Para los habaneros, Carlos III es una de esas calles “de toda la vida”. En casi dos siglos de existencia, la transitada avenida —que transcurre de Belascoaín a la Avenida de los Presidentes o G— ha cambiado de nombre y de fisonomía, pero no ha perdido protagonismo en la vida cotidiana, ni tampoco en el imaginario de quienes viven en la capital cubana.
Fue en sus orígenes, en la primera mitad del siglo XIX, el Paseo Militar y también Paseo de Tacón, en honor al Capitán General de la metrópoli española que ordenó su construcción. Sería un “paseo de campo” —según lo llamó el propio Tacón—, arbolado y con bancos y glorietas, que tomaba distancia del tráfago citadino.
Años después, la colocación en ella de una estatua del rey Carlos III le daría su nombre definitivo. Sin embargo, las autoridades se han empeñado en bautizarla de otras maneras y, por ello, con la instauración de la república, en 1902, fue renombrada como Avenida de la Independencia, aunque en 1936 el historiador Emilio Roig consiguió que se le restituyera su más popular nombre.
No obstante, en los años 70, ya en el período revolucionario, la avenida sería de neuvo renombrada como Salvador Allende, en honor al recordado presidente chileno. Sin embargo, aunque así aparece registrada en sitios y documentos oficiales, para la gente siguió y sigue siendo Carlos III, tal como se le ha conocido “de toda la vida”.
A lo largo de su historia, la célebre calle habanera ha pasado por transformaciones, modernizaciones y vicisitudes. El conocido periodista Ciro Bianchi recuerda, por ejemplo, que en 1955 “fue víctima de un desaguisado urbanístico: se arrancó sin piedad su arbolado antiguo y frondoso y se le suprimieron las columnas, aunque algunas se restituyeron después”.
Con el tiempo, perdería columnas y glorietas, estatuas y fuentes. Cambiarían las sendas, sin dejar de ser una avenida amplia y fresca, y se construirían nuevas edificaciones que, con los años, se convertirían en símbolos de la zona y toda la ciudad, si bien algunas dejaron de ser lo que fueron alguna vez, en medio de las transformaciones sociales y políticas del país.
Carlos III es la avenida de la paradisíaca Quinta de los Molinos y del Gran Templo Masónico de Cuba; de la Sociedad Económica Amigos del País —reconvertida en Instituto de Literatura y Lingüística— y de las facultades de Medicina Veterinaria y Estomatología; del Ministerio de Energía y Minas —antigua sede de la Compañía Cubana de Electricidad—, del Hospital Emergencias, y la de la otrora mansión del millonario Alfredo Hornedo devenida en casa municipal de cultura.
Y, por supuesto, es la avenida de la tienda Carlos III —que transitó del CUC al MLC y ha vivido períodos de alza y otros de franca depresión— y de numerosos quioscos y negocios privados. La calle que conecta la antigua Habana con el Vedado y la avenida de Rancho Boyeros y que, como toda Cuba, sufre los embates de la crisis, mientras miles siguen transitándola día tras días, tal como nos confirma el caminador lente de Otmaro Rodríguez.