“Amautas” del altiplano: los colores del español en Bolivia

Como sucedió prácticamente en todo el continente americano, el español se impuso en ese país a través del ejercicio religioso, primero, e intelectual, después; así, fueron relegadas, cuando no marginalizadas, las lenguas de los pueblos autóctonos.

Ilustración: Brady.

Si existe un país claramente diverso y plural en el mapa global del español, ese es Bolivia. Aunque hasta ahora hemos visto que la idea de la homogeneidad lingüística de los llamados “países hispanohablantes” puede ser siempre relativizada en virtud de sus complejos relatos históricos y culturales, lo cierto es que la “nación” andina ilustra uno de los casos de mayor heterogeneidad.

Y entrecomillo el término “nación” de manera enfática, pues si algo distingue a Bolivia es precisamente la capacidad de reunir a muchas naciones dentro de una misma geografía. Sin embargo, esa es una condición que solo obtuvo estatuto legal y constitucional hace poco más de una década, cuando en el año 2009 una nueva Carta Magna pasó a nominalizar a la antigua República como Estado Plurinacional.

Esa condición se confirma con el reconocimiento de un total de 37 lenguas oficiales en Bolivia, aquellas que son habladas por los pueblos y culturas presentes en su geografía. El español, aunque es la lengua legitimada socio políticamente y empleada para la comunicación y la educación, es lengua materna de solo unos 5 millones de personas en el país (alrededor de un 40 % de la población), lo que demuestra el carácter hegemónico de su presencia en países que vivieron la experiencia colonizadora. Le siguen, por cantidad de hablantes que la tienen como lengua materna, el quechua (2,4 millones), el aymara (1,4 millones) y el guaraní (100 mil). 

Pero el mapa lingüístico de Bolivia es mucho más complejo que esta cartografía de lenguas. El español boliviano, que se integra dentro de llamada variante “andina” en América (y que tiene como centro normativo al español limeño), ha sido subdividido en dos grandes regiones y tres zonas dialectales: la región andina, compuesta por las zonas occidental (español colla) y sur (español camba); y la región de los llanos, donde se localiza la zona dialectal oriental (español chapaco y afro yungueño). 

Por otra parte, los otros dos grandes referentes, el quechua y el aymara, no son lenguas unitarias sino familias lingüísticas que reúnen una gran diversidad de variantes regionales, en ocasiones compartidas a través de las fronteras de países como Perú, Argentina, Chile, Brasil y Paraguay. 

Desde el punto de vista socio histórico, resulta muy importante tener en cuenta que los pueblos originarios en la región que ocupa la actual Bolivia tienen una larga historia de asentamiento y desarrollo que se remonta al siglo XII a.n.e, algunos de los cuales formaron complejas civilizaciones. Por lo tanto, a su llegada, el colonizador español se encontró con sistemas de comunicación altamente desarrollados que lograron sobrevivir a la experiencia colonial e incluso contaminar la lengua del extranjero.   

Como sucedió prácticamente en todo el continente americano, el español se impuso a través del ejercicio religioso, primero, e intelectual, después; así, fueron relegadas, cuando no marginalizadas, las lenguas de los pueblos autóctonos. Esta situación fomentó las dinámicas de “diglosia”, término que se refiere a una situación de lenguas en contacto en un mismo escenario humano, donde una es la dominante y la otra dominada. 

Como resultado de esos procesos de doble formación lingüística, se establece una marcada diferencia entre una lengua de reconocida legitimidad sociopolítica y empleada para la comunicación pública (el español), frente a otras que dominan la comunicación privada o familiar, desde las que se construyen el conocimiento y la visión del mundo. Pensar en una lengua y expresarse en otra es, pues, uno de los grandes dilemas culturales de los países que vivieron la experiencia colonial.

Regresando al estratificado panorama del español boliviano, sus variantes son expresión de la propia diversidad geográfica, pero también económica y cultural, del país. La importancia que adquirieron durante diferentes momentos históricos ciudades como Potosí, Sucre, La Paz, Santa Cruz o Cochabamba, el contacto con las lenguas y tradiciones locales tanto en la zona andina como en el altiplano o los valles del sur y el este, las migraciones espontáneas o forzadas, entre otros factores, dieron forma lentamente a las particularidades del español en cada región.

La naturaleza lingüística de las variantes locales, por ejemplo, determinó que en el campo del vocabulario se conservaran estratégicamente palabras relacionadas con la toponimia o elementos de la flora y la fauna locales que han sido recogidas en diccionarios y monografías. Solo algunas han sido amplificadas por el español tanto en el ámbito hispano como a nivel global debido al temprano intercambio trasatlántico de mercancías. 

Es el caso de la “papa”, cultivo originario de la región andina que hoy forma parte del imaginario culinario de muchos países en lejanos continentes. Algo similar ocurre con la “coca”, planta popularizada internacionalmente a través de la marca comercial Coca Cola. En el ámbito propiamente americano tienen un uso más extendido otras como alpaca, cancha, carpa, chirimoya, choclo, coca, cóndor, guano, inca, llama, mate, morocho, pita, puma o quinoa.

No obstante, el mayor campo de influencias e interacciones entre las lenguas locales y el español está relacionado con la fonética, la morfología y la sintaxis, especialmente las del quechua y el aymara. Uno de los elementos más importantes en ese sentido es la notable diferencia entre los usos vocálicos, que llevó a la desaparición de diptongos (“quebro” por quiebro, “apreto” por aprieto) o el intercambio de vocales al final de palabra (“compinchi”, “trapichi”, “metichi”).

Un fonema bien complejo es el del sonido “r”, con diferentes realizaciones en cada región lingüística, e incluso con marcas de clase. Mientras en la región oriental tiende a relajarse la “r” simple, especialmente ante la “l” (“hablahle” por hablarle, “abrihlo” por abrirlo, “presentahlo” por presentarlo); en la zona andina esa pronunciación se asemeja más a la del castellano normativo. No obstante, las clases altas, por asimilación con el inglés como lengua de prestigio socioeconómico, tienden a realizar la pronunciación de la “r” inglesa (ewre) y son llamados burlescamente “jailones”.

Desde el punto de vista morfosintáctico es variable el fenómeno del voseo, alternando en ciertos contextos con el tuteo: “vos tienes que hablar”. También son característicos los procesos de formación del diminutivo con “-ingo/a” (sabadingo, fiestinga, aquicingo, ahoritinga, biencingo, etc.)  o con “-cito/a” (esito, allacito, buencito, etc.); y del aumentativo con “-ango/a” (casanga, troncango, feongo, ahoritanga, bienzanga).

Estas son apenas algunas pinceladas que ponen de relieve la compleja diversidad a la que nos enfrenta una mirada atenta al español en el mundo y particularmente en el caso de América. Bolivia fue, en su momento, la génesis de una riqueza inimaginada que se resumió en una frase histórica: “vale un Potosí”. Pero esa riqueza no radica solo en la plata que salió del Cerro Rico para alimentar en buena medida el sueño del progreso y el capital moderno. Hay un valor más puro e inconmensurable que está guardado en su gente, en sus tradiciones y en los ojos que, con palabras diferentes y a veces en silencio, pronuncian y conservan la belleza de una geografía única desde los valles amazónicos hasta el salar de Uyuni. 

En lengua aymara, el “amauta” es el sabio de la comunidad, la persona que guarda en sí el conocimiento y la experiencia del mundo, la “casa del saber”. Eso es Bolivia, una casa del saber que se deposita en sus lenguas ancestrales y que surgió del contacto con el español y con otras culturas.  

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