A veces leemos para encontrar respuestas, en una especie de libromancia extraña, y el resultado suele sorprender porque se nos abre una ventana que no sabíamos que teníamos; esa es una de las partes mágicas o terapéuticas de la lectura.
Acabó el 2021 y, como suele suceder, diciembre fue el mes más familiar. En mi caso, tuve la visita de mi madre, a la cual no veía hacía casi dos años por culpa de la pandemia, y nosotros no somos una familia desunida o mal llevada —al contrario—, sino dividida entre dos sitios diferentes, porque, bueno, es normal, los hijos solemos abandonar el nido; ley de vida—la cuenta del teléfono lo sabe mejor que nadie.
Tenerla unos días junto a mí fue una experiencia hermosa, y al despedirla, cuando llegué a casa, me eché a llorar; porque ya mi mamá no es tan joven ni tan ágil, y ella, a su vez, también está cuidando a su madre y cuidó de su hermano hasta que murió en ese 2021 tan duro que ya acabó —el familiar cuidador paga muchos impuestos emocionales que el cuerpo somatiza. Creo que hemos pasado a otra etapa de nuestras vidas en la que debemos aprender a reconocernos y a tenernos paciencia, siempre en nombre del amor.
Con toda esa energía de unión familiar, en un intento de conectar con la necesidad de reproducirse, de entender el amor por los hijos y esas cosas —que yo, al no ser padre no poseo, y que yo, al no estar seguro de querer ser padre tampoco me cierro a no entenderlo como la gran bendición, reto y escuela que es—, decidí agarrar Yerma, de Federico García Lorca y hurgar en esa historia sobre una mujer que desea ser madre y no puede. También ayudó el ver Madres paralelas de Almodóvar, y el hecho de que en las tiendas de ARTEX —al menos en La Habana— han sacado unas ediciones españolas muy bonitas de esta obra de Lorca.
Quizás he llegado a Yerma en busca de comprender mejor a mi madre, a las madres de mis amistades, a mi suegra, a mis abuelas, para aprender, como hijo adulto, a ser también un poco el padre de mis padres cuando me toque, y perdonen que les abra y les hable tanto de las cosas de mi casa y de mi caso, pero este es el espíritu con el que he entrado en esta maravillosa historia lorquiana. Ya luego mi energía inicial se transformó, y para bien —cosas del buceo entre páginas.
Apenas en el primer acto me he dado cuenta, en esa genial conversación que sostiene Yerma, la protagonista, con una vieja, que para entender a una madre primero hay que ver a la mujer, ¡he ahí la cosa! Una mujer no debe ser encasillada por su maternidad. Acabemos con esa competencia tan frecuente de “más mujer que madre”, porque antes de madre se es mujer… Y se sigue siendo mujer en la maternidad… De hecho, es necesario, es sano, es equilibrado… Y difícil.
¿Por qué leer a los clásicos?
Muchos tienden a pensar en los clásicos con ciertas muecas cercanas al desprecio, más bien con escepticismo, porque se suele ver a una obra clásica como demasiado docta, panfletaria, rebuscada, ¡vamos! A lo que en buen cubano se le llama “un clavo”, y todo porque en la escuela nos obligaban a leerlos, y muchas veces no nos acercaban a las grandes obras y a los grandes autores de la manera correcta, y pecando de exceso de didactismo.
Yo, que soy nieto de un hombre al que le decían “Río arriba” por tener la maña de contradecir a todo el mundo, heredé su pesada estirpe y escalo cascadas, porque ¡Ah! No por gusto “un clásico es un clásico”, y no solo han de leerse esos textos para citarlos en una reunión en la cual queremos impresionar, —para eso ya hay libros de autoayuda y compilaciones de citas—, sino por la parte reflexiva, por la invitación a las profundidades de la naturaleza humana —y la no humana también— que contienen esas obras, para ayudarnos a ser un poquito mejores al final, para ofrecernos un camino.
Lorca es un clásico, se sabe, y su talento y su ángel son dignos de honores e inspiración.
¿Quién es Yerma?
En primer lugar es el nombre de la protagonista, puesto de forma estratégica; se trata de una mujer joven y triste, porque quiere ser madre para suplir ciertas carencias, o por la necesidad imperiosa de tener un hijo para volcar su capacidad de amar sobre esa criatura, ya que en verdad se encuentra en un matrimonio que, al igual que la mayoría de las otras mujeres que intervienen, fue arreglado por los conservadores y en extremo religiosos padres. Yerma es una mujer yerma.
Esta obra de teatro está escrita en tres actos de dos cuadros cada uno, y está caracterizada como “tragedia rural”, aunque es también una protesta contra las costumbres represivas, contra la falta de libertades que acecha a las mujeres y contra la moral como una cárcel. La obra es un canto de liberación, un trago tóxico para darte deseos de beber agua pura y sanadora.
Si se lee o estudia en profundidad se hallan ciertos pespuntes ateístas y hedonistas, a pesar del misticismo presente, la religiosidad y los moralismos. La misma Yerma recurre a una conjuradora, o sea, un brujera de toda la vida, y al final ¿qué? Cómo dijo la vieja del primer acto: «A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que tienen que amparar.» —¡Ay, Raphael! «Escándalo, es un escándalo».
Yerma es también una obra que rompe con muchas concepciones sociales demasiado estrictas, y con esos “formalismos” absurdos en plan medieval que aún sobreviven en muchos sitios; es una obra que lucha contra el patriarcado y se muestra feminista, se contrapone a lo que hoy en día se le llama “pensamiento de gente básica” que a la postre impide el flujo de la felicidad y la complacencia, o al menos el de la tranquilidad de espíritu, que es mejor.
Cada personaje está colocado de forma tal que aporte algo al lector —o al espectador, en caso de ver la obra montada en escena—. Aquí las viejas tienen unas voces cansadas, sabias e irreverentes, como un llamado de atención; ¿acaso hay que llegar a la vejez para darnos el gusto de pensar y hacer con libertad? Aunque también hay una joven disgustada con tener que asumir el papel obligado de ama de casa.
Durante toda la obra se siente una tristeza, una tensión y una desesperación que conducen a ese final tan icónico e inesperado, como para confirmar esto de que la dureza, de tanto aguantar, se parte. Moraleja: sean flexibles, aprendan a lidiar con los limones de la vida, hagan sus limonadas y disfruten, no se exijan peras si son Olmos, en fin, sean coherentes con sus situaciones y realistas con sus sueños.
Como el gran poeta que es Lorca, muy a menudo se juega con versos y canciones, y el resultado es maravilloso. Utiliza el costumbrismo, la torpeza pueblerina, la entrometida vecindad de infierno grande en pueblo pequeño, los rituales campesinos, y construye situaciones y personajes exquisitos —yo comelón tiendo a usar adjetivos y símiles positivos relacionados a la gastronomía—.
«(…) Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí», se queja Yerma, obsesionada con ser madre, al punto de olvidarse de ser mujer, ¡error! ¡Negativo por esa vía!
«Algunas cosas no cambian. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye (…) Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo», expresan Yerma y su cuñada, en una especie de proyección y protesta. Este comentario explica la raíz de algo que estamos viviendo en la actualidad; la lucha feminista, las voces de las mujeres que han salido a “llenar el mundo”, aunque todavía queden tantas detrás de los muros, calladas… Esta obra fue publicada en 1934, mira tú qué visionario Federico.
«No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! », también dice Yerma, y he aquí un bocadillo que expresa la importancia del apoyo, de la comprensión, de la comunicación —yo, comunicador social al fin, doy fe: la base de casi todos nuestros conflictos tiene su parte de comunicación defectuosa, ya sea con los demás o con uno mismo, porque, ¡oye! Uno se comunica con uno mismo en todo momento, así que hazte el grandísimo favor de ser tu propio amigo. Fin de la homilía—.
La grandeza de Yerma radica en la profunda humanidad de su contenido, que hurga en lo sexual para caer en lo espiritual, que presenta los juegos de poder de la institución matrimonial y familiar contra la libertad personal y de expresión, que advierte sobre la incomprensión y la mala comunicación entre personas que comparten espacio y tiempo. Si aquí estamos, aquí hablamos, pactamos, acotejamos y respetamos.
Esta obra de teatro es también parte de la trilogía lorquiana formada por Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba, que yo pretendo leerme también.
Sobre Federico García Lorca
No podré aportar nada nuevo, pues toda persona que tenga radio, televisión e instrucción escolar, todo el que esté leyendo estas palabras y haya llegado hasta este punto, de seguro conoce algo del autor, incluso chismes históricos, y por supuesto, su triste y absurdo final.
Me quedo con sus “Librazos”, con sus palabras, con su ángel, y hoy, con su Yerma.