Apagón total en Cuba, Mi madre estuvo casi 72 horas sin luz. Desde las 11:00 am del viernes 18 hasta las 5:00 am de ayer lunes 22. Mi hijo también. Naturalmente no fueron los únicos: todos en la isla estuvieron varios días a oscuras. Algunos aún siguen apagados, sin tener certeza de cuándo se iluminarán sus hogares.
Han sido testigos del mayor apagón registrado en Cuba, y del corte de energía eléctrica más cubierto por la prensa en los últimos tiempos. Por todos lados circulan las noticias de nuestro apagón; amigos de todas partes me preguntan por mi familia en la isla. El mundo sabe que Cuba estuvo varios días a oscuras y que aún falta para el alumbrón total.
Desde la distancia intento mantenerme informado. Había leído algo de la intervención del primer ministro el jueves; todos sabíamos que la situación era grave, pero no esperaba algo tan grande.
En un apagón de tal magnitud no solo se sufre la falta de electricidad. La escasa comida, la que se lucha día a día, se echa a perder en los refrigeradores; los propios equipos esenciales se dañan. Las panaderías cierran. Colapsa el sistema hidráulico y la gente se queda sin agua. Internet falla, se hace inestable, se cae o muere, y la telefonía fija agoniza.
Me ha costado hablar con mi madre y mi hijo estos tres días; pero por suerte procuré el modo de tener noticia de ellos a diario. Han estado relativamente bien, apagados e intentando no dejarse abatir. Pero el buen humor cubano, la capacidad de usar el choteo a su favor para remontar circunstancias adversas, también tiene límite. Ese límite preocupa. La cuerda está tensa y la gente está cansada, muy cansada. Aun cuando los apagones son viejos conocidos para los cubanos. Es más, somos expertos en ellos y podemos debatir acerca de la situación energética del país, del déficit de megavatios, etc.
Pero este apagón ya fue demasiado. Si la memoria no me falla es la primera vez que se suspenden las clases, el trabajo se reduce al mínimo y se cancelan actividades recreativas por falta de energía. Es la primera vez que un apagón paraliza el país durante tantos días.
Apagones he vivido muchos, demasiados. Las fotos que acompañan estas líneas son de viejos apagones, programados o sorpresivos; todos pasajeros, incomparables con el de este fin de semana.
A través de la prensa, la oficial, la internacional y todas, trato de mantenerme al tanto. Voy sacando algo de aquí, algo de allá y entre todo me armo una idea de como está la cosa en el terruño. El panorama, sin duda, es feo. Y, desde mi casa iluminada, sufro por mi familia y sufro por mis compatriotas.
Mientras el servicio eléctrico se restablece, desde la distancia intento aliviar las penas de los míos. Y apelo a la solidaridad, contacto amigos. Con la buena suerte de que uno de ellos aterriza pronto en La Habana, con un pequeño cargamento de baterías externas, cargadores y cables para mi gente. Es mejor estar preparados por si la isla se apaga de nuevo.
A la par de la tristeza, solo puedo sentir gratitud infinita por los trabajadores que, aunque infructuosamente a veces, están intentando echar a andar el dinosaurio enfermo que es nuestro sistema eléctrico. La tarea no es fácil: no hay dinero, no hay petróleo, no hay piezas de repuesto, las centrales son muy viejas. A pesar de todo, estoy seguro de que hay gente dejándose la piel intentando que todos tengan corriente lo antes posible. Esa gente, que padece tanto como el resto, merece un reconocimiento, tal vez un mega aplauso cuando vuelva la luz.