En el lugar donde hace casi 2000 años murió un hombre y nació una religión, en Jerusalén, se encuentra la Basílica del Santo Sepulcro, también conocida como “iglesia de la resurrección”. Lo que antes fue una pequeña elevación, el tan nombrado monte Gólgota o Calvario, donde Jesús fue crucificado junto a dos ladrones, es hoy un templo religioso que rinde homenaje al hijo de Dios.
Su construcción comenzó en el año 326 dc, cuando el emperador romano Constantino el Grande ordenó la edificación de una iglesia en el lugar que su madre, Elena, había identificado como el sitio donde fue crucificado y enterrado Jesús de Nazaret.
Considerada el lugar más sagrado del cristianismo, la Basílica del Santo Sepulcro se encuentra en pleno corazón de la Ciudad Santa y es el principal centro de peregrinación de fieles cristianos. Aquí Jesús fue colgado en la cruz hasta morir, aquí está su tumba y aquí (dicen…) resucitó al tercer día y subió a sentarse a la derecha de Dios padre. Es un lugar que atrae a tanto a religiosos como a ateos curiosos de todo el mundo.
Al entrar lo primero que ve el visitante es una loza de mármol rosa pálido, la “Piedra de la unción”, en la que fue tendido el cadáver de Jesús para ungirlo con aceites antes de darle sepultura y que es venerada por los fieles que rezan arrodillados ante ella, la besan, frotan sus pañuelos y muchos lloran desconsoladamente. Aunque se ve algo deteriorada, he leído por ahí que no es la original, pero para los cristianos que llegan hasta aquí guiados por la fe eso no importa.
A la izquierda, en medio de una rotonda rodeada de columnas y bajo una imponente cúpula que filtra los rayos del sol hay un pequeño mausoleo de mármol, el Edículo. En su interior se encuentra la tumba de Jesús, pequeña y modesta. Un lugar oscuro y diminuto en el que solo caben dos o tres personas a la vez, lo que origina largas colas en las que el visitante puede pasar horas antes de poder rezar ante el lugar de la resurrección del Mesías.
Cuando llegué a Tierra Santa hace unos meses, aún con el país cerrado por la pandemia de la COVID-19, la Basílica del Santo Sepulcro, como el resto de la Ciudad Vieja de Jerusalén, estaba desierta. La recorrí con mi esposa en medio de un silencio sobrecogedor, solo alterado por los pasos discretos de los religiosos que habitan este sagrado lugar y alguna misa que se oficiaba en aquel momento. Fue una experiencia única tenerlo solo para nosotros, pero no hubo feeling entre el santo lugar y yo. No me gustó lo que vi y apenas hice fotos.
He vuelto varias veces y cada vez hay más gente. Y eso me gusta. Disfruto mucho al verlos vivir apasionadamente su religiosidad. Definitivamente me apasionan las personas, no las piedras.
La Basílica del Santo Sepulcro es una edificación ecléctica, con escaleras que suben y bajan enlazando los lugares santos donde transcurrieron las últimas horas de Jesús y, tres días después, su aún no probada resurrección. Para colmo siempre está en obras. Todas las veces que he vuelto he visto por todos lados andamios, escaleras, vigas, sacos de cemento y mil cosas más propias de la restauración constante a que parece estar sometido este añejísimo lugar que ha sido destruido y reconstruido en múltiples ocasiones a lo largo de los siglos.
Actualmente la Basílica está custodiada por seis comunidades cristianas. Griegos, armenios, sirios, etíopes, coptos y franciscanos conviven, juntos, pero no revueltos, en esta caótica iglesia en la que cada congregación viste sus hábitos y actúa siguiendo sus centenarias tradiciones. Según me contaron y he leído, estos santos hombres suelen cada cierto tiempo tener acaloradas disputas teológicas o territoriales, que a cada rato terminan a piñazo limpio y con la policía interviniendo para calmar los ánimos.
Cualquier modificación, física o espiritual, que se lleve a cabo en el Santo Sepulcro debe estar avalada por todas estas congregaciones, que muchas veces no logran ponerse de acuerdo. Un buen ejemplo de ello es una escalera de madera que permanece en una ventana desde hace más de 100 años, pues como nadie recuerda a cuál de las ramas del cristianismo pertenecía quién la dejó ahí, no hay fraile que se anime a quitarla y mucho menos a empezar una trifulca con sus vecinos por haberla movido de su sitio.
El portón de la Básilica del Santo se cierra desde afuera, dejando “encerrados” dentro a los religiosos que la custodian. Desde hace más de 800 años una familia musulmana es la encargada de abrir y cerrar la puerta de tan santo lugar. El trabajo se va heredando de generación en generación y cada día a las 5am y a las 9pm se realiza la ceremonia de apertura y cierre, respectivamente, en la que el encargado de turno usa una escalera para asegurar la puerta y luego la devuelve al interior del edificio a través de una mini abertura.
Ayer me enteré de que, con los permisos necesarios y supongo que la aprobación divina, se puede pasar la noche en el interior de la Basílica del Santo Sepulcro. La idea asusta un poco, pero a la vez me tienta. Tengo una amiga que a la que le gustaría hacerlo, así que no estaría solo. No soy cristiano, pero si tengo la oportunidad lo haré, que no todas las noches uno puede pernoctar en tan santo lugar.
***
De mano en mano se pasa la verdad
Y en cada mano olvidará
Algo de cierto y también se llevará
De cada mano, el parecer
Si camináramos calendario atrás
Todo estaría al revés.
Algunos dicen que es falso
Y otros repiten que es cierto
Que entró en Jerusalén siendo de día
Se dice que su túnica era blanca
Que iba posada en sus ojos
Un ave del mediodía.
Aquel fue tiempo de tumbas
Aquel fue tiempo de flautas
De mercaderes, de Legión Romana
Se dice que la chusma lo seguía
Que en su palabra sencilla
Se lavaba la mañana.
El Rey de los judíos
El hijo de los hombres
El Cristo, El Nazareno
Lo llamaban.
Jerusalén, año cero y se cambió
La suerte con lo que pasó
Jerusalén, año cero y Nazaret
Y el caserío de Belén
Jerusalén año cero fue el lugar
Donde ocurrió o donde no.
Fue enemigo del Imperio
Y amigo de la palabra
Decía que todo era para todos
Se dice que enseñaba a los pastores
A compartir las ovejas
Y a cuidarse de los lobos.
Tanta enseñanza hizo ruido
En el poder de los templos
Y en la madera lo clavaron recio
Se dijo que por mago o hechicero
Pero si la historia es cierta
Fue porque hiciera silencio.
El Rey de los judíos
El hijo de los hombres
El Cristo, El Nazareno
Lo llamaban.
Silvio Rodríguez
No pude evitar leer este texto con cierta sonrisa burlona. ¡Ay, los seres humanos!