aquel sitio espeluznante, en el que dejan a los pacientes casi a disposición de la muerte. Al volver al hogar con Ben y reinstalarlo, la familia se rompe de manera definitiva:
“No podemos elegir lo que nos saldrá en la lotería… Y eso es tener un hijo. Por suerte o por desgracia, no podemos elegir…”.
No pienso contar más. Hay muchas cosas que suceden en estas pocas páginas. Solo decirles que la novela me mantuvo enganchado a la lectura, súper intrigado, y fue capaz de crear un ambiente tenso, de generar sensaciones encontradas y advierto, la intriga no cesa, pues su final es un suspenso.
He aquí una novela sobre la maternidad, sobre el desafío de las madres ante un hijo con problemas, o quizás una demostración de la fuerza del vínculo maternal ante la cría problemática.
Ben pudiera ser, simple y llanamente, una persona mala, ¡y punto!, y su madre, aunque le duela, vela por él, lo cuida, ¡y punto!
Con su toque de terror psicólogico, su alta dosis de intriga y suspenso, Lessing, Premio Nobel de Literatura (2007) nos ha dejado una gran novela, muy difícil de olvidar, digna de tan importante galardón.
Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver es un libro mucho más largo, escrito para ser leído con calma, para perderse en los vericuetos emocionales de su protagonista, Eva, una mujer de clase media alta que se dedica a hacer guías de viaje, y que parecía feliz con su existencia antes de ser madre.
Se casa con Franklin, un fotógrafo de publicidad, y con casi 40 años decide tener un hijo. El fruto del matrimonio feliz y acomodado es Kevin, de quien tenemos que hablar, por cierto.
“Kevin nació en 1984… Un año muy temido, como recordarás; y, aunque yo me burlaba mucho de todos aquellos que se tomaban en serio la arbitraria elección de George Orwell para título de su obra, esa fecha marcó para mí el inicio de una tiranía”.
Uno de los debates de esta novela epistolar es la maldad. ¿Es Kevin una persona mala desde la infancia? ¿El rechazo materno pudo haber trastornado al hijo? ¿Cuál es la verdadera semilla del mal?
Kevin es un hijo problemático, no da tregua, y la forma en que Shriver lo plasma en su magistral narración hace que la historia se mueva entre el terror psicólogico, el thriller y el drama, con un nivel de verosimilitud inquietante. Esta familia pudiera ser cualquier familia.
Eva luego tiene una hija y, aunque su marido sea ciego para con la maldad de Kevin, la llegada de otra niña a la familia solo ayudará a que dicha maldad se propague con más intensidad, lo cual lo convierte en un enigma para su propia madre, que ha de sufrir todas las formas en las que él se las ingenia para hacerle la vida imposible.
El libro peca de ser un poco largo, según muchos. Lo cierto es que es una lectura que no debe ser apresurada, pues Shriver tiene la intención de describir situaciones y estados de ánimo clave para que quien lea sea capaz de entender a Eva y, de algún modo, de descifrar a Kevin que, a medida que avanza el libro, desarrolla sus mecanismos de destrucción.
“Todo cuanto me hacía bella era algo intrínseco a la maternidad, y hasta mi deseo de que los hombres me encontraran atractiva era la estratagema de un cuerpo diseñado para expulsar a su propio recambio. No voy a presumir de ser la primera mujer que descubrió que los niños no vienen de París. Pero todo aquello era nuevo para mí. Y, francamente, no estaba muy segura al respecto. Me sentía prescindible, desechable tragada por un gran proyecto biológico que no había iniciado ni elegido, que me daba presencia pública, pero que también me marcaba y me escupía. Me sentía utilizada”.
Narrada de forma epistolar, Eva nos lleva hacia el debate, nos acerca a sus buenos sentimientos y a sus pensamientos políticamente incorrectos, pero sinceros —todos tenemos de esos—, y alerta, ¿por qué no?, sobre la observación de los comportamientos de nuestros hijos en esta especie de novela de terror sin sustos, ni monstruos, ni asuntos sobrenaturales, y ahí radica lo más terrorífico del relato.
Podría hablar de eventos acaecidos en otros países donde portar armas no es cosa extraña, así como de sus consecuencias, pero debatir al respecto me haría salir del tema esencial y me llevaría al condenado spoiler. De todos modos, la novela empieza por el desenlace y su encanto radica en la forma en la que está escrita y en el desenvolvimiento de las situaciones.
Celebrada por su narración, más que por los hechos que cuenta, y no exenta de fallas, pues muchos lectores alegan que el personaje del padre, por ejemplo, es inverosímil, y que la audacia —por no decir maldad— precoz del niño también es difícil de creer, estamos ante una novela desgarradora e inolvidable, un retrato íntimo de la maternidad menos feliz, y una de esas historias que te deja pensando: ¿Qué habría hecho yo en su lugar?
Genera sentimientos encontrados, advierto, y no, no es una lectura apacible y relajante, de hecho, es todo lo contrario. En palabras de un amigo, se trata de una “novela preservativo”, de esas que te quitan los deseos de ser padre o madre, pero el juego de la lotería biológica es inevitable, viene programado en nuestros relojes, algunos juegan, otros no, pero la alarma siempre suena.
Una historia sobre la madre del malo; pues casi siempre se habla del malo en sí, del asesino, del criminal, del que hace cosas detestables, pero, ¿y sus madres? ¿Qué siente la que parió al monstruo que todo el mundo odia? ¿Tiene ella la culpa? ¿Qué hay detrás de la maldad de una criatura? ¿Puede que exista la maldad porque sí? ¿Una mala interpretación de la sociedad en la que se vive pudiera ser el detonador de la criminalidad? ¿También se nace con predisposición a lo negativo? Kevin nos dice, y con sus palabras concluyo esta reseña:
“Mi historia es, prácticamente, lo único que tengo hoy a mi nombre, y ése es el motivo de que me sienta robado. Pero una historia es mucho más de lo que la mayoría de la gente llega a tener en su vida. Todos ustedes, los que me están viendo ahora, están atentos a lo que digo porque tengo algo que ustedes no tienen: un argumento que compré y pagué. Eso es lo que quieren todos ustedes y por lo que me están chupando la sangre. Quieren mi historia. Sé cómo se sienten porque, sí, yo también sentía antes lo mismo. La televisión, los videojuegos, las películas, las pantallas de ordenador… El 8 de abril de 1999 salté a la pantalla. Pasé a ser uno de los mirados. Y desde entonces conozco el sentido de mi vida. Soy una buena historia. Tal vez un poco sanguinaria pero, reconózcanlo, los encantó a todos. La devoraron. ¡Vaya que sí! A estas horas debería estar cobrando del gobierno una pasta. Sin gente como yo, todo el país saltaría de un puente, porque lo único que la tele puede ofrecer es un ama de casa embolsándose los 64.000 dólares de “¿Quiere ser millonario?” por recordar el nombre del perro del presidente”.
Con hijos malos y madres aturdidas me despido por esta semana, y ya que estamos finalizando el año, me propongo leer cosas más alegres, y de paso les recomiendo unas risas que, como sabemos, nunca están de más. Total, la vida es un chiste.