Los dos papas, la película dirigida por el cineasta brasileño Fernando Meirelles y producida por Netflix, ya se puede disfrutar en esa plataforma digital de contenidos audiovisuales. A pocos días de su estreno la cinta, que muestra un imaginado y largo encuentro entre el Papa Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y su sucesor Francisco (Jonathan Pryce), cosecha muy buenas críticas por parte de especialistas y del boca en boca.
No vengo a spoilearles el filme ni hacer una semblanza del mismo que, por cierto, ya hizo de manera espléndida mi querido Leandro Estupiñán en su columna Entre dos aguas, de los jueves, aquí en OnCuba.
Uso secundariamente la película porque al verla encuentro un par de secuencias que me retrotrajeron a un par de años atrás, cuando tuve la oportunidad de recorrer parte de la Ciudad del Vaticano durante todo un día.
Varias de las escenas tienen como locación a la Capilla Sixtina, la sala más famosa de todos los museos de El Vaticano por las pinturas al fresco que posee, sobre todo el conjunto El Juicio Final, pintado en la bóveda por Miguel Ángel Buonarroti. Esta obra monumental fue encargada por el papa Paulo III en 1535 y su ilusión fue que Miguel Ángel creara el más grande fresco jamás pintado por entonces.
En ese escenario, como dos viejos amigos en las postrimerías de sus existencias, se sientan los protagonistas de la película a confesarse mutuamente los pecados de sus respectivas vidas. Están solos en la madrugada, ante tanta magnificencia, en medio de la inmensidad de tanto arte.
Luego de horas de intercambio y ante la inminente apertura de la sala al público, quedan encerrados el Papa y su futuro sucesor, en una pequeña habitación contigua, conocida como la Sala de las Lágrimas. Hasta que salen y atraviesan la Capilla Sixtina, en medio del tumulto de visitantes.
Ahí está uno de los detalles de la trama del filme que me hubiese gustado vivir: disfrutar en soledad y con todo el tiempo del mundo de la que quizás sea la sala más populosa del mundo. Y es que si no eres Papa (o parte del equipo de filmación de una película como esta) es casi imposible disfrutar holgadamente de la Capilla Sixtina. Solo en 2018 pasaron por ahí casi siete millones de visitantes.
Los mortales comunes y corrientes entramos como en un rebaño luego de recorrer varios pasillos y fastuosas salsas de los diferentes museos que posee El Vaticano. Al pasar el umbral de la pequeña puerta que conduce a la famosa capilla, también conocida por ser el lugar donde eligen al nuevo papa por los cardenales electores del Colegio Cardenalicio, apenas queda espacio para caminar. Y como es tanta la afluencia de público solo te permiten estar unos minutos.
Las largas colas se advierten desde temprano en la mañana, incluso antes que abran las puertas de la gigante muralla que custodia el país más pequeño del mundo.
Y las filas no terminan porque luego hay otra cola en la Plaza de San Pedro para entrar a la basílica papal del mismo nombre.
Esta magnánima edificación, la más importante de las iglesias católicas por ser la sede de los cultos celebrados por el Papa, comenzó a construirse en 1506 y finalizó en 1626. Lleva el nombre de San Pedro, el primer Santo Padre de la historia, cuyo restos yacen enterrados en el mismo templo.
Al ser espaciosa (tiene capacidad para 20.000 personas) en la basílica experimentas lo contrario a la aglomeración de personas que puedes llegar a sufrir en el largo recorrido por los museos de El Vaticano. De este modo se puede disfrutar con paciencia y silencio de grandes obras de arte como el Baldaquino, creación del italiano Gian Lorenzo Bernini; la estatua de San Pedro Apóstol, un monumento medieval esculpido en bronce por el florentino Arnolfo di Cambio, en el año 1300. Esta obra encierra, quizás, una de las veneraciones más viejas de esta iglesia pues a través de los siglos millones de fieles han pasado por ahí para tocar o besar el pie derecho de la escultura, hoy visiblemente desgastado.
Y, por su puesto, está La Piedad, una de las obras más atrayentes del Renacimiento italiano, creada por Miguel Ángel Buonarroti en el año 1499 y la única que lleva la firma del celebre artista florentino. Esculpida a partir de un solo bloque de mármol blanco de Carrara, representa el dolor de la Virgen María al cobijar entre sus brazos el cuerpo inerte de su hijo Jesucristo después del descendimiento de la cruz.
De cierta manera Los dos papas además de plantearnos el contrapunto entre dos miradas de la Iglesia y las magistrales actuaciones de sus dos protagonistas, es un lugar de partida para confortablemente viajar y conocer la vida y las obras de arte y arquitectónicas de intramuros de la sede del catolicismo romano… sin tanto molote.