“Vamos, Cuba”, “Cubaaa, que es peligroso”… Esas y muchas frases más por el estilo iban dirigidas a mí, en medio de la visita a uno de los kibutz atacados por Hamás hace exactamente un mes. Por alguna razón a soldados israelíes (un par de ellos chapurreaban algo de español) les hizo gracia mi nacionalidad y decidieron llamarme “Cuba”. Me gustó y estuve todo el rato tarareando la canción de Havana D’Primera; casi se la canto, pero estoy consciente de que lo mío no es la melodía.
Este mes de guerra me he movido mucho, tanto por territorio israelí como por Cisjordania. Ha sido, sin duda alguna, el mes en que más veces he dicho mi nacionalidad. El “I’m from Cuba” lo he repetido hasta el aburrimiento. Aquí los ánimos de judíos y palestinos siempre están caldeados, pero con la guerra la suspicacia y la desconfianza hacia el vecino se han intensificado. Así que todo el mundo, de un bando u otro, siempre te pregunta: “Where are you from?”. De la respuesta a esa simple pregunta pueden depender muchas cosas.
Lo curioso es que cuando digo “Cuba”, en español o inglés, la mayoría de la gente no tiene idea de dónde queda mi isla bella. Así que voy a los tópicos de siempre: “Do you know Che Guevara, Fidel Castro, the communist island in the Caribean?” Pero muchos tampoco caen.
La clave es el tabaco. Los habanos. “Cuban cigars”. Eso sí lo conoce todo el mundo.
Siempre, siempre, me preguntan si tengo puros para regalar. La gente cree que un cubano es un dealer andante, con los bolsillos llenos para hacer que todos disfruten del exclusivo —y para muchos impagable— placer de fumarse un buen habano.
En los cinco años que llevo fuera de la isla, pero más en este último mes, me he dado cuenta de que, contrario a lo que nos enseñaron dentro, no todo el mundo nos conoce fuera. Y que, contrario a lo que pensaba, hay veces en las que no son los íconos revolucionarios lo que más nos identifica, ni tampoco el ron. Cuando digo “Cuba”, la mejor referencia siempre son los habanos y en segundo lugar los almendrones, íconos coloridos y multiplicados en fotos y postales hasta la saciedad.
Hace algún tiempo leí, creo que en una crónica del buen Manuel González Bello, que fue un periodista quien, en tiempos pre revolucionarios acuñó la frase “Sin azúcar no hay país”. Debería haber otra que dijera: “Cuba es un buen tabaco” o “Cuba es su tabaco”, pues eso parece pensar mucha gente en el mundo.
Claro que me he encontrado también gente que conoce Cuba, que conoce nuestra historia. Son gente generalmente de izquierda y medio tiempo, no falla. Aquí los jóvenes suelen no tener idea de quiénes somos o dónde estamos. Un día, hablando con unos adolescentes palestinos después de haberles soltado toda mi retahíla de referencias, íconos revolucionarios incluidos, me salieron con una única frase que me derrumbó: “Yeah, Cuba, Pablo Escobar, plata o plomo”. Preferí no sacarlos de su error.
Volviendo a los habanos. Es curioso que fuera del país nos identifique un producto casi prohibido para nosotros. No conozco a nadie en la isla que pueda pagarse un Cohíba con su salario. Fumar o comer, he ahí el dilema, diría el viejo Shakespeare y ni así da la cuenta.
El tabaco siempre fue parte fundamental de la idiosincrasia y la economía de la isla, pero fueron los hombres que hicieron la Revolución, en pleno siglo XX, años del auge de la fotografía y la televisión, los que popularizaron nuestros puros. Ellos pasaron, pero la fama del tabaco cubano está ahí, identificándonos. Y hoy a me dicen Cuba en un lugar tan lejano y en medio de una guerra que no debería ser, en relación con los puros que no fumo. Así de irónica es la vida.
Por eso para ilustrar estas líneas van estas fotos que tomé durante años a los hombres y mujeres, cubanos humildes todos, que se dedican con pasión y entrega total a la elaboración de esos habanos que nos identifican en el mundo entero. Ellos y otros tantos que se parten el lomo trabajando duro son la verdadera Cuba.
Con etiquetas se caracterizan a pueblos con total superficialidad.
Lástima que sea tan común.