“¿Por qué leer literatura erótica?”, me preguntó alguien. Me quedé pensando antes de contestarle, y más bien me vino a la mente otra pregunta; “¿por qué escribir literatura erótica?”.
Luego se armó un remandingo de información en las carreteritas que hacen mis circunvalaciones cerebrales, y terminé en un callejón sin salida, o mejor aún, encontré la salida del chakra violeta, que dicen que sale de la cabeza: leer es encontrarse, y nuestras formas de sexo y sexualidad —que no son la misma cosa, lo sabemos, estamos instruidos— son las que más nos definen como humanos, porque, vamos a estar aquí y no comiendo cascarita de caña, somos muy, requete muy sexuados.
Incluso en el recato de una saya hasta los tobillos y una blusa de mangas largas y abotonada hasta el cuello, estilo difunta, hay un discurso sexual, un dato oculto. En nuestra forma de hablar hay discursos sexuales. LQQD (por lo que queda demostrado), ES NECESARIO ESCRIBIR LITERATURA ERÓTICA, para que otros se encuentren, para instruir, para liberar, para ilustrar, para entretener, para que no olvidemos lo deliciosamente humanos y defectuosos que somos, para… Bueno, a las cosas del sexo y la sexualidad, que nunca son meramente del sexo y la sexualidad, se le pueden añadir ene cantidad de asuntos, de varias índoles.
Como ya he dicho y demostrado en mi Instagram, estoy en un ciclo de literatura erótica, devorando la colección La sonrisa vertical, y me encantó descubrir que Mayra Montero, escritora cubana aplatanada en Puerto Rico —la otra ala de la paloma—, tiene par de ejemplares publicados por Tusquets y, además, ambas novelas premiadas por el concurso que convocaba dicha editorial para cebar la colección de “libros calientes”.
Las dos novelas de Mayra son La última noche que pasé contigo y Púrpura profundo, historias llenas de sexo, música, Caribe y lo mejor, para mí, el reflejo y la visibilidad del deseo sexual en el adulto mayor, tema que o no se toca mucho, o se coloca como cosa asquerosa bajo las palabras: viejo/ja y verde, o entre risas detrás del cubanísimo término: “titimanía”.
Hace años, alguien me contaba que la abuelita octogenaria de otro alguien tenía irritación vaginal, el médico no sabía a ciencia cierta a qué se debía, y para averiguar, sus hijos vigilaron a escondidas lo que hacían los viejitos. Para sorpresa de todos, en las noches, el abuelo, igual de viejo, al no poder tener su erección con la misma potencia de antaño, besaba a su esposa y la colmaba de besos y palabras calientes entre alabanzas que demostraban un deseo que supo adaptarse al paso del tiempo, y terminaba masturbándola con un pomo de desodorante marca Sport, que sabemos la alargada y cilíndrica forma que tiene. Esta anécdota vino a mí cuando era adolescente, y eso, unido a los condones que me encontraba a cada rato en la gaveta de la mesa de noche de mis abuelos por parte de madre, me hizo entender que seguimos sexualmente vivos incluso en la tercera edad, que es solo una cuestión de adaptación a las nuevas formas del cuerpo, y me pareció maravilloso. Solo siento un poco de pena por quienes suprimen esa necesidad, porque lo es: una necesidad, pero igual, esas decisiones se respetan, ya las consecuencias son cosas con las que hay que lidiar, porque un cuerpo y una mente sin “eso”, en cualesquiera de sus formas ¡Ja! Ahí lo dejo…
Háblame de las novelas de Mayra Montero
La última noche que pasé contigo, novela que fue finalista del premio La sonrisa vertical, está narrada por varias voces, todas dispuestas a contarnos sus experiencias sexuales, fantasías y anhelos.
Nos presenta a un matrimonio que, ante el casamiento de la hija, se van a vacacionar en un crucero, «al fin solos», dice la mujer, y solamente con esa frase se intuye que se debían esa intimidad, después de tanto tiempo a cargo de la hija, y de los padres viejos y enfermos, y como sabremos después, de tantas aventuras extramatrimoniales.
Tuve una amiga muy abierta de mente, como decimos en Cuba ”muy europea” , que decía: «cada vez que le pego un tarro a mi novio, se ceba mi amor por él. Después lo busco y siento que lo quiero más», y, bueno, Dios sabe lo cínico que suena eso, lo escandaloso y doloroso que se pinta para una mente puritana, pero bueno, esa amiguita tenía mente ”europea”, y no sé por qué llamarle europea a la flexibilidad mental, porque incluso en pueblitos de campo de la Isla he visto cosas que ni al alemán más hardcore, ni al francés más sádico, ni al portugués o italiano más calentón, ni al español más cachondo se le pudieran ocurrir, como también he visto relaciones de tres en lugares del Oriente del país que nunca me hubiera imaginado, cómo cantaba Lola Flores: « Cómo me la maravillaría yo».
En La última noche que pasé contigo vemos un poco de ese, llamémosle: “tarro terapéutico”, que es taaaaan común, ¡vamos! Todos hemos sido partícipes del chuchuchú y el cotilleo pasillero de que si fulanito y menganita, que pobre de sustanejo que no se merece eso, y como siempre, la mujer en desventaja. Pues con Mayra Montero no hay de eso, porque en La última noche que pasé contigo, si él se sale de la base, ella también, y del out no se salva nadie, y al final, vencen la complicidad y la lealtad, que al cabo son pilares más sólidos que la fidelidad a la hora de estirar una relación en el tiempo. Porque aquí todo el mundo ha deseado a la pareja del prójimo o a un prójimo cualquiera por ahí en algún momento, dejémosnos de mascaritas.
Mayra Montero no solo sabe colocarse en el sitio de la mujer —como mujer que es—, sino que también puede adoptar el tono grave masculino y narrar como todo un hombre, y convencer en ese lugar, algo que solo una buena narradora puede lograr. También me gusta la forma en la que toca las partes sensibles de la masculinidad, ese fuerte lleno de guardias histórico-sociales que tantas veces se ve asaltado desde dentro, por esos prisioneros humanos.
La figura del hombre es aquí, como en la vida real, muy carnal, infiel, aventurera, pero dada a mantener en casa a una mujer que lo espera, que sabe y aguanta, que sufre y “perdona” o que ignora y es feliz, o que hace y deshace a la par. En palabras de la sinopsis de la novela: «Poco a poco, por un lado, el lector va remontándose en el pasado aparentemente anodino y recatado de la pareja y, al filo de sus recuerdos, en esa otra vida, infinitamente más rica y sugerente, donde las parejas suelen agazapar los intensos, u obsesivos o apasionados secretos inconfesables, y sobre todo inconfesados…» Es también una fábula sobre el perro huevero, aunque le quemen el hocico, sobre el vicio en el que se convierte la infidelidad una vez se da el paso, pues como bien dicen los viejos: “quien perdona una tiene que perdonar las demás”. Por otro lado, es un tratado melancólico sobre las virtudes de haber experimentado y al cabo atesorado recuerdos de pasiones, que como bien me dijo mi madre una vez: “el que nunca se haya enamorado, no ha vivido”.
Entre capítulos se encuentran cartas breves, y una de ellas me llamó mucho la atención. Comparto un fragmento: «Hace poco me contó la historia de una polilla de follaje que copula y muere sin ver mundo, el macho la fecunda cuando ella todavía es una oruga, la pervierte allí, en su tierna infancia, y la oruga después de desovar se muere toda, sin ni siquiera haber sacado alas, como quien dice, sin haber vivido. A menos que eso sea vivir, Ángela, cariño, ¿es esto vivir?» ¡Maravilla!
¿Y Púrpura profundo?
Esta novela, que sí hizo a Mayra Montero ganar el premio “La sonrisa vertical”, cuenta la historia de un hombre que dedicó su vida a las crónicas de espectáculos musicales, y a la crítica de músicos para un medio de prensa dirigido por un hombre homosexual reprimido, que me recordó un poco al profesor de la novela de Stefan Zweig Confusión de sentimientos, porque mantenía un matrimonio con una mujer que sabía y “no le importaba”. El protagonista, instado por su jefe que conoce su pasado atestado de affairs con mujeres y hombres del mundo de la música, se lanza a escribir sus memorias, y esto también es su forma de mantenerse yendo a las oficinas, cosa de estirar ese momento de la partida física del trabajo, y adentrarse en el retiro definitivo, en la tercera edad, y quedar atorado en la palabra “abuelo”.
Es otro ejemplo de novela que exalta las virtudes del hedonismo, que invita a vivir para al final recordar con placer, que insta a bailar para que no te lo puedan quitar: «(…) En silencio deseé, pero también cumplí: calladamente me he comido el mundo. O eso he querido creer.» Con este discursito también se le concede importancia a la discreción, esa que en cuestiones de sexo aparece como una virtud, en mi experiencia personal, repito las palabras de una amiga con respecto a un conocido que la “despertaba”: «No me lo bailo ni muerta, porque él todo lo habla, míralo como acaba de contar todo lo que hizo con fulana.»
Esta es otra historia sobre seres infieles, porque igual un fiel fiel fiel, así de exagerado, no compone novela erótica, sino más bien una de amor, y poco realista, en fin: «¿Cómo explicarle que nunca le había sido fiel por tanto tiempo ni con tanta intensidad?», piensa el protagonista de la novela, y bueno, como dicen por ahí “esas cosas no se dicen”.
«Uno tiene sus caprichos, el fetichismo de unos labios que se vuelven musculosos a fuerza de apretar una boquilla, o el fetichismo de unos muslos que, acostumbrados a rodear el violonchelo, siempre están llenos de fogosa intuición…»
En ambas novelas se relaciona la música con el amor o el deseo, una especie de proyección que no puede evitar la autora, que también ha sido cronista de espectáculos musicales. En ambas novelas hay pasiones loma abajo y sin frenos con personas que tocan instrumentos musicales, y se te queda la mirada morbosa, al punto de desear que la próxima vez que vaya a un concierto, nadie me resulte atractivo para no desconcentrarme con un: “si mira como mueve esas manos” o con “así de bien le irá con esos labios tan potentes”. No me culpen a mí, culpen a la Montero —risas pícaras a lo ji, ji, ji—.
Me encantó el rompimiento del corazón, el cerebro o los genitales como zona común para referirse a los ardores del amor: «Según los bereberes, es en el hígado donde está la cosa del amor. Y es el hígado lo que uno entrega cuando se enamora.» ¡Genial! Porque el hígado se regenera, y como digo yo: “el corazón es siempre renovable” —a mí sí perdónenme el uso del corazón, mi humilde y poco original lugar común—.
«Hay una belleza, una profunda paz en el yacer con otro hombre; es una clase de sosiego diferente, que no se alcanza nunca con una mujer. No habría querido morir sin conocerlo.» He aquí una forma elegante y culta de plasmar lo que en la calle se dice: “hombre demasiado mujeriego termina probando a otro macho, aunque sea por curiosidad”, o algo así. No sé tú, pero yo he escuchado eso millones de veces cuando rajan de algún tipo que no para de cambiar de mujeres o acumularlas.
«Los desayunos, casi nadie lo sabe, tienen más posibilidades amatorias (…) Es el desayunar con otro, ese mirarse a los ojos mientras se toma un sorbo de café, lo que dispara una complicidad sutil, astutamente enmascarada. Acabados de salir de la cama, todos somos más propensos a volver a ella.» Tomen nota, bueeeeeno.
¿Qué es el púrpura profundo? Pues el supuesto color de nuestro interior, y hay un poco de metafísica en esto, pues un color similar caracteriza al chakra de la cabeza, y sutilmente se entrevé en este texto: «(…) desde la punta del alma hasta el lugar más púrpura e inalcanzable de su vagina. El púrpura profundo, que es la conquista fundamental de un hombre…».
Sobre Mayra Montero
Yo, en particular, no sabía nada. Un día en una de las tantas librerías de segunda mano que frecuento, me encontré con una novela suya, y me sorprendió leer que era cubana, ¡hay tantos y tantos autores cubanos que en Cuba no se conocen como deberían! Pero ya eso da para otros artículos más incendiarios y vergonzosos.
Luego, cuando compartí en Instagram mis primeras reseñas sobre las novelas de La sonrisa vertical que había leído, el escritor cubano Milho Montenegro, me comentó sobre Mayra Montero y sus novelas en esa colección, y una vez más me sugirió buenas lecturas. Es verdad que el que a buen árbol se arrima… Gracias, Milho, por lanzarme esos “Librazos”.
Me ajusto a la información que sobre la autora encontré en el libro, y como siempre, les insto a guglear, wikipediar, lo que sea que les engorde el saber:
«Mayra Montero nació en La Habana, Cuba, en 1952. En 1972 se traslada a Puerto Rico, país en el que reside desde entonces y donde se integra en el mundo cultural y activo-social y colabora con varios medios de comunicación escribiendo crónicas sobre espectáculos musicales o columnas como en el periódico El Nuevo Día, algunas de las cuales recopiló y publicó en Aguaceros dispersos.
Aunque proviene del mundo periodístico, publicó su primera novela en 1987, La trenza de la hermosa luna, pero su éxito, y la obra que la dio a conocer, fue La última noche que pasé contigo, finalista del premio La Sonrisa Vertical. Su siguiente premio le llegó cuatro años después, en 1995, con Tú, la oscuridad, obra destacada por la crítica. En el 2000 su relación con la literatura erótica resulta una vez más premiada y es escogida ganadora de La Sonrisa Vertical con Púrpura profundo.»