Como cubano nacido a finales de los años ochenta del siglo pasado que soy, me es normal sentir curiosidad por varios fenómenos sociales que atestigüé durante mi crecimiento: la prostitución, el incremento de la delincuencia a raíz de los interminables problemas económicos y la ceba del gigantesco monstruo llamado “crisis de valores”, a estas… ¿alturas? una cosa tan normal a la que en algún punto habrá que dejar de llamar “crisis” y adoptarla como nuevos “valores”. No sé… Como todo buen cubano de hoy, mordido por la decepción, la necesidad, y muy ocupado tratando de reparar la fístula que tenemos del estómago al cerebro, además del ponche en el bolsillo, a veces no quiero ni ver, ni oír, ni hablar, ni pensar… En fin..
Mi primer acercamiento a estos temas fue a través de la obra de Amir Valle Habana Babilonia, la cara oculta de las jineteras, un libro que leí a principios de los 2000, impreso en hojas en alguna oficina y que pasó de mano en mano hasta llenarse de manchas y mataduras, porque el libro estaba “prohibido” en Cuba y, como cosa prohibida, fluyó alegremente entre La muralla de manos que protegió la supervivencia de ese texto iluminador.
Sucede que, a nivel global, los que cortan los bacalaos suelen ser fanáticos a esconder la peste a pescado muerto, las tripas podridas, las escamas, las aletas cortadas, entonces, todo aquel que apunte con el dedo al montículo de cosas marginadas, conoce la censura. Lo mismo le pasó al autor de la novela que hoy reseño, Robert Lee Maupin, un hombre negro nacido en un gueto del sur de Chicago en 1918, que, a lo Fernando Pessoa, usó varios alias. No obstante, se hizo realmente conocido bajo el nombre Iceberg Slim, que suena a rapero, a locote underground, a ladino truhán o a lechuguino pizpireto y buscavidas, lo que en la calle llamamos jinetero, pinguero, o rastacool: este término es bien reciente y se lo escuché a alguien en un bar, mientras hablaba del cliché de los “novísimos” jineteros cubanos con sus aptitudes para el baile, sus pelos rastas y sus fisnos esnobismos (lo de fisno lo tomo prestado de mi pasado en Oriente y de Fernando Ortiz), algo que habla también del racismo y la cosificación de la que no escapan ni los dictámenes de las deidades yorubas. Pero esto ya es harina de otro costal y me salgo del tema, y, bueno, todos sabemos lo incómodo que resulta que uno se salga…
La novela, que desde el título y la maravillosa introducción que hacen Peter A. Muckley y Eduardo Fuentes para la edición de Anagrama, actualmente descatalogada o indefinidamente agotada, en existencia quizás en librerías de segunda mano, Ebay, Amazon, Dios sabe dónde, es como si cargara con ese no sé qué —no le llamaré maldición, porque no lo es— de sobrevivir y alcanzar a los lectores bajo el halo de clandestinidad con el que nació, pues se dice que hace más de cincuenta años atrás la novela solo podía encontrarse en barberías y sitios sociales de los barrios negros. Curiosamente es, además, uno de los libros que más se roban en las bibliotecas de Estados Unidos e Inglaterra, y, a mi entender, debería hasta publicarse en Cuba, —este enorme gueto en forma de isla—, y el por qué lo expresa el mismísimo autor en su advertencia sobre su novela:
«A través de este libro llevaré conmigo al lector hacia el secreto mundo interior del chulo. Desnudaré mi vida y los pensamientos del chulo que he sido. El relato de mi brutalidad y de las artimañas que he utilizado para alcanzar mis objetivos os llenará de repulsión. Pero si consigo salvar aunque sólo sea a una persona, hombre o mujer, de la tentación de caer en este lodo destructor, si consigo convencer a alguien de que utilice su juventud y su inteligencia de una forma más útil para la sociedad, la repugnancia que haya podido suscitar con este libro se verá largamente compensada.
Desgraciadamente, me es imposible —y lo siento— narrar todas las experiencias de mi vida de macarra, pues ello requeriría media docena de volúmenes como éste. Pero lo que he vertido de mí mismo en este único libro me permitirá atenuar los remordimientos que me causa esta existencia abominable. Tal vez algún día logre ganarme el respeto de los demás apareciendo como un ser humano más constructivo. Pero lo que más anhelo es convertirme en un hombre apreciable a ojos de mis hijos y en memoria de esa maravillosa mujer que reposa en su tumba, mi madre.»
Ya lo de maravillosa se lo quitamos un poco a su señora madre, porque bueno, si te cuento más, ya mejor te regalo la historia y me olvido que estoy reseñando. Pero he aquí otro ejemplo magistral de lo que se produce cuando se crían los hijos al berro, con demasiado acceso a las cosas de los adultos, a golpetazos y en malas compañías, ¿víctima del contexto?. Todo contexto juega su parte en la construcción de la personalidad o en la toma de decisiones. Si a un niño lo crías en el desamor o en la torpeza, frente a la mala cara de la delincuencia y sin instarle a ver más allá, estás poniendo una esponja limpia en un charco de agua fangosa, y es una lástima que estas palabras y esta novela no llegarán a las manos y ojos y mentes de quienes viven en esa agua fangosa.
Y me dirás, ¿para qué leer a este tipo en Cuba, si tenemos a nuestro Yarini, si tenemos la calle cundida de Pimps? Pues, sencillamente porque ninguno de esos que sabemos que trabajan en “el giro” te van a contar nada, porque todo curioso huele a chivato en este país, y porque Yarini no se molestó en escribir sus memorias con intenciones aleccionadoras, y lo que tenemos de él son mitos, anécdotas, investigaciones, productos artísticos inspirados en sus andanzas y, también, por qué no, pajas mentales. Ahora mismo, lo más parecido a Pimp que tenemos hecho en Cuba —por lo mordaz y realista— es, y digo en orden cronológico y desde mi alcance como lector y cazador de libros de uso: Hombres sin mujer y Habana Babilonia, y también me baso en el contenido de crónicas biográficas y autobiográficas que caracterizan a estas obras.
He leído esta novela y he encontrado muchos paralelismos en el contexto Cuba barrio adentro, de ahí que se me salgan los fideos de la sopa de vez en cuando. Lo siento no lo siento.
De más está decir que la historia es de realismo sucio, ese género que tiende tanto a lo autobiográfico y a la autoficción —que no son lo mismo, aunque tengan puntos de encuentro.
«A un chulo le alegra que sus putas rían. Así sabe que aún están bajo su ala (…) Todo buen chulo sabe que él es su mejor compañía. Su vida interior es rica en astucia y maquinaciones para poder dominar a sus putas (…) Un chulo con una zorra refinada en el establo tiene que tener el juego bien amarrado. Las putas siempre están buscando el punto flaco de su chulo (…) Los mejores chulos mantienen una careta de acero sobre sus emociones (…) un chulo no es más que una puta que ha invertido con ellas los papeles del juego…» He aquí parte del manual mental del Flaco, el autor y protagonista, que nos abre la puerta de ese mundo al que muchos no pertenecemos pero tenemos al lado, debajo, encima o detrás, a veces, hasta en la propia casa y sin saberlo.
Iceberg narra con una crudeza y sencillez desgarradoras las formas de supervivencia de la comunidad negra en tiempos de la crisis de finales de los años veinte en Estados Unidos, así como las miserias del alma que siempre van de la mano con las económicas —sabemos de eso un montón. Su historia es envolvente, cautivadora y certera, como una película hecha para sensibilizar.
Vemos la transformación del personaje principal, desde la inocencia infantil impactándose contra una pared a través de las garras de su padre, la violación a los tres años por su niñera, hasta el asomo de la razón al ver a su madre cometer estafas y amar descolocadamente a granujas impresentables, y despreciar al hombre bueno, para explicar, y creo que sin ánimos de justificar, el cómo terminó siendo un chulo misógino cuando pudo haber sido un hombre de estudios, a pesar de su color de piel y la sociedad racista en la que le tocó vivir.
Es esta una novela para entender la crudeza y la crueldad, la tristeza y el desamparo en las que viven sumidos y sumidas todas esas personas que a veces juzgamos y apuntamos con el dedo. Esto hay que leerlo y estudiarlo, toda experiencia de vida, una vez expuesta, es un objeto de análisis para entender nuestra historia, porque aunque yo no sea negro, ni estadounidense, ni chulo, ni haya conocido de cerca la violencia y el desamor, soy humano, y creo en la posibilidad de no estirar los chicles amargos que ya no deberíamos estar masticando en este punto de nuestra historia. Todo porque pienso de forma global, y lo que le pasó a los judíos, a la comunidad negra, a muchas minorías, forma parte de la historia de mi crecimiento espiritual, y del tuyo, y del vecino. La decisión de abrir los ojos es tuya, la decisión de cerrar el pecho también, y aunque no es loable, tampoco ha de ser juzgada esa decisión. Al final, como mismo le pasó a Iceberg Slim, todos tenemos una razón para estar donde estamos.
Esta es una novela que se lee sola, que te aprieta el pecho, que te da deseos de llorar, de rabiar, pero que, sin dudas, te hará mirar a mucha gente de otra forma, aunque en el fondo les sigas temiendo, por desconfianza, por ser parte de la interminable crisis, porque una cartera vacía y una cazuela sin comida son más fuertes que cualquier código moral, y de eso también saben los gobiernos y los políticos, que son iguales de chulos, pero a otro nivel y con otras máscaras.
No quiero regalar muchos pasajes de la novela, ¡hay que leerla! Ella sola te abrirá sus gavetas y te enseñará lo que tú quieras ver, como todo buen libro, claro. Eso sí, tienes que estar de humor para la crudeza, no esperes merenguitos color pastel ni golosinas literarias, esto es proteína pura, filete miñón poco hecho con sangre y todo, carne de caballo para tu anemia espiritual, caguama en el mercado negro, y lo digo así, porque he de confesar que la versión de este libro que me llegó, fue una versión pirata. Pero estoy en La Habana, y aquí las cosas andan a un ritmo diferente, la gente de Anagrama lo sabe, y pido perdón, suplico al cielo que un día una luz progresista ilumine las cabezas de quienes cortan “nuestro bacalao”, y al fin, en esta aislada Isla, se pueda comer pescado sin pecar —buenos entendedores, he ahí mis palabras, que nunca son pocas. Querido mar, coordínate con el viento. Pero bueno, ya, me dejo de poesías y de indirectas…
Si esta novela fuera una canción, por supuesto que sería un rap, de esos que tienen un background fuerte lleno de violines tensos y sintetizadores misteriosos al compás de una percusión potente, inspiradora de puñetazos al aire, cabeceos severos y muchas cosas soeces, que en buen “cubano” repetiríamos a lo “yea, foquinbich, foquiu, moderfoquin niga” y por ahí hazte una idea. Ya te dije, la cosa está fuerte, y sin embargo, ablanda, ¡Dios, cómo ablanda el pecho! Y si no lo hace, te digo como Madonna en Frozen: « (…) Estás roto, cuando no tienes abierto el corazón.»
Nuestra cultura, tan influenciada por el American way of life, hoy más que nunca adopta la historia de este Pimp (Pimp es chulo en inglés, perdonen que lo diga a estas alturas del texto) porque lo digo yo, que tengo mi poco de calle y conozco los barrios bajos aunque no pertenezca a nada, y porque en una sentada en el malecón con una botella de ron, y haciéndome el extranjero, he visto y calculado a tantos de estos Icebergs Slims (tan certero nombre), locos por ser descongelados y abrir sus corazones, pero la gélida realidad no se los permite, y la crisis nos sigue rompiendo, y de esas rajaduras siguen saliendo más Icebergs Slims, y la historia se repite… ¿acaso hemos aprendido algo?
Sobre el autor
Es mucho lo que sabrás leyendo su novela, y en Google encontrarás varios artículos que hablan de su figura. Su otra novela Trick baby, está bajo mi búsqueda y captura, que ya sabemos lo difícil que se hace en una isla baneada hasta por Amazon, ¿para qué hablar de eso? Espero que alguien la tenga, la deteste y la deje en una librería de segunda mano, y que yo la encuentre. Pero bueno, ya basta de fantasías.
Iceberg Slim se volvió una figura icónica para la cultura afro estadounidense, inspiró a raperos como Ice T y Ice Cube, y devino en figura pública como humanista.
Este “Librazo” es de los que te dejan resaca por unos días, pero vivo en una cruzada literaria, porque sé que tengo más libros pendientes que tiempo de vida. En todo caso, también les digo que pueden leerse Pimp como una novela entretenida, dura, pero entretenida. Comparto “el Librazo” que me fue dado, porque no soy egoísta, y me retiro hasta la próxima semana.