En 1967, con 21 años, el cantautor cubano Silvio Rodríguez compuso “La canción de la trova”, que dice así:
Aunque las cosas cambien de color, /no importa pase el tiempo, /las cosas suelen transformarse /siempre al caminar. / Pero tras la guitarra siempre habrá una voz/ más vista o más perdida/ por la incomprensión de ser uno que siente,/ como en otro tiempo fue también.
Hay también corazones que hoy se sienten detenidos. / Aunque sean otros tiempos hoy, / y mañana será también: /se sigue conversando con el mar.
Aunque las cosas cambien de color, /no importa pase el tiempo, / no importa la palabra / que se diga para amar, / pues siempre que se cante con el corazón / habrá un sentido atento para la emoción de ver / que la guitarra es la guitarra / sin envejecer.
Casi 55 años cumple este tema, incluido en el decimosexto álbum de Silvio.
Por estos días, al husmear por añejas fotografías, de esas que tomé hace casi un par de décadas cuando desandaba con una vieja cámara de rollo marca Zenit por Cuba, encontré en algunas instantáneas a esos trovadores que Silvio menciona en los versos anteriores.
Quizás mi empedernida afición por la música hizo que me enfocara en esos bardos errantes con los que me crucé alguna vez en una casa, una calle o un parque de Cuba, herederos de aquellos que hace siglos atrás crearon la trova y el bolero, como Pepe Sánchez, Sindo Garay o María Teresa Vera.
Como esos referentes ineludibles de la música cubana, los juglares de estas fotos, dispersos en el tiempo, son andariegos que van con sus canciones a cuestas. Cantan la dicha del amor en su máxima expresión, pero también entonan el dolor cuando el sentimiento arde.
Los temas en que se inspiran son casi los mismos en todas las épocas y nunca se agotan, porque precisamente las más maravillosas composiciones nacen siempre de la vida explorada en todos sus matices.
Así una experiencia personal puede transformarse en canción. Ese acto sublime es, a su vez, un sentimiento colectivo que trasciende en el tiempo.
Aunque la compañera de las seis cuerdas es siempre la protagonista y la eterna amante de los trovadores, algunos, además, se hacen acompañar del tradicional contrabajo, del guayo, las claves y hasta de violines.
Por lo general, estos personajes delirantes no tienen instrucción musical académica. Muchos no saben leer las corcheas y semifusas de un papel pautado. Pero, eso sí, su repertorio es vastísimo y lo interpretan de memoria. Muchos dominan, encima, los acordes de la guitarra como el que más, poseen impecables voces primas y segundas y hacen de la improvisación un estilo propio.
Las trovadoras y trovadores de estas imágenes que comparto son de esos que, mientras exista a quien cantarle, no se van a dormir. Son seres singulares que cultivan y mantienen latente una parte primordial de nuestra cultura popular cubana.