Fidel es una especie de budista tropical, jaranero, jodedor y cubano hasta la médula. Un batido sincrético de persona aterrizada y espiritual: lo mismo te lo encuentras meditando, que llamando con un grito al barbero de la esquina. En su local se pasa de la música de reiki a los Van Van con mucha facilidad.
En su natal Camagüey dejó de lado las terapias para dedicarse a la artesanía, sobre todo en la decoración de hoteles y era miembro del Fondo de Bienes Culturales y de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA). Así, haciendo jarrones camagüeyanos, muebles de inspiración propia y obras de yeso, pasaba sus días en la isla, junto a sus amigos y compañeros de trabajo.
En 2015 llegó a Ecuador con su esposa. Ella es pediatra y él tuvo que sacar del baúl de los recuerdos su antigua profesión de terapeuta para poder trabajar, por que “aquí, en Ecuador, del arte no se vive, mi hermano”.
Al principio iban juntos de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, dando conferencias sobre productos antiparasitarios. Así conocieron casi todo Ecuador y a personas que quisieron ayudarlos. Entonces ella montó su consultorio de pediatría; y él, su local de terapias.
Dejaron un poco la vida nómada de los primeros tiempos y pudieron establecerse, aunque de manera temporal, en Santo Domingo de los Tsáchilas, luego en la Amazonía y en el siguiente paso se desintegró la dupla pues a Rebeca su esposa le salió un contrato de trabajo en Quito y a él le ofrecieron montar su local de terapias en Papallacta.
Se trata de un pueblo de montaña, donde hace mucho frío y es famoso por sus aguas termales. Está a 3250 metros sobre el nivel del mar. Pero cuando Fidel le estaba cogiendo el tumba’o al lugar, la altura le hizo una jugarreta y lo encontraron en el piso, desmayado, después de una subida de presión arterial. Agarró sus matules y dejó su inversión, sus pacientes y sus amigos para mudarse finalmente a Quito con Rebeca.
“Lo mejor que me he encontrado en el Ecuador es la gente, son personas muy buenas, muy bacanas, como dicen aquí. No te voy a decir que todos, siempre hay uno que otro xenófobo, pero he tenido muy buenos amigos en el Ecuador, socios que son mis panas, gente que me apoyó cuando lo necesité. Ecuador es un país muy lindo, muy emprendedor y lo que más me gusta es la libertad que tienes para tu hacer, para emprender”.
Fidel tiene montado su consultorio en la Vicentina, un barrio del centro norte que conserva dinámica de barrio. Todo el mundo se conoce y le dicen ”Manos de Ángel”. Por la esquina de Berruecos y Alfonso Perrier todos pasan saludando al cubano que da terapias, que quita dolores, que endereza columnas.
Él ha montado todo con sus manos, hace la carpintería, pinta el local y tiene un rincón con una estufita eléctrica y una cafetera que, cuando el saludo se extiende un poco, pone sin demora para brindar un café expreso.
Su nombre, según él, le ha traído cosas buenas buenas, la gente lo identifica y lo compara y bromea. Se le escucha decir a todos sus pacientes: “Gracias, Fidel”.
Como todo migrante que se inserta en la dinámica de un nuevo país, el terapeuta se debate entre cosas que añora y otras que descubre y las incorpora.
Extraña a su familia y a sus amigos en Cuba, pero lo que no extraña mucho es la comida. “Mira, hermano, yo como de todo, no tengo problema con eso, y sí, a veces hago congrí en la casa, pero los platos ecuatorianos son lo máximo. Hay una sopa de pescado y yuca con cebolla curtida y le echan palomitas de maíz, se llama Encebollado. Hermano, ¡mis respetos! Si hay algo aquí es comida, abundancia y variedad de comida”.
Lo otro que compara con nostalgia es la seguridad. En Cuba podía salir sin preocuparse, solo o acompañado y a cualquier hora. La calle estaba llena de gente y caminaba tranquilo. En Ecuador por primera vez tiene recelo de la calle, tiene que estar atento, cuidarse de no salir a ciertos lugares y en ciertos horarios.
Fidel extraña su taller de arte en Camagüey, porque lo hacía sentirse realizado en una actividad que amaba, pero en su consultorio ha encontrado la forma de sostenerse en Quito, de hacer amigos y recibir reconocimiento.
Mira para el suelo, se frota las rodillas con las manos y dice: “Yo no sé si tendré la oportunidad de hacer arte en Ecuador, pero me va bien, con esto salgo adelante, con esto sigo guapeando”.