Yo estuve allí aquella tarde, hace ya más de cinco años. Bajo la lluvia. Esperando y esperando hasta que, minutos después del aterrizaje del Air Force One, vimos descender por la escalerilla a un presidente estadounidense relajado y sonriente, muy distinto al terrible enemigo que se debería esperar después de tantos años de diferendos entre EEUU y Cuba.
Barack Obama llegó a Cuba acompañado de su esposa, hijas y suegra (costumbre poco usual) repartiendo apretones de manos, palmadas y sonrisas a diestra y siniestra. Se veía contento. Parecía chévere el mulato que pronto desapareció en el interior de su Bestia rumbo al corazón de La Habana.
Aquella era una visita histórica, toda la Isla lo sabía, aunque a algunos pocos no les hiciera mucha gracia. Pero los que estábamos allí, mojados en la pista del aeropuerto José Martí, nos sabíamos unos privilegiados —testigos anónimos la mayoría— de una visita que debía ser el punto culminante en un proceso de acercamiento que se venía gestando hacía par de años.
En mi caso, fui uno de los fotoperiodistas que dio cobertura a la visita del vecino Obama. Fueron días intensos, que comenzaron un mes antes en el momento en que se anunció que nos caería en la Isla un presidente de EEUU, el primero en 88 años. Fue un mes en el que casi todos los días se escribía sobre el tema y había que ilustrar esas informaciones, fue el mes en que retraté más banderas de EEUU en las calles de La Habana.
Banderas del “enemigo” que se habían puesto de moda y ondeaban en almendrones, bicitaxis y balcones, o caminaban por las calles deformadas por la anatomía —exuberante a veces— de mis compatriotas. Y es que la gente en la calle estaba ilusionada, esperanzada con un cambio que debía enfilar hacia unas relaciones bilaterales normales, lejos de lo vivido en tantos años de guerra fría y de lo que nosotros, los cubanos, estábamos ya realmente cansados.
Así, retratando banderas y más banderas estuve, hasta que llegó el 20 de marzo de 2016 y con él, Obama. Ese día, después de montarse en su Bestia, no lo vi más. Mi misión se resumía al aeropuerto, a la llegada. Obama esa noche cenó en un paladar en Centro Habana, en plan privado. Antes había hecho un breve recorrido por La Habana Vieja en el que yo, por razones de tiempo y logística, no pude estar.
Las coberturas periodísticas presidenciales (de primer nivel, según se les llama en Cuba) requieren de rigurosos protocolos de seguridad, que en el caso de un presidente de EEUU en La Habana fueron extremos. A los sitios donde estuvo Obama solo pudimos acceder en ómnibus coordinados por las autoridades cubanas, con previa revisión técnica de todo nuestro equipo profesional.
Nada del otro mundo, son cosas normales, medidas de seguridad que se aplican en todo el mundo con mayor o menor rigor, pero que inevitablemente ralentizan el trabajo y generan eternas horas de espera antes de tomar una foto.
Obama y Raúl Castro se reunieron el segundo día, pasaron revista a las tropas, el visitante homenajeó con flores a Martí y posó con la imagen del Che Guevara de fondo.
Luego ofrecieron una conferencia de prensa, juntos, bromeando, sonriendo, con las dos banderas en medio.
Todavía me costaba creerlo mientras los fotografiaba, subido en una escalera de metal cargando tres cámaras, cinco lentes (entre ellos un enorme 400 mm), un monopié, la laptop, un cargamento de baterías y tarjetas de repuesto, y seguro que algunos tarecos más. Y es que los fotoperiodistas trabajamos así, cargados como mulos, aplicando siempre el viejo axioma de que “es mejor que sobre antes de que falte”, que es muy triste no lograr una imagen porque justo ese día no llevas el lente correcto, o por quedarse sin baterías o tarjetas de memoria.
El tercer y último día de la visita la prensa solo tuvo acceso al juego de béisbol y a la despedida en el aeropuerto. Yo estuve en el “Latino” y vi, desde bien lejos y a través de la puñetera malla protectora, como Obama y Raúl conversaban y sonreían todo el tiempo. Se les veía cómodos juntos. No estuvieron todo el juego y, cuando se fueron del estadio terminó para mí la visita.
La despedida la vi ya en la sala de prensa del hotel “Habana Libre”, mientras editaba y enviaba las últimas imágenes que había tomado ese día.
Allí me sorprendió una enorme y generalizada carcajada, seguida de comentarios bien jodedores, cuando Obama, al subir la escalerilla del avión puso —muy sutilmente— la mano cerca de las nalgas de su esposa Michelle, sin tocarla, pero evitando que el viento le jugara una mala pasada al final de su visita.
El amigo Barack se fue y la vida siguió su curso. Todavía durante unos meses la relación entre nuestros países parecía mejorar.
La cosa fluía, el turismo aumentaba, llegaban más cruceros y aviones llenos de gringos y cubanoamericanos que venían cargados de dólares para gastar en los mil negocios que estaban floreciendo en Cubita “la bella”.
Se respiraba un ambiente de prosperidad.
Pero el señor de la faz naranja ganó las elecciones y, una vez en su trono de presidente del mundo, ya todos sabemos lo que pasó. La cuerda se tensó otra vez y, mientras los del “Norte” tiraban más hacia la derecha, acá en la Isla lo hacíamos hacia nuestra muy peculiar izquierda.
La cosa se jodió otra vez, se acabaron los cruceros y los turistas, muchos negocios cerraron, otros muchos decidieron largarse a buscar suerte por el mundo.
El resto nos quedamos, la mayoría nostálgicos de esos breves días de bonanza auguradores de un futuro que pudo haber sido y no fue.
Alejandro, que buen reportaje. Refrescante, facil de leer y con un sentido casi claro. Lo unico que me hubiese gustado que se aclarara para el publico no cubano, es que las banderitas la ordenan, financian y entregan el mismo y unico gobierno/partido. No hay nada de espontaneidad.
Felicidades.
Carlos, mijo, ¿por qué poner siempre el tono discordante en un artículo/comentario tan refrescante? Yo no se si a Ud. el único gobierno/partido le habrá entregado alguna bandera norteamericana para la visita de Obama a La Habana, pero le aseguro que la gran mayoría de ellas, incluyendo las que “ondeaban” en la anatomía de muchos cubanos, fueron exhibidas con esfuerzo propio y sin ningún patrocinio gobierno/partido, más bien con reticencia y oposición. De eso doy fe, porque en buena parte de ese gobierno/partido hizo lo indecible por restarle dividendos a la visita.
Saludos
Carlito tiene que justificar su salario en el Office of Cuba Broadcasting , la oficina del Broadcasting (OCB) que tiene mas de 100 empleados y gasta millones con Radio y Television Martí en Miami..
Estos muchachos son insufribles hasta para los proprios cubanos americanos que viven alla. Todo lo que publican es una diahrrea mental.