Las novelas que les propongo esta semana tienen en común que retratan la vida de personas trans en Latinoamérica y el Caribe: Las malas, de la argentina Camila Sosa Villada, Sirena Selena vestida de pena, de la puertorriqueña Mayra Santos-Febres, y Las inocentes, del cubano Milho Montenegro. También decidí plasmar las visiones de una autora trans: Camila Sosa; una mujer: Mayra; y un hombre: Milho, pues las tres propuestas tienen validez y fuerza, y otros puntos en común que tienen estos libros es que se trata de las óperas primas de sus autores en el género novela, las tres fueron escritas con una irreverencia que se agradece desde este lado, —el de lectores—, y que plasman una arista nocturna, subrepticia, viciosa y marginada que forma parte de la realidad machista que vivimos como “normal” en nuestros contextos latinoamericanos y caribeños, que tantas características comparten, a pesar de las distancias entre cada país.
Solo me hinca la idea de que muchas personas no sean capaces de leer estas obras por prejuicios y otros errores humanos que ahora ni me molesto en adjetivar, ni viene al caso ni vale la pena, y si sucede que este tipo de literatura es, según dicen, más leída por mujeres, gays y algunos intelectuales, pues muy bien, pues al final —o desde el principio— detrás de casi todo lo que nos rodea están una mujer, un gay y la intelectualidad, por mucho que se quiera dejar todo eso tras las bambalinas de los escenarios políticos que rigen, entre comillas, las leyes de la vida en nuestros países, donde el machismo sigue imperando. Pero vamos al lío:
Las malas, de Camila Sosa Villada
Novela que, a mi entender, debe pasar a la colección de clásicos de la literatura latinoamericana. Es un testimonio de la brutalidad del mundo heteronormativo y patriarcal contra lo diferente, contra lo diverso, para ser más claro: contra los travestis. Nos narra pasajes duros, tristes y violentos, pero lo hace con una gracia, una dulzura, una melancolía y un dolor que roza con el romanticismo, a pesar de que se trata de una autoficción o novela biográfica con pespuntes de realismo mágico.
Dentro de la prosa, muy bien cuidada, se permite un lirismo hermosísimo que crea citas, no sé si de forma intencional, pero sí logra una magnificencia que no le suelta las manos a la crudeza:
«En las noches de mi infancia escuchaba a mis papás pelearse a golpes. Todo es espejo: busco la violencia, la provoco, estoy sumergida en ella como un baño bautismal. Soy una prostituta (…) Camino por la calle, incluida en los planes de la violencia pero también en los planes del deseo. Participo de eso repitiendo la violencia que me vio nacer, el acostumbrado ritual de volver a los padres (…) de resucitar todas las noches ese muerto. Las noches en que mi mamá llora mientras espera a su esposo, las noches en que los clientes no llegan, los amantes engañan, los chongos golpean (…) el mareo, el derrumbe de mi madre que yo prolongué en mí, como un animal atrapado en una cueva. Mi mamá con un niño a cuestas que ya comenzaba a decepcionarla, pobre madre: el niño afeminado que no cedió a los cintazos, al castigo, a los gritos y cachetadas que intentaban remediar semejante espanto. El espanto del hijo puto. Y mucho peor: el puto convertido en travesti. Ese espanto, el peor de todos».
Me tomó dos días leerme esta novela que te deja el pecho estrujado. Yo sé que la vida de los travestis es dura, he conversado con algunos y gracias a su resiliencia logran narrar sus más dolorosas anécdotas entre risas o chistes; asumo que por saturación terminen poseyendo la pena y la pérdida al punto de hacerlas un chiste, o un cuento. Pero que eso, esa resiliencia, no le reste consciencia a la escucha, en este caso, a la lectura.
«(…) El frío no detiene la caravana de travestis. Una petaca de whisky va de mano en mano, papeles de cocaína visitan una a una todas las narices, algunas enormes y naturales, otras pequeñas y operadas. Lo que la naturaleza no te da, el infierno te lo presta. Ahí, en ese Parque contiguo al centro de la ciudad, el cuerpo de las travestis toma prestado del infierno la sustancia de su hechizo».
He aquí una antología de penurias y efemérides de las caídas de las heroínas nocturnas, de las supervivientes y las muertas. Todas sufren lo mismo en todos los países. Ni volver a “lo normal” las salva. El mundo de “los normales”” es totalitario, no perdona.
Esta novela es necesaria para estos tiempos de reconstrucción de la mentalidad global con respecto a lo humano, a lo que somos.
Todo el que pueda leerla, que lo haga. Estoy seguro de que no volverás a mirar mal a la travesti de la zona, a “la mala”, a esa que es tan víctima de su realidad que roza con lo culpable, porque incluso dentro del mundo diverso, ellas son un ente aparte, de ahí ese título tan certero y tan cínico, ¿por qué no?
«(…) Cada vez que los diarios anuncian un nuevo crimen, los muy miserables dan el nombre de varón de la víctima. Dicen “los travestis”, “el travesti”, todo es parte de la condena. El propósito es hacernos pagar hasta el último gramo de vida en nuestro cuerpo. No quieren que sobreviva ninguna de nosotras. A una la asesinaron a piedrazos. A otra la quemaron viva, como a una bruja: la rociaron con nafta y la prendieron fuego, al costado de la ruta. Hay cada vez más desapariciones. Hay un monstruo ahí afuera, un monstruo que se alimenta de travestis. De un día para el otro ya no estamos, simplemente. Mientras menos lazos tenemos entre nosotras, más fácil es hacernos desaparecer. Las noticias vuelan de boca en boca. Casi al instante nos enteramos de la última violación, de la última víctima. Es peligroso el mundo».
Las malas me ha dejado en shock, un shock bueno, y como la protagonista de La librería, novela de Penélope Fitzgerald, me he quedado varias horas digiriendo el libro, antes de ser capaz de afrontar otro.
Pudiera sonar a que la autora aprovecha estos tiempos para victimizarse, vender su antología de sufrimientos —idea insensible—, pero se trata de representación, demostración, «todo es espejo», dice ella, y de eso se trata, de poner el espejo frente a la cara de la sociedad y que vea su lado podrido, a lo Dorian Gray. No, amigos y amigas, amigues, en fin, no repitamos los patrones errados de nuestros padres, seamos desde hoy los padres de otra generación más diversa, más comprensiva, más abierta, ¡por Dios! más humana y más libre.
Sirena Selena vestida de pena, de Mayra Santos-Febres
Una novela sobre la vida del trans que no solo es travesti porque se identifica con el sexo femenino y los elementos que se le atribuyen, sino que también es transformista, o sea, persona de sexo masculino que viste atuendos femeninos para hacer un espectáculo de entretenimiento, y que no tiene que ser gay de forma obligatoria —miren a Antolín como se transforma en La Pía, a Doimeadiós como se convierte en Margot, y por ahí muchos más—, solo que en este caso sí se trata de hombres homosexuales que practican el transformismo y el travestismo, que, repito, no son lo mismo aunque a veces en algunas personas se unan, como en esta historia.
La trama arranca con el viaje del joven Leocadio encarnando a Sirena Selena, una portentosa cantante que con su voz emociona hasta a los más mentes-cuadradas, y que va junto a Martha Divine, su manager-madrina, una mujer trans que pone sus ambiciones sobre el talento de su “protegida”. Como son boricuas y Sirena es demasiado joven para trabajar, se van a República Dominicana, la isla de al lado, como le dicen, que allí hay menos limitaciones a la hora de emplear a menores de edad, y asistidas por contactos de gente importante que frecuenta los sitios de ambiente, logran reunirse con magnates de los negocios turísticos en busca de esa gran oportunidad para que Sirena Selena brille.
La narración se alterna entre la primera persona y el narrador omnisciente, así como por bocadillos de presentadoras de espectáculos de transformistas que aportan un alto nivel de realismo y gran sentido del humor, un humor ácido, burlesco, pícaro.
Se sirve de recursos como los saltos de tiempo para ofrecernos pasajes estratégicos de las vidas de sus personajes, justo antes de ponerlos a actuar, para que el lector comprenda mejor a todas las partes. Es una novela sin malos y buenos, todos son especies de antihéroes, sujetos defectuosos que luchan en su día a día por vivir sin las ataduras de sus deseos más sinceros y más condenables, incluso esos que parecen haber “ganado la batalla” y “son libres”, cuando el inconsciente fluye dentro de la narración se nos presentan frágiles, temerosos, al borde de sus límites.
Critica al machismo y al patriarcado no solo desde el punto de vista de la comunidad trans, sino desde la femenina, a través de Solange, por ejemplo, la mujer de Hugo, el millonario que vive en el closet y que se convierte en el interés romántico de Sirena Selena.
He aquí una novela sobre las traiciones, sobre las personas de dobles intenciones y cundidas de miserias en las que se convierten todos los que han vivido en la marginalidad, o incluso los que, desde sus vidas cómodas y realizadas, marginan sus verdades más “incómodas” para la siempre hipócrita sociedad. «La decencia viene de todos los colores y de todos los sabores». También se le puede exprimir una moraleja tipo: las mentiras y las apariencias se pagan caras, hay que ser fiel a la esencia personal.
«Te amaré, Selena, como siempre quise amar a una mujer», repite Hugo, que lo ha probado casi todo y que no logra amar a la mujer biológica con la que está casado, y este texto es un reflejo de ese deseo que ha conocido los sitios ocultos pero nunca la luz, por eso es una propuesta pretenciosa y poco aterrizada. Selena no es mujer aunque lo parezca, y como bien versa el título, va vestida de penas, y al final, aunque muchos se queden viéndola como una ingrata o una delincuente cualquiera, hay que entender que ella necesita encontrarse, que es adolescente, que necesita volar por sí misma y sin gente aprovechada que le siga añadiendo lentejuelas de dolor a sus vestidos.
La novela es un fresco —fresquísimo— de la fauna humana que llena los bares de ambiente. El lenguaje es desenfadado, utiliza localismos felices que aportan muchísimo a los personajes, a la contextualización y hasta a la trama.
También es un llamado de atención al cuidado de los niños que, aunque en corta edad no hay una clara definición sexual, en esa etapa temprana dentro de la construcción de la personalidad empiezan las muestras y pasos en ese sentido. Aquí, en esta novela, no se condena a golpes la “traición” a lo masculino en el sujeto varón, sino que se advierte del peligro que también existe:
«Existían criaturas como aquel niño Leocadio, que, soliviantaban la sangre y le revolcaban a la gente sus sentimientos. “Los hombres son muy brutos. Tan solo reaccionan a lo que tienen de frente” (…) Ponerles aquella criatura delante era de por sí una provocación».
El dolor del abandono maternal persigue a Sirena, que sobrevive a varias pérdidas hasta endurecerse:
«Es malo el amor en esta vida. Para cualquiera es malo, pero para una loca, es la muerte». Fuerte texto, fruto de una coraza.
Una novela para aprender a no reprimir y a no reprimirse, para saber a dónde van a parar las personas cuando no son libres de ser ellas mismas, una crítica a la marginalización de la comunidad trans por la sociedad, y una burla a la doble moral de los respetables mandamases. Me encantó ese final en una tarima de bar de ambiente, con uno o dos cabos sueltos, que parece inconcluso, pero no, ese silencio es parte de la música.
En la Feria Internacional del Libro de La Habana sacaron una edición cubana de esta novela, y otro título de la autora: Fe en disfraz.
Resulta una lectura agradable y un sorprendente reflejo de nuestra realidad caribeña, con muchísimos puntos en común con la idiosincrasia cubana, y cuando te sientas a pensar el libro, terminas creando ensayos mentales que rondan más o menos lo que dice la transformista en el show del Capítulo final: «Esta vida moderna le saca el monstruo a cualquiera».
Las inocentes, de Milho Montenegro
Desde la página uno ya supe que pasaría varias horas leyendo esta novela.
Las descripciones, la manera elegante y certera de adjetivar, el lenguaje suelto con el que se mueve, y lo mejor, los cambios de narrador, como un despliegue de dominio que va desde el omnisciente, la primera y la segunda persona, lo mismo en pasado que en presente, una forma súper certera de hacer la lectura aún más atractiva y entretenida, adentrarnos mejor en los recovecos de la historia y en las distintas vistas de los personajes, que Milho nos muestra desde afuera y desde adentro, y aún así, mantiene el suspenso, te enreda y te lleva por esas confesiones de “mujeres” que viven en los bordes, que han caído y han tocado fondo para rebotar y volver a la misma punta del precipicio, como las típicas marginales: frutos de sus crianzas y contextos: «A veces lo terrible es difícil de comprender…».
¡Ojo! Que estas “narradoras” tienen diferentes voces, repito, ese detalle hace que vueles entre las páginas de esta novela. Es un chisme, una antología de crímenes, un buzón de quejas para mujeres desesperadas, sufridas, violentas, víctimas, victimizadas y victimarias, alcohólicas, supersticiosas, celosas, vengativas: supervivientes, en fin, bien crudas como sus realidades tóxicas, como la grasa trans…
«Enfermedad, traición, deuda, algún pasaje sucio del pasado, defectos corporales, malos hábitos, suciedad, mal gusto, una muerte próxima: cualquier argumento resulta eficaz para construir el rumor (…) El rumor une a las masas y asimismo las destruye. No tiene conciencia. No sabe qué es la compasión (…) Solo en el escenario donde se padece la ponzoña del rumor y su esencia corrosiva quiebra la frente, se muestra rechazo. Solo bajo las telas viscosas del dolor propio, ese que ocasiona el cuchicheo, es posible mostrar apatía por lo que, desde la condena particular, comienza a resultar indigno. Pero salirse de la babaza dañina del rumor es pocas veces efectivo. Una vez que se levanta el murmullo, ese coro incisivo que carcome prestigio y dignidad, es casi siempre el augurio de un final adverso. Nada puede librar al sentenciado del desplome…»
La historia, con pespuntes de novela negra, lleva a interrogatorio a sus personajes, busca esclarecer un crimen, y describe barrios de mal ambiente, sitios de extra radio que bien pueden estar en Cuba, en Chile, en España o en cualquier otro país de hispanohablantes; se es uno de los objetivos del autor, que a la novela le sirva el traje de cualquier contexto, porque es cierto como que en todos los países anochece y amanece que a ninguno les falta su zona marginal, sus áreas “de perdición”, sus gentes peligrosas.
El alma de poeta de Milho Montenegro se asoma por momentos desde el narrador omnisciente, adorna la novela, como un descanso entre el coro femenino y agudo que se alza desde el confesionario que no confirma sino que enreda; estamos en medio de un basurero humano, tan deliciosamente contado que las risas diabólicas entre genitales, secreciones y rezos a santos dejan en mal visto la calidad humana de los hombres que maltratan a las mujeres, de las mujeres que se maltratan entre sí, y de lo mucho que se sufre en esos rincones a los que no por gusto ni Dios se atreve a asomarse, porque la peste y el asco se imponen.
Es una historia violenta y sexual en cada Capítulo. Otro buen ejemplo de realismo sucio hecho en Cuba. Milho Montenegro recién acaba de publicar otra novela: Corazón de pájaro, ganadora de la Beca Can Serrat y editada por Ilíada ediciones, que pronto estaré reseñando. Montenegro es una potente voz literaria que a mi criterio personal debería reconocerse más en su faceta narrativa dentro del país.
Espero que estas recomendaciones de novelas les ayuden a acercarse a esas otras vidas que parecen tan alejadas de las “zonas decentes” en las que solemos movernos a diario, pero, créanme, la realidad vive travestida para esconder, para ser, para el show de la supervivencia.
No suelo dedicar mis reseñas, pero esta vez lo haré, y va para Thais, que sufrió las burlas mientras limpiaba pisos en el Hospital Hermanos Armejeiras y le decían Andrés, su nombre del carnet bajo el cual tuvo que firmar, y que terminó en las calles, porque nadie la quería contratar; para la maquillista de un canal de la televisión cubana que a veces no podía quitarle el brillo de la grasa cutánea a algún que otro “artista” porque él no quería ser tocado por “esa”, y que terminó yéndose del canal; y para Thiago, el bartender del bar Queens en la calle Reina, a cuyo contacto ya le quitamos el nombre de Beba.
Queden con estos “Librazos” hasta la próxima semana.