Ghajar, el pueblo que solo ocupan los turistas

Ghajar seguirá interesando mientras mantenga su aureola de misterio fronterizo que atrae a los turistas.

Amabilidad y sonrisas les sobran a los habitantes de Ghajar. Eso sí, hay que "robarles" las fotos, pues son bastante reacios a ser retratados, especialmente las mujeres. Foto: Alejandro Ernesto.

La historia está repleta de pueblos que resisten asedios, de ciudades incendiadas e inmoladas, —pero jamás rendidas—, de actos heroicos para impedir la entrada del enemigo. Pero la historia de Ghajar es diferente y casi surrealista.

Corría el año de 1967 y el ejército de Israel había ocupado los Altos del Golán sirios durante la Guerra de los Seis Días. Pero no habían entrado en Ghajar, un pequeño pueblo situado en la frontera entre Israel, Líbano y Siria que, por mapas militares desactualizados, creyeron libanés, aunque realmente era sirio.

Así que el pueblo y su gente quedaron al pairo, en un limbo en el que no los ocupaba Israel, pero tampoco los reconocía Líbano. Meses después, las carencias materiales, fundamentalmente la falta de agua y comida, provocadas por el aislamiento, hicieron que los ghajarenses pidieran ser ocupados por Israel, algo que el Estado Judío hizo prontamente y sin chistar.

Con todo este “despelote” histórico en Ghajar, con una población de origen árabe alauita, coexisten ancianos que se sienten sirios y jóvenes contentos con su ciudadanía israelí. Todos hablan hebreo, aunque los mayores lo hacen con un acento más cerrado, que delata la fuerza de su acento árabe ancestral.

Retrato de uno de los turistas drusos con los que coincidí en mi visita a Ghajar.

Un grupo de jóvenes de Ghajar posa en lo que será la terraza de un nuevo restaurante con vistas a Líbano.

En el año 2000 Israel se retiró de los territorios ocupados durante casi 20 años en el sur de Líbano. En todo ese tiempo Ghajar se había expandido, había crecido hacia tierras libanesas, por lo que, al trazar la ONU la línea azul que delimita las fronteras entre ambos países, el pueblo quedó dividido en dos.

Desde entonces pasó a ser un lugar considerado estratégico militarmente y se decretó su cierre. Custodiado por militares israelíes, de Ghajar solo podían entrar y salir sus habitantes, pues muchos trabajaban fuera, en ciudades cercanas. En casos excepcionales y con permiso expreso del ejército, se permitía la entrada de algún que otro israelí.

Después de permanecer con las puertas cerradas por más de 22 años, una mañana los habitantes de Ghajar se despertaron con la insólita noticia de que los “check points” se habían abierto y que al pueblo se podía entrar y salir libremente.

Una turista árabe toma fotos de Líbano desde uno de los miradores del pueblo de Ghajar.

Nadie sabe cómo, pero la noticia se regó veloz y de la noche a la mañana los casi 3000 habitantes del pequeño Ghajar se vieron invadidos, no por militares, sino por una avalancha de turistas israelíes que, cuentan los locales, en un día llegó a sobrepasar las 10000 personas. La gente del pueblo no salía de su asombro. Los turistas se metían por todos lados, incluso cuentan que algunos intentaron hacer barbacoas en los cuidados y floridos parques del lugar.

Ghajar es lindo. Todo lo lindo que puede ser un pequeño pueblo de fronteras. Lindo a pesar de la cercana presencia militar de la ONU, de las garitas y alambradas que lo rodean.

Cercas, alambre de puas y una garita de la ONU en la linea azul que separa Israel y Líbano.
Reparaciones en la franja controlada por la ONU que divide Israel de Líbano.

Puesto de las Naciones Unidas ubicado en la franja de tierra que separa Israel y Líbano.
Trabajos de mantenimiento en la cerca permiten que mi amigo Pablo se pare a observar el paisaje en tierra de nadie, en la línea azul custodiada por la ONU.
La cerca y Líbano del otro lado.

Las casas están pintadas de colores vivos, hay flores por todos lados y fuentes. Las calles permanecen limpias y desiertas en la mañana, apenas pobladas por algún vecino madrugador y el soldado israelí de turno que, adormilado en el check point que aún permanece en la entrada, juega con el móvil, mientras permite pasar a todo Dios, pero no que se le tomen fotos.

Vista de la entrada de Ghajar con los food truck recientemente instalados ante la llegada de miles de turistas.

Un patio de Ghajar y al fondo el Líbano.

Pero sin duda lo mejor de Ghajar es su gente. De la más amable que me he topado por este lado del mundo. Todos te saludan al pasar y sonrientes intentan dialogar en el idioma que se pueda e, invariablemente, te invitan a una buena taza de café árabe, siempre fuerte, amargo e intenso, con aroma a otras especias. En las primeras dos horas de mi visita a Ghajar, mi amigo Pablo y yo habíamos consumido ya la dosis de café que normalmente bebemos en una semana. No sé el suyo, pero yo sentía el estómago ardiendo como las calderas del infierno.

Ahora el Ghajar se abre al turismo. Hay que aprovechar la “buena racha”, que turismo y dinero van siempre de la mano. Los habitantes del pueblo ya han instalado varios food trucks en una de las plazas del pueblo y por todos lados se remozan y pintan locales. En los pocos restaurantes del lugar se come muy bien y ya hay quienes hablan de edificar hoteles en las afueras del pueblo. Los negocios buscan expandirse para hacer frente a las oleadas de visitantes.

Turistas árabes compran jugos en uno de los food truck instalados en un mirador en Ghajar.
Una joven prepara tortas con chocolate en uno de los carritos de food truck instalados muy cerca del mirador desde el que los turitas divisan la frontera y el cercano Líbano.

Nadie sabe cuánto podrá durar esta etapa de bonanza, cuanto tiempo Ghajar estará de moda. Es lindo, sí, y peculiar, pero hay mil pueblos así. Creo que Ghajar seguirá interesando mientras mantenga su aureola de misterio fronterizo que atrae a los turistas, deseosos de disfrutar del discreto encanto de lo que estuvo prohibido tantos años.

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