En el suroeste de Uruguay, donde el Río de la Plata se ciñe la tierra con su abrazo plateado, se alza una joya histórica que nos transporta en el tiempo. Colonia del Sacramento, en Uruguay, emerge como un testamento vivo de la influencia portuguesa en la región, una ventana abierta a la riqueza cultural y arquitectónica de este destino único.
Durante mucho tiempo escuché hablar del lugar, ubicado a tan solo 50 kilómetros del puerto de Buenos Aires, al otro lado del río. Amigos y conocidos me aseguraban que caminar sus calles empedradas y fotografiar la arquitectura de hace más de 300 años me haría sentir como un local, y no precisamente uruguayo: “Es parecida a La Habana vieja o Trinidad”, me aseguraban con entusiasmo.
Hace unas semanas finalmente desembarqué en Colonia del Sacramento para estrenar mi nacionalidad argentina, puesto que antes, con documentos únicamente cubanos, me exigían solicitar visa. Al adentrarme en el barrio histórico, experimenté, en efecto, la sensación de que cada esquina podía transportarme a mi tierra; debo decir que a Trinidad más que a La Habana.
Fundada en 1680 por el embajador de Río de Janeiro, Manuel de Lobo, encomendado por el Rey de Portugal, Colonia emergió como un enclave comercial estratégico. Era un puerto codiciado que abría las puertas a los ríos Uruguay y Paraná, así como a las riquezas de las minas de plata del Potosí y el interior de Brasil.
Desde sus inicios, la ciudad fue escenario de conflictos entre las coronas de España y Portugal, ambas ansiosas por extender sus dominios en el área.
Colonia era un importante enclave comercial europeo en América del Sur en esa época. Sus puertos, con un natural calado profundo, eran un tesoro en la región del Río de la Plata, una rareza que la convertía en un codiciado premio. La ciudad se mantenía en constante disputa, no solo por su posición estratégica, sino también por el papel crucial que desempeñaba en el comercio regional.
En 1811, después del proceso revolucionario que sacudió la región, Colonia del Sacramento se unió a las Provincias Unidas de Río de la Plata. Las llamas de la revolución arrojaron nueva luz sobre la ciudad, que entonces formaba parte de un proyecto de independencia y autodeterminación. Sin embargo, las cicatrices de la guerra y el contrabando perduraban en sus calles y estructuras; aunque las coronas hubieran cedido, la historia de Colonia estaba marcada por una compleja red de intereses y conflictos.
Toda su historia ha dejado marcas en la arquitectura, un mosaico de estilos que refleja un pasado marcado por la alternancia de dominios. Las casas de piedra con techos a dos y cuatro aguas, típicas de las colonias portuguesas, conviven con los edificios de ladrillos y techos de azotea, reflejo de la influencia española que se aprecia en cada calle empedrada. Es un reducto arquitectónico que narra el complejo devenir de la ciudad, testimonio tangible de la lucha por el control de este enclave estratégico.
Un recorrido iniciático puede ser traspasar el umbral de la Puerta de la Ciudadela, también conocida como Puerta de Campo. Inaugurada en 1745, la puerta se convierte en una postal característica del pueblo. La estructura está enmarcada por un fuerte imponente, un foso con puente, cañones y grandes pilares de piedra.
Muy cerca está la Calle de los Suspiros, con su nombre evocador, una de las arterias más emblemáticas de la ciudad. Sus adoquines desgastados remiten a los siglos que han presenciado, y sus viejas casas coloridas son un recordatorio de la influencia portuguesa. Pasear por esta calle es sumergirse en un cuento en el que a cada paso se revela un nuevo detalle que alimenta la imaginación.
A tres cuadras se levanta el icónico faro de Colonia. Construido en el siglo XIX con la misión de iluminar el camino de las embarcaciones que navegaban el Río de la Plata, hoy sigue cumpliendo su propósito.
Junto al faro están las ruinas del Convento San Francisco Xavier. Los vestigios de lo que alguna vez fueron espacios sagrados remarcan la atmósfera de misterio y nostalgia que envuelve el lugar.
Siguiendo el camino de la historia atravesamos La Plaza Principal, un espacio lleno de árboles, y nos dirigimos por una calle diagonal hasta las ruinas de lo que fue La Plaza de Armas. A un costado se levanta la Basílica del Santísimo Sacramento, construida en 1680 y considerada la iglesia más antigua de Uruguay.
Cuando cae la tarde, el silencio de Colonia es invadido por los tambores. Es candombe, música heredada de las raíces afrouruguayas. Y detrás de los músicos y la gente que danza llegamos al puerto para disfrutar la maravilla del crepúsculo que pinta el cielo con tonos cálidos.
A medida que se esconde el sol en el horizonte del Río de la Plata, las calles de Colonia comienzan a iluminarse por antiguos faroles. Cada rincón cuenta una historia, y en la tranquilidad de la noche, es fácil escuchar los susurros del pasado.