¡No cojas lucha! Giros y frases del español de Cuba

Metáforas, metonimias, apropiaciones o símiles que han ido a parar a frases enjundiosas... descubre en este texto todas las que conoces y usas.

Ilustración original: Brady.

Si hay una tarea ardua para los investigadores y especialistas de la variante cubana del español, sin duda alguna consiste en la recopilación de esas pequeñas pero complejas construcciones lingüísticas que nos han servido para las más diversas situaciones comunicativas. Metáforas, metonimias, apropiaciones o símiles que han ido a parar a frases enjundiosas, a veces casi aforismos, que expresan un conocimiento naturalizado y absolutamente convencional: un pacto de significación que se sella dentro de la norma cubana de la lengua de Cervantes.

Algunas son de larga data entre nosotros. Recuerdo a mi madre mencionar objetos o personas que se perdieron y no ha vuelto a ver “hasta el sol de hoy” (o sea, nunca más); cosas que no se hacían “por nada del mundo”; peleas donde se repartió golpe “a troche y moche”; gente que se entretenía en cualquier bobería solo por “matar el tiempo” y, como fórmula suprema contra cualquier contratiempo de la vida cotidiana, el “no cojas lucha”. En nuestra variante del español abundan esos giros que tienden a convertir algo concreto en una formulación abstracta: la lucha, el embaraje, la cosa, la jugada, el pie… Y de cada una de ellas emanan formulaciones disímiles: “tremendo embaraje” o “deja el embaraje”; “¿cómo está la cosa?”, “¿cómo tú ves la cosa?” o, simplemente, “¿qué cosa é?”; “la jugada está apretá” y, también, “la jugada está en licra”; se puede “meter el pie”, “echar un pie”, ser gente “de a pie” o aventurarse a algo porque “das pie”.

No son pocas las que ofrecen matices al desplazamiento. Siempre me gustó mucho el “irse echando”, porque no se echaba nada sino uno mismo. Muy graciosa es la fórmula “al doblar”, que no tiene que ser necesariamente en la siguiente esquina de donde se está. A veces un “voy ahí al doblar” es una sutil estratagema de escape. Algo similar ocurre cuando decimos que algo está “ahí mismo” para expresar su inminente proximidad. En el campo se dice “al cantío de un gallo”. Y si el sitio está lejos, “en casa del carajo”, “en casa de las quimbambas”, “donde el diablo dio las tres voces” y otras más altisonantes que ya hemos abordado en entregas anteriores. Un matiz más abstracto del movimiento lo da el “avanza y no te detengas”, que es una suerte de autorización para acometer o proseguir con una tarea. Algunas han perdido su sentido original, como el “va que chifla”, que ya no expresa rapidez sino conclusión de un asunto: “coge veinte pesos y va que chifla”.

Muy curiosas son aquellas que expresan una advertencia, un llamado de atención, una nota distintiva sobre la conducta o la posición del interlocutor. Son las frases en las que se acumula una sabiduría que pasa de generación en generación, logrando formular ideas con matices únicos y absolutamente singulares. Impone respeto que te amenacen con “saber donde Pupi va a tocar”, o que una acción nuestra genere el reclamo de “¿hasta cuándo son los quince de Yakelín?”. Nos ponen en alerta ciertos llamados de atención: “sigue creyendo que el chicharrón es carne”, “sigue durmiendo de ese lao”, “suave pa que se te dé”, “relájate y coopera”, “aguanta un mes”, “tumba la guara”, “desmaya eso”, “el horno no está pa galletica”, “el solar no está pa dominó”, “me vas a llenar la cachimba de gofio”, “hay pero no te toca”, “gira que te veo fijo”, “te estoy midiendo y no es pa ropa”… Si alguien no nos convence por su conducta, ahí va el “que te compre el que no te conozca”, y un “tú eres más rollo que película” o “más cáscara que boniato” para los alardosos o los asuntos de poca sustancia. A quien sorprende por una actitud o gesto inesperado se le dice que “se tiró con la guagua andando”.

Un dramático carácter de cierre tienen las frases “se acabó el pan de piquito” y “aguántate de la brocha que me llevo la escalera”. Se le acaba el pan y la abundancia a alguien en particular o a la gente en general, y quien se queda suspendido en el aire, deposita en esa brocha sus últimas esperanzas de salvación. Otras formas de cierre son “se acabó lo que se daba”, “chirrín chirrán” o “se acabó el abuso y empezó el atropello”. La antigua hybris griega, generadora por excelencia del espíritu de la tragedia, pervive hoy en formulaciones catastróficas. Después de ellas, el apocalipsis: “me riego como un juego de yaquis”, “aflójame las trenzas”, “me la tienes pelá”, “quítame el deo”, “y dale con la pituíta”, “tú a mí no me calculas”, “a mí nadie me bajea”… De la misma forma que se puede conminar a aliviar tensiones dejando el drama, el brete, la matraquilla o la payasá.

Aunque la lista debe ser, sin dudas, mucho más extensa, quisiera dejar constancia de algunas de las frases que más han perdurado en las últimas décadas, algunas con un uso muy localizado en ciertas regiones de Cuba. Como decía al principio, será una dura tarea viajar hacia sus orígenes o delimitar sus ámbitos de significación. Pero ahí reside precisamente la naturaleza siempre viva de la lengua.

Dar o tirar con la cara, con el rostro, con la jeta // A llorar que se perdió el tete // A llorar a maternidad o a la llorería // Tápate con colcha // Comerse o jamarse un cable // No escupas pa arriba // Eso es más viejo que el Morro, que Matusalén // Explotó como Cafunga // Tremendo explote // Meter La Habana en Guanabacoa // Tener un chino atrás // Lo que le cayó fue un 20 de mayo // Aquello terminó como la fiesta del Guatao // El quita y pon // Eso está echando humo // Me va a dar una cosa // Eso es una boca de lobo // Tírame un cabo // Estoy partío, herido, cruzao // Tengo un hambre que no veo // Estás escapao, fuera de liga // Te la comiste // Éramos pocos y parió Catana // Pa su escopeta // Tremendo paquete, tremenda turca // Comer de lo que pica el pollo, comer bola, catibía, mierda, pinga // Eso es del año de la corneta // Me alegro // Pelo suelto y carretera // Sin cráneo // No hay cráneo // No le des más cráneo // Está chiflando el mono // Cómo está el Indio // Clase de fricandol // Me hablaste en chino // No entendí ni papa // Mala mía // Cambiar de palo pa rumba // Coger un diez // Echar una pesca // Morder el cordobán // Rendir más que un peso de gofio // Darse tremenda lija // Ser un banquete // Coger mangos bajitos // Acabar con la quinta y con los mangos // Donde el jején puso el huevo // Pasar la cuenta // Hacerse mierda // Pa luego es tarde // Tremenda rufa // Ahora sí se cagó la perra // Estar muerto en la carretera // Estar frito // Bailar en casa del trompo // Tener tremendas espuelas // Comer candela // Hacha y machete // No creer en nadie // Meter el diablo en el cuerpo // Coger de mansa paloma // Meter la puñalada, puñalda trapera // Estar en el pico de la piragua // Cortar el bacalao // Estar en la fuácata // Estar más atrás que los cordales // Estar prendío // Andar prendío // Tremendo prende // Estar en candela // Estar en llama, o en yamaha // No entiendo ni pitoche // Quedarse en blanco y trocadero // Cambiar la vaca por la chiva // Reventar como un siquitraque // Sacar lasca // Eso es pan comido // Matando y salando // Partir el bate // Lo partió // Se formó tremendo arroz con mango // Ser un ñame con corbata // Dar muela o dejar la muela, el teque // A otra cosa mariposa // Echarse una coba, tirarse una coba.

Otras, son parte de la comunicación cotidiana en la actualidad, sin distinción de edad o entorno social, aunque estas construcciones tienden a marcar generalmente situaciones informales y registros populares del habla. Así, escuchamos a diario frases como “ese es tu maletín” (para un problema que alguien debe resolver solo), “dar el berro” (protestar, exigir, demandar), “cómo te/le descargo” (en señal de aprobación o gusto por alguien o algo), “te falta calle” (si se desea resaltar la falta de experiencia en ciertas lides), “monta que te quedas” (apurarse, aprovechar una oferta), entre otras. Incluso, la comunicación global nos ha regalado nuevas frases que hemos adaptado muy cubanamente. Es el caso del “hold my beer” como disparador de un reto que se quiere acometer. Acá hemos sustituido la cerveza por el cómodo Planchao, esa cajita de alcoholes que acompaña las noches de bohemia isleña. Así, si alguien nos conmina a cumplir con un reto o superarlo, soltamos al unísono: “aguántame el planchao”…

En algunos aspectos particulares de la vida, por su intensidad o impacto, este proceso de desdoble de la lengua adquiere una inusitada intensidad. Es el caso, por ejemplo, de la muerte, a cuyas formulaciones dedicaremos la próxima entrega. Por hoy “bajamos el catao”.

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