Si me dijeran que construya un puente entre el año que se fue y el que llegó, propondría un par de versos de la poetisa cubana Reina María Rodríguez, de su poema “Resaca”:
El tiempo retorna, se revierte y necesito de esa reversibilidad para existir.
Este puente poético no solo serviría para conectar dos calendarios, sino además para reflexionar sobre el ciclo de retos y esperanzas que define la cotidianidad cubana. 2024 trajo consigo un sinnúmero de complejidades que pusieron al rojo las ya desgastantes tensiones de la vida en la isla. A la vez, dejó evidencia de la determinación de un pueblo, más allá de las consignas.
En Cuba, la historia del presente parece reciclarse con el peso acumulado de años anteriores. La vida cotidiana se reinventa en la informalidad y en ingeniosos remiendos que extienden la vida de objetos desgastados. La clase política interpreta la realidad y su receta es “resistencia creativa”, mientras esa realidad se vuelve más áspera cada día que pasa. La economía arrastra las pesadas cadenas de los errores internos y el bloqueo.
Pero la creatividad del cubano no radica en una consigna, sino en la necesidad de hacer posible lo imposible. La capacidad de reinvención es la que mantiene el país en movimiento, aunque el terreno sea tan escabroso.
Para mi pueblo, deseo lo esencial: un plato de comida en cada mesa, ojalá que suculento y no siempre lo que hayan podido conseguir o luchar. Que se dé a menudo esa expresión del personaje que encarna Amado del Pino en la película Clandestino cuando les suelta a sus compañeros en medio de una huelga de hambre: “Un potajito con huesito, rico. Mamita, tírame un cubo de potaje, pa’ que alcance pa’ todos. Pa’ embarrarnos, así, la boquita. ¿Ustedes no se embarran cuando comen? ¡Ah, el que no se embarra no goza!”.
Que sintamos el calor de los seres queridos cerca, y que reine la posibilidad de soñar y disfrutar en lugar de la resignación al aguante. Que la creatividad, en lugar de ser una herramienta de resistencia, se convierta en un medio de celebración. Que las despedidas den paso a los reencuentros, y que veamos por fin el horizonte prometido.
Si el tiempo, como sugiere Reina María Rodríguez, se revierte y nos permite existir, quizá pueda ser un recurso para redescubrirnos. Tal vez podamos aprender del pasado sin repetir sus errores y avanzar con la sabiduría que nace de las cicatrices. Este es el deseo que me atrevo a compartir: que 2025 sea, al fin, el año donde el puente no solo conecte, sino también eleve; donde el tiempo no solo retorne, sino que también impulse. Donde no haya que resistir, sino disfrutar. Que en 2025 nos encontremos con un paisaje más amable, donde la vida sea plena, digna y buena.