Como anuncié la semana pasada, estaré trayendo propuestas literarias menos densas en este verano, que lo único denso que nos hace falta ahora mismo es la textura del proyecto solar y el apiñado de los hielos en el cóctel o en el frapuchino.
Vamos al lío:
Y a mi sobrino Albert… De David Forest:
Hace algún tiempo escribí: La política es el verdadero malo de todos los cuentos, y en esta novela, alocada parodia de corte pacifista, mi frase cobra sentido —modestia, ¡apártate!
Empezemos hablando del título, uno de los más largos que he visto: Y a mi sobrino Albert le dejo la isla que le gané a Fatty Hagan en una partida de póquer, que se conoce como Y a mi sobrino Albert…, porque ese título es casi del tamaño del nombre completo de Pablo Picasso —por cierto, si no lo sabías, el fundador del cubismo se llamaba Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso, en fin… Vayamos a la novela que nos ocupa:
Albert hereda una isla inútil en medio de la nada, que como bien versa el larguísimo título de la novela, le fue dejada por su tío Alf, quien se la ganó en una partida de póquer. Al llegar a tomar posesión, se encuentra a algunos pájaros costeros y a una joven desnuda que toma el sol cerca de su lancha privada. Ella se llama Victoria, y desde ese momento empiezan a moverse los mecanismos de esta parodia. Victoria como la reina inglesa, y Albert, como el esposo de la misma; de ahí que jueguen a ser monarcas entre ellos dentro del contexto Foul Rock, que es como se llama la islita.
“—Nunca te había visto antes y hace años que vengo aquí a tomar el sol.
(…)
—Es mi primera visita. Acabo de heredarla, así que supongo que eso me convierte en rey.
—Perdonadme, majestad. Sed bienvenido. Solo la utilizo para tomar el sol.
—Típico colonialismo. Toman todo lo que quieren del país y luego, cuando los echan, quieren hacer creer que lo que cogían no tenía ningún valor.
—Supongo que eres rico; un socialista con una cuenta bancaria de derechas…”
A partir de esta charla ambos inician un romance que el autor compone con algunas situaciones y diálogos llenos de chanza, lo que en buen cubano conocemos como jaranero o jodedor. Su suegro, un abogado con peluquín, es un personaje que cobrará cierta influencia más adelante.
A partir del segundo capítulo nos presentan a Vorolokov, un espía ruso que va en un barco pesquero, el Dimitri Kirov, con la misión de seguir los movimientos de los barcos de guerra de la OTAN. Aquí las descripciones físicas de los rusos van a tono con el criterio que de ellos tienen en Inglaterra, políticamente hablando; todos son repugnantes. Ojo, no lo digo yo, es como están descritos en el libro. Boris el cocinero repelente, la tripulación que son todos familia o parientes, a quienes los de arriba llaman los camisas blancas. La única que se salva de ser descrita como fea es Tanya, una joven que escucha música occidental ( ya sabemos cómo son los comunistas con esto del diversionismo ideológico).
“(…) Su rumbo era una serie de zizags en las cartas de los científicos. Verolokov se sentía molesto y frustrado (…) No sabía nada acerca de las armas que llevaban, únicamente que estaban a bordo y que eran importantes y eficaces (…) Vorolokov sabía que era un títere…”.
La historia, que sabemos va a unir los destinos de estos distantes protagonistas, da un giro inesperado, y de pronto el Dimitri Kirov por alguna razón encaya sorpresivamente en la dichosa isla en la que Albert y Victoria hacían el amor —y no andaban en asuntos de guerra, como los Soviéticos, vaya ironía la del autor.
Lo que sucede a continuación es una locura total. Los rusos deciden comprar la mitad de la isla, el suegro de Albert se mete en medio como abogado —e inglés, claro—, los norteamericanos se enteran y se aparecen para comprar la otra mitad de la inútil isla, que solo era refugio para los dos amantes, y de pronto se arma un conflicto casi bélico que moja a Francia y a Inglaterra también.
Todos los retratos de los personajes son caricaturescos, las situaciones rocambolescas, algunos diálogos bastante hilarantes, y la crítica político-social y hasta religiosa está presente en todo momento. Y para qué mencionar el retrato de los presidentes y primeros ministros, burla total.
Como fue escrito y publicado en una época previa a estos tiempos de “cancelación” que a veces se va de las manos, también hay chistes, comentarios y descripciones que hoy pudieran erizar los pelos de la patrulla global de los agentes de lo políticamente correcto; pero hay que señalar un detalle, todo esto acontece en pensamientos y comentarios de los personajes, y estamos hablando de hombres militares, rudos, bastante incultos algunos de ellos, y lo principal, como ya dije, fue escrito en otro tiempo. No podemos leer hoy sin contextualizar.
De pronto los militares Soviéticos y los norteamericanos, más los civiles ingleses dueños de la isla, se ven obligados a convivir en tan pequeño espacio, y poco a poco se irán acercando, aunque es en verdad el perro Rasputín el que más goza de todo, pues se beneficia de los favores de todos los habitantes sin distinción por gentilicio. El alcohol llega para limar asperezas, el amor también hace acto de presencia, mientras los mandamases siembran cizaña —aquí el primer ministro es más bien aficionado al cultivo del cactus. Es una novela plagada de símbolos, como buena parodia que es.
Ante estas disputas territoriales, la isla y la naturaleza sorprenderán con sus propios planes, o más bien, con espontaneidad.
David Forrest es el pseudónimo utilizado por los escritores ingleses Robert Forrest-Webb y David Eliades, quienes aparte de la novela que nos ocupa hoy escribieron otras como El robo del gran dinosaurio y El diluvio que viene.
Pura anarquía de Woody Allen:
Es una colección de 18 cuentos de humor —magistral—. La forma cínica y burlona de la narración de Woody es una delicia, no hay párrafo que se le escape, desde las descripciones hasta las acciones, en todo momento está burlándose de lo que le rodea y de lo que es, ahí radica la anarquía que engloba a estas historias, pues él se convence y termina ajeno a leyes de ¿la moral, la decencia, lo mainstream? En fin, un no seguidor de las leyes formales y no formales de una sociedad plástica en extremo.
Hay también un poco de anacronismo en su persona o en sus personajes que no saben formar parte del mundo moderno, snob, lleno de artificios y artimañas para demostrar y ganar más que para ser.
Sobresalen sus alusiones al mundo del cine, a la literatura, así como a otras esferas del espectáculo y a la cultura en general; Woody es un erudito, ¡vamos!, y como buen erudito elige el hedonismo y la diversión.
Los apellidos que se inventa para criticar o burlarse son imperdibles, he aquí un par de ejemplos que amé: Diverticulinsky y Sensualle.
Nos honra con el detalle de revelar, en algunos casos, sus fuentes de inspiración para los cuentos, dígase artículos del New York Times o una hoja parroquial, que cita en fragmentos que comparte antes de la historia en cuestión.
Con situaciones disparatadas y diálogos hirientes como un tiroteo, te hace columpear entre lo ridículo y lo sublime sin tiempo para otra cosa porque hay que huir, saltar, sobrevivir, quedarse estupefacto o cerrar un trato incómodo con los hombros encogidos, con un beso o una comida. Estas fórmulas son típicas de las películas de Woody, y quienes lo disfrutamos las agradecemos mucho.
Está tan conciente de su acidez que en uno de sus cuentos dice: “(…) Pepinillo y mostaza: esa materia de la que están hechos los sueños” —que en contexto, esa frase contradice las ridiculeces culinarias de los millonarios—. La correspondencia ofensiva en el cuento Calistenia, urticaria y montaje final son para desternillarse. Los giros que tienen los finales son igual de buenos y muchos bastante inesperados.
Su narración, de estilo cinematográfica, cómo buen estadounidense y cineasta que es, hace que los cuentos parezcan más cortos y se lean en nada. Sus elecciones de adjetivos son hilarantes.
He aquí un sin fin de malas apuestas, negocios turbios, artistas mediocres que se creen grandes, cazadores de oportunidades que corren como el Coyote detrás del Correcaminos destinados a perder la cabeza contra una roca o a explotar con el bombazo de la propia estupidez, así como muchas referencias culturales a modo de curiosidad o como elementos comparativos. Un libro fácil de leer y muy disfrutable.
Creo que no necesito hablar de quién es Woody Allen, ¿no creen?
Pulp de Charles Bukowski:
Es otra de las creaciones del irreverente Bukowski, en este caso, construye su loca novela excusado por la naturaleza del género que le da título a la obra, y exgerado al fin se pasa de tueste con los niveles de sinsentido.
Nicky Belane, el protagonista, es un mediocre detective californiano que en plena mala racha tiene cuatro encargos para resolver; debe encontrar a un escritor francés que debería estar muerto y al que han visto en una librería, encontrar al Gorrión Rojo, comprobar si una esposa le es infiel a su acaudalado marido y romper una relación tóxica unida por razones extrañas.
Leer esto es como estar en una película rara cuyos directores pueden ser Tarantino o John Waters. De pronto hay unos extraterrestres, una triada de simios con trajes rosados que son matones mafiosos, más adelante una imagen genial del protagonista bebiendo wisqui sentado en un sofá junto a una muñeca sexual inflable para concluir frente a una muy original representación de la muerte. Con esto les advierto que no se trata de una novela policial convencional, de hecho, de convencional este libro tiene muy poco.
Debo celebrar la mezcla de elementos fantasiosos con los más verosímiles como muy acertada; la forma tan orgánica en la que logra mimetizar estos elementos hace que la lectura sea muy divertida y sorprendente.
Aquí hay entes inmunes a las balas, típicas escenas de películas noir y mucho diálogo, mucho, mucho diálogo. Sí. Belane, el detective loser de esta historia, va a dar tumbos entre situaciones y personajes que apenas tienen que ver con la trama principal pero están ahí para que te rías como un tonto o arrugues la cara por el asco.
Es una historia cerrada y como la típica película Pulp, tendrá su escena obligatoria para que el sujeto que busca un objeto se enfrente a eso…
Como siempre me pasa con Bukowski, he cazado algunas de sus reflexiones como adornos en la soez y el desparpajo de la trama, a veces hasta con cierto lirismo:
“(…) De cuantos más trastos prescindas, mejor verás. Todo funciona yendo hacia atrás. Retrocede y el Nirvana te saltará al regazo”.
“Si se perseveraba el tiempo suficiente casi siempre llegaba la buena suerte”.
“Uno sabe que es viejo cuando se sienta a preguntarse adonde se ha ido todo”.
“Somos asquerosos, condenados a nuestros pequeños y sucios hábitos. Comer y tirarse pedos y rascarse y sonreír y marcharse de vacaciones”.
Espero que les gusten algunas de estas propuestas, o todas, pues son historias refrescantes para paliar un poco este calor que a veces nos deja sin deseos de pensar ni de hacer nada, pero como decía Cuqui La Mora: La cultura no tiene momento fijo, y esa es una gran verdad.
Hasta la próxima semana.