¿Han visto cuando alguien habla de una oportunidad única en la vida, como cuando se comparte con alguien a quien se considera de otro planeta? Ese cantante que dice con orgullo “yo canté con los Van Van” o ese futbolista que suelta un “yo jugué con Maradona”… Bueno, yo tengo una de esas historias. En mis primeros pasos como fotógrafo, tuve el privilegio de estar en varias ocasiones al lado de Luis Hernández, más conocido como “El Plátano”.
No sé por qué le pusieron el mote, pero lo cierto es que El Plátano fue más que un fotógrafo: fue parte de la bohemia habanera desde finales de los años 60, con un lente siempre listo para atrapar los rostros y las luces de la trova cubana y del rock nacional. Su archivo es una cápsula de tiempo. Por ejemplo, retrató momentos fundacionales del Movimiento de la Nueva Trova.
Más adelante, siguió de cerca a toda una generación de cantautores que irrumpieron entre los 70 y los 80: Carlos Varela, Alberto Tosca, Frank Delgado, Gerardo Alfonso, Santiago Feliú. También capturó la energía y rebeldía de bandas de rock del patio como Alma Vertiginosa, Mezcla, Garage H, Cosa Nostra, Gens, Zeus, ArteVivo, Los Sesiones Ocultas… La lista es larga y eléctrica.

Dicen que en los 80 andaba con una Nikon que le regaló Mercedes Sosa. Y que no faltaba nunca a los conciertos en El Patio de María, la Casa del Joven Creador, La Madriguera, o los teatros. Se le veía agachado, trepado, acostado, buscando el ángulo imposible, ese que ningún otro colega se atrevía a intentar.
Pero El Plátano no solo sacaba fotos. Vivía dentro de ese mundo. Era uno más del piquete. Compartía madrugadas guitarreando, escuchando a Sindo Garay o al Trío Matamoros, y fantaseando con discos de The Doors o recitando poemas de Jim Morrison. La cámara no lo alejaba de los artistas: lo unía a ellos. Por eso, quizá, sus imágenes tienen esa familiaridad, esa aura de pertenencia por encima de cualquier aspecto técnico o composición.
El trovador Carlos Varela le escribió una canción: “En blanco y negro”. Una joya. Un tema del que solo hay una grabación de Varela a dúo con Amaury Pérez:
En blanco y negro
En un bolso viejo
se lleva la historia de cada función
no fue lo que quiso, echado en el piso
se le puede ver, sus zapatos rotos,
tirándonos fotos que nunca se ven.
Fue de los primeros
que usó el pelo largo sin saber porqué,
y, aunque vaya sucio, no tienen derecho
de mirarlo a menos, de sus sentimientos
la gente se burla de su corazón.
Somos en blanco y negro para él,
así nos va atrapando en su papel
y aunque todos se olviden de su ser,
el sin embargo, nos va colgando en su pared.
Piensan que está loco
porque siempre lleva la ropa de ayer,
se lo gasta todo, con su catalejo
navegando calles, caminando espejos,
buscando la suerte de algún trovador.
La suerte que él no tuvo
la guardó… en su bolso viejo.
La primera vez que vi a El Plátano no estaba tomando fotos. Leía en voz baja sus poemas manuscritos, sacados de una agenda arrugada, húmeda. Era el año 2000, en la peña La Séptima Cuerda, en la biblioteca Rubén Martínez Villena, en La Habana Vieja. Por entonces, unos jovencísimos trovadores —Adrián Berazaín, Mauricio Figueiral, Pedro Beritán, Juan Carlos Suárez y Jeiro Montagne— abrían ese espacio con más entusiasmo que técnica. Y allí estaba El Plátano, ya con su vieja Zenit soviética y un lente rayado, retratando esa nueva camada de bardos.

Después nos cruzamos en varios lugares, casi siempre en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en los conciertos de A guitarra limpia, en ese patio y santuario de yagrumas y poesía. Ese lugar era su casa. Lo era de verdad. Sus anfitriones, Víctor Casaus y María Santucho, lo cuidaron y lo acompañaron en sus últimos años. Gracias a ellos se rescataron muchas de sus fotos y se organizaron dos exposiciones: En blanco y negro (2002), con sus imágenes legendarias de la Nueva Trova, y El Plátano digital (2007), con fotos menos antiguas, tomadas con una cámara Sony profesional que le regaló Silvio Rodríguez.
También en la sede cubana de la SGAE, en la Lonja del Comercio, organizaron una expo con sus obras. Darsi, Lupe, Rosa, Ileana “La Gorda” (otro entrañable personaje habanero) rescataron las fotos que El Plátano tenía pegadas en las paredes de su casa, las digitalizaron y volvieron a imprimir como se merecían. De esas imágenes despegadas con cuidado, el actor Jorge Perugorría compró algunas, como quien sabe que está colaborando con la historia.
El Plátano era querido. En medio de su andar errante, su vivir en la pobreza, aparecía la ayuda de los amigos y conocidos que con el tiempo fue cosechando. Lo invitaban a comer y él no aceptaba. Había que insistirle. Prefería conversar en la acera rememorando sus años mozos.
En junio de 2008 corrió como un susurro triste la noticia: El Plátano había muerto. Lo encontraron en su apartamento, cerca de la Quinta de los Molinos. Sospecharon que algo le había pasado porque hacía días que no aparecía por los conciertos.
Lo enterraron sin avisar en el Cementerio Colón. Poco después, alguien logró encontrar la ubicación de su tumba, y el 18 de junio fuimos un grupo de trovadores, rockeros, fotógrafos, poetas y amigos a despedirlo como merecía.
El Plátano es uno de esos personajes que parecen salidos de una fábula urbana. La gente los llamaba locos porque usaban la misma ropa todos los días, porque hablaban solos, llevaban el pelo largo y sucio, y recitaban poesía en cualquier esquina. Pero eran visionarios. Raros. Seres extraordinarios en un mundo que se empeña en ser cada vez más ordinario.
El Plátano fue el Caballero de París de la trova y el rock cubano. Un testigo con alma de artista. Un caminante que vio pasar generaciones de músicos por su lente y que supo dejarnos un testimonio humano y honesto. Un tipo que nunca pidió nada y, sin embargo, lo dio todo: su mirada.
Gracias K. por recordarlo. Nunca lo vi sonreir.
Gracias por tu artículo, Kaloian. Acabo de leer uno en FB (donde aparecía el enlace a este, por cierto) y me ha insultado. Llama en varias ocasiones a El Plátano como discapacitado mental, de forma, a mi entender, irrespetuosa. Quienes conocimos a El Plátano, y tuve esa suerte, sabemos que era un ser humando extraordinario. Hablé poco con él pero una vez lo hicimos con más tiempo y sentí su gran sensibilidad. Alguien así no es un discapacitado, palabra horrible, además. Quien lo conoció y usa ese término para referirse a él, nunca supo quién era realmente. Gracias por traernos de vuelta al gran ser humano que fue El Plátano. Gracias