Candela lleva tatuada en su antebrazo derecho la frase “Amor vincit omnia”. Es una expresión en latín que significa “el amor lo vence todo” o “el amor siempre triunfa”. Esa huella en su piel es el exergo de su historia y de sus luchas.
Se lo tatuó hace un par de años, al descubrir la cultura cannábica que mejoró sustancialmente la vida de Carolina, su hija de seis años.
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Es mediodía en La Plata, una ciudad a 60 km de Buenos Aires, la capital de Argentina. La risa y el alboroto en la casa de Candela se escuchan antes de abrirse la puerta. Encuentro una escena típica de un hogar donde viven tres hermanos pequeños: una adolescente como Martina, de catorce años, Carolina de seis y Joaquín de cuatro.
Julio, el padre, juega con ellos a adivinar los instrumentos musicales que salen en un video interactivo en el televisor. Candela está a unos pocos metros, en la cocina, concentrada y paciente revolviendo en el fogón el aceite de cannabis, que desde hace un par de horas cocina al vapor y a fuego lento.
Lejos de perturbarla, la madre sonríe cuando escucha el fuerte griterío de sus hijos y su compañero. Sobre todo resalta el timbre de voz de Carolina, que es más rápida que sus hermanos en identificar el sonido y la imagen de los instrumentos musicales.
Son las doce del mediodía. Toca la medicina. Candela deja de revolver dentro de la fuente de vidrio y se aleja para sacar del refrigerador un gotero ámbar. Carolina, sin desatender su juego advierte que su madre se acerca. Sonríe cómplice. Abre la boca. Levanta la lengua y cae la gotica de aceite cannábico. Sigue el juego.
Es la primera vez que veo la hora de la medicina convertida en fiesta para una nena. Y es que, ese par de segundos, ese hecho rutinario para Candela y Carolina, representa la gloria misma de esta familia.
En octubre de 2015, cuando tenía dos años, a Carolina le diagnosticaron trastornos del espectro autista (TEA). Entre las idas y vueltas, entre estudios y terapias que necesita esta condición, no fue hasta marzo de 2016 que comenzaron a medicarla.
“Su estado de hiperquinesia era muy avanzado. Su desorden sensorial era tan fuerte que no tenía sensación de peligro ni era consiente de sus autoagresiones. Ante la más mínima traba Caro se golpeaba insistentemente la cabeza contra la pared. Eso le cortaba el estado de crisis. Yo me desesperaba de sufrimiento al verla en ese estado. Sentía que era una carrera de tiempos y que el tiempo me pasaba por arriba. Encima, en medio de esa tensa situación amamantaba a Joaquín, que estaba recién nacido”, rememora Candela mientras conversamos, mate por medio, en una casa donde las paredes blancas están pintoreteadas con dibujos de la autoría de Joaquín y Carolina.
“Aun en medio de ese constante estrés –continua su relato Candela- me empeñaba en ganarle esa competencia al tiempo. Cuando los especialistas diagnostican a Caro y se establece el tratamiento a base de terapia y fármacos, comienzo a investigar por mi cuenta todo lo referido al autismo. Me obsesioné por saber cómo funcionaba la cabecita de mi hija. Por qué ese comportamiento introvertido y, en ocasiones, agresivo consigo misma”.
Como Carolina dormía muy poco y, por ende, Candela también, esta aprovechaba para buscar en Internet y leer trabajos especializados. En medio de esa navegación por el ciberespacio encontró un artículo que vinculaba el autismo, ese trastorno que afecta permanente el neurodesarrollo en algunas personas, con el aceite de cannabis.
La ciencia ha demostrado que compuestos de la marihuana regulan muchos sistemas fisiológicos del cerebro. Así lo expuso el Dr. Manuel Guzmán, investigador y catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid, en una charla dictada en el marco del Seminario Internacional de Cannabis Medicinal de Santiago de Chile, uno de los principales encuentros en el mundo, que reúne cada año a investigadores, científicos, médicos y profesionales de la salud que trabajan con las propiedades terapéuticas del cannabis.
“El cannabis actúa de una manera específica en nuestro organismo, y lo hace porque hay muchas células en nuestro organismo que en su superficie, en su zona de contacto con el medio externo, pueden reconocer de forma selectiva éstas moléculas. Por lo tanto, éstas células tienen en su superficie moléculas, llamadas receptores de cannabinoides, que reciben a las moléculas del THC como lo haría una cerradura con una llave”, explicó el Dr. Guzmán en el mencionado foro.
Por su parte, Candela me revela que específicamente los chicos con autismo tienen problemas con los neurotransmisores. “Estos regulan y alteran los estados de ánimos, la hiperactividad, la concentración. Tuve que estudiar el sistema endocannabinoide (ECS) de nuestro cuerpo (es un grupo de receptores cannabinoides endógenos localizados en el cerebro de los mamíferos y a través de los sistemas nerviosos central y periférico); comprender qué hace molécula por molécula, donde se adhería el aceite, qué pasaba en el cuerpo de Caro y en su sistema nervioso… Después de todo eso tuve la certeza que le funcionaría el aceite cannábico”, afirma convencida Candela.
Otro reto fue el de aprender a cultivar la planta de marihuana, cosechar sus flores y luego elaborar el aceite. Asimismo se hizo arduo encontrar la cepa que se adecuara al organismo de Carolina a partir del injerto de varias cepas y luego dar con la dosis exacta de aceite.
“Me contacté con Rodrigo Platz, referente de la agrupación Cultivo en Familia. Sin conocerme se apareció en casa con toda la parafernalia que se necesita para sacar el aceite. Me enseñó e hicimos el primer aceite para Carolina. Ahí comprendí que esta es una lucha colectiva y que el aceite es para todos los que lo necesitan”.
El 8 de diciembre de 2016 Candela decidió proveerle por primera vez una gotita de aceite de cannabis a Carolina. ¿Los resultados?
“Le dimos el aceite de manera sublingual, una gotita, espaciada de la medicación porque si no, interactúan. A los pocos días notamos el cambio en su conducta, que fue más relajada. A los tres meses ya hablaba fluidamente, sonreía a menudo e interactuaba divina con la familia. Hasta se sentaba a cenar con nosotros en la mesa. Un día me miró a los ojos y me dijo ‘mamá’ con una sonrisa que llevo grabada en mi alma. Era la primera vez que me lo expresaba de manera consiente. Me largué a llorar”.
Pero en esta historia la felicidad aún no es plena. Cultivar marihuana y hacer aceite cannábico es ilegal en la República Argentina. El riesgo es enorme. La ley de estupefacientes prevé una condena máxima de hasta 15 años de prisión.
“Hay personas presas en Argentina por tener una planta de marihuana. Le inician una causa por narcotráfico que, aunque al final puedes quedar sobreseído, pues queda demostrado que no era para la venta sino para consumo personal, tienes que aguantar todo un proceso judicial doloroso y costoso”, explica Candela quien, junto a otras madres y colectivos de cultura cannábica, militan diariamente por una ley que despenalice el autocultivo de la marihuna, tal cual ya existe en otros países como Canadá y Uruguay.
Para Florencia Tittarelli, abogada integrante de RESET- Política de Drogas y Derechos Humanos, urge reformar Ley de Estupefacientes 23.737, que criminaliza a aquellas personas que consumen marihuana a través del autocultivo, o bien realizan el aceite con fines terapéuticos para sus hijos, como Candela.
“En cuanto al cannabis en Argentina –explica Tittarelli- existen dos tipos de leyes. Por un lado tenemos la ley penal de Estupefacientes 23.737 que tiene 30 años de vigencia y, por otro, la ley de Investigación Médica y Científica del Uso Medicinal de la planta de Cannabis y sus derivados, aprobada en 2017. Ésta última, nace al calor de las luchas que se venían dando en Argentina por las madres que plantan para producir el aceite para sus hijos.
“Esa ley sale plagada de muchas falencias y sin haberse debatido profundamente, teniendo en cuenta que los ejes estaban dados principalmente en el autocultivo y en la provisión del Estado. No haber reconocido las luchas que tenían que ver con la cuestión del auto cultivo, ha llevado a consecuencias impensadas, como el aumento desmedido de allanamientos y dispendio judicial para perseguir penalmente a cultivadores y usuarios. El 7 de octubre de 2016, es decir, al momento donde la ley 27.350 estaba debatiéndose, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), que en ese momento dependía del Ministerio de Salud de la Nación (otro desaparecido del gobierno macrista), restringió la importación de productos en base a cannabis solo ante casos de epilepsia refractaria de niños y jóvenes. El resto de las personas sin esa patología, quedaron desamparadas por la ley. Entonces, esas mismas personas que luchan por la legalización del autocultivo, ahora permanecen en la clandestinidad y son perseguidas. A partir de ahí comienzan a abarrotarse los juzgados con presentaciones de amparos de salud, para lograr medidas cautelares y poder darles la cepa a la que sus hijos responden positivamente. Esas madres continúan hoy criminalizadas y, por supuesto estigmatizadas por el estado y por una parte de la sociedad que aún cree que el cannabis es una droga dañina. Reconocer, es comprender que el dolor no puede esperar y cada persona tiene el derecho humano de acceso a la salud y a elegir el plan de vida y terapia que desee para mitigar el sufrimiento”.
Candela es consciente de los riesgos que corre. Conoce las leyes y, además, se estudió la Constitución argentina. Por ello no habla en términos de ilegalidad sino de legitimidad. “Yo defiendo el derecho legítimo que tengo como ciudadana argentina a cultivar una planta de la cual extraigo el aceite que, a su vez, mejora la calidad de vida de mi hija. Lo hago no solo por ella sino por todos aquellos que lo necesiten. Por eso creo que en Argentina debe existir un mercado del cannabis regulado por el estado. Además que, sin ser perseguidos, podamos producir el aceite de cannabis medicinal nosotros mismos sin estar a obligados a importarlo. Pero, no hay voluntad política para ello. Si no, ya hace mucho estaría reglamentado como debe ser. Es demasiado funcional al poder económico. La realidad es que el estado no se hace cargo de eso y los políticos miran para otro lado”.
De no ser por Carolina, Candela no hubiese llegado a conocer la cultura cannábica. “Descubrí una realidad y es que la marihuana no manda a matar a nadie, no te enloquece, no es la puerta de entrada a las drogas dura. O sea, rompí todos los paradigmas y derrumbé todas las estigmatizaciones. Comencé a conocer las bondades de esa planta. Hoy milito por la cultura cannábica porque comprobé, en mi propia hija, que hace bien para la vida”, me expresa Candela mientras se tira al sillón, donde Carolina juega con Beshuli, una perrita que adoptaron de la calle.
El aceite de cannabis recién cocinado ya reposa en una fuente de vidrio. El particular aroma se esparce por la casa. La madre y la hija parecen dos chiquilinas revoltosas. Martina y Joaquín dibujan en la mesa a pocos metros. Julio aprovecha para organizar un poco los juguetes esparcidos por todos lados.
A esta altura ya transcurrieron un par horas en la casa entre fotografías, mates, charlas, risas y abrazos. Carolina quiere ver las fotos. Cómo ha salido en las instantáneas que he tomado. Le cuelgo la cámara al cuello. Le pesa el equipo –le ayudo a sostener la cámara– y haciendo malabares llama a todos y los agrupa en la cocina. Los hace posar. Mamá, papá, hermana y hermano le siguen el juego. La nena les indica que digan “wisky”. Todos largan la carcajada y, Carolina, muy rápida de reflejos, aprieta el obturador para inmortalizar la felicidad familiar.