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El 17 de abril de 2014, cuando Gabriel García Márquez dejó este mundo, páginas de periódicos, bocas de tertulianos y pantallas de televisión comenzaron a llenarse de especulaciones sobre el destino final de sus restos. Nadie parecía tener una respuesta clara. ¿Dónde descansaría finalmente el escritor que había construido un universo literario tan vasto?
Algunos decían que permanecería en la Ciudad de México, donde había hallado refugio en 1981 tras ser perseguido por el Ejército colombiano, y residido hasta sus últimos días; otros afirmaban que sería trasladado a Aracataca, su tierra natal, el pequeño pueblo de Magdalena que inspiró su obra cumbre, Cien años de soledad. Sin embargo, al final, fue su familia, su esposa Mercedes Barcha y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, quienes decidieron que sus cenizas reposaran en un lugar que había marcado su vida y su obra de manera indeleble: Cartagena de Indias.
A Cartagena llegó un joven Gabo a finales de la década de 1940, tras el trágico asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo. Cruzó las puertas de la muralla decidido a asentarse. Y Cartagena se convirtió no solo en un espacio de sosiego, sino que marcó un antes y un después para su carrera literaria.
Allí comenzó a trabajar como periodista en el diario El Universal; escribió las primeras páginas de su primera novela, La hojarasca, que publicó en 1955. Y por las calles de esta ciudad se inspiró para ambientar sus obras El amor en los tiempos del cólera (1985) y Del amor y otros demonios (1995).

Pero fue el propio Premio Nobel de Literatura quien, años antes de su muerte, había expresado el deseo de que sus restos descansaran en esta ciudad. En un encuentro con el periodista Juan Gossaín, García Márquez le confió: “La gente sabe que a mí me gusta vivir en Cartagena, pero más me gustaría que alguna vez me entierren aquí”. Unas palabras aparentemente sencillas, pero cargadas de un significado profundo, que serían confirmadas en la ceremonia de inhumación, cuando el propio Gossaín, con la voz entrecortada, recordó aquella conversación en el Hotel Caribe, donde Gabo había rechazado una oferta para venderle su apartamento, un lugar que él mismo describió como lleno de árboles, paz y mar.

Su funeral se celebró el 21 de abril, en una ceremonia que conmocionó al mundo entero. En el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, se le rindió un emotivo homenaje nacional, al que asistieron figuras de gran relevancia, entre ellas los presidentes de México y Colombia de aquel entonces, así como destacados escritores y amigos.

Por fin, dos años después de su fallecimiento, el 23 de mayo de 2016, se depositaron las cenizas de García Márquez en un memorial construido en su honor en el Claustro de La Merced, de la Universidad de Cartagena. Un busto de bronce, esculpido por la artista británica Katie Murray, se erigió sobre una plataforma flotante en el centro del patio interior del histórico inmueble. Años más tarde, en ese espacio rodeado de árboles, también se depositaron los restos de Mercedes Barcha, su compañera durante más de cincuenta años, quien falleció en 2020.
En este espacio, donde el tiempo parece detenerse y se dice que hasta suelen merodear mariposas amarillas, como en Cien años de soledad (“En esta historia de amor, siempre que Mauricio Babilonia visita a Meme, la casa de los Buendía se llena de mariposas amarillas”), los visitantes pueden encontrar un pequeño carrito, una biblioteca rodante con libros que invitan gratuitamente a la lectura.

A unos metros del patio, un café ofrece un respiro para aquellos que, como el propio García Márquez, sienten atracción por la magia de Cartagena. Justo al lado, las puertas de la librería Remedios la Bella se abren de par en par como un refugio literario inspirado en el personaje. Con una colección de alrededor de 9 mil ejemplares, la librería abarca una amplia gama de temas, desde humanidades y literatura hasta arte. Por supuesto, no faltan las ediciones de la obra de Gabo, disponibles para aquellos que desean llevarse un pedazo de su inconfundible mundo literario.
En uno de los corredores del patio interior, sobre la pared, se despliega una línea de tiempo que recorre los hitos de la vida del escritor. Entre fotos, infografías y textos, se recuerda su legado literario, sus logros, amores y luchas. Además, hay una sala donde los visitantes pueden apreciar varias prendas y objetos personales de García Márquez, junto con una colección de libros que formaron parte de su vida.
En ese rincón de Cartagena, bajo el busto de bronce que le rinde homenaje, el hombre que revolucionó la literatura sigue siendo, de alguna manera, tan inmortal como sus palabras. Entre las sombras de los árboles y la luz que se filtra entre los muros de la universidad, las cenizas de Gabo descansan y su legado y memoria vibran fuerte.