Happyland y Aroma, ni felices ni aromáticos

Estos asentamientos, creados en la zona portuaria de Manila, surgieron en 1995 como refugios temporales donde fueron reubicadas las personas que vivían en Smokey Mountain, una “montaña” de 2 millones de toneladas de basura que fue clausurada ese año.

Happyland y Aroma no hacen honor a sus nombres, en ellos la gente vive hacinada, con hambre, rodeada literalmente de mierda, en medio de montañas de basura maloliente de las que obtienen su sustento diario, incluso sus alimentos.

Estos podrían ser nombres de vecindarios de clase alta, amurallados, con seguridad privada, a los que solo entran los ricos en sus autos de lujo, mientras sus hijos juegan tranquilos en calles desiertas, como en las películas gringas. Pero no es así, son los barrios más pobres de Manila y probablemente de Filipinas.

Ubicados en el distrito de Tondo, uno de los lugares más densamente poblados del mundo, Happyland y Aroma albergan a más de 15.000 personas que viven en condiciones de pobreza extrema.

Estos asentamientos, creados en la zona portuaria de Manila, surgieron en 1995 como refugios temporales donde fueron reubicadas las personas que vivían en Smokey Mountain, una “montaña” de 2 millones de toneladas de basura que fue clausurada ese año.

Los nuevos habitantes, sin ningún empleo o programa de ayuda por parte del gobierno, se dedicaron a lo único que sabían hacer: vivir de los desechos de la ciudad. Así estos barrios se fueron llenando poco a poco de basura, de la que sacan todo lo necesario para subsistir. Materiales con los que armar sus casas, muebles rotos, ropas viejas para abrigarse, juguetes para sus hijos, y material reciclable que se pueda vender. Todo sirve, incluso la comida en descomposición.

Muchos afirman que en Happyland surgió el “pagpag”, sustento de los más pobres en todo el país, hecho con las sobras recogidas en la basura, fundamentalmente restos de carne o huesos luego se lavan y se cocinan en una especia de caldo muy condimentado que se vende por unos pocos pesos.

Además de la basura por todos lados, lo más llamativo aquí son los niños, hay muchos, cientos, miles. Corriendo, riendo y jugando todo el día en la calle, algunos como Dios los trajo al mundo. Muchos de ellos crecerán malnutridos, sin ir nunca a la escuela, pues mandar un hijo a estudiar es un lujo que pocos padres pueden permitirse viviendo aquí. Según estadísticas oficiales en Filipinas unos 3,8 millones de niños no acceden a ningún tipo de enseñanza.

Happyland y Aroma son lugares desconocidos para muchos filipinos, nadie los visita, los más ricos ni saben que existen. Pero son sitios tranquilos, de gente honesta, decente y trabajadora que trata de llevar una vida lo más normal posible. Que pelea sus gallos en plena calle o desafinan en un karaoke a cualquier hora.

De su honestidad doy fe, despistado como soy me he dejado el móvil o las llaves en la moto y ahí los he encontrado al volver, el teléfono donde mismo lo dejé, las llaves las había guardado una señora que me las devolvió con el plus de una sonrisa.

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