La historia, caprichosa, se despliega en escenarios que luego trascienden como íconos. Es el caso del Museo Frida Kahlo y el Museo Casa de León Trotski, ambos en el encantador barrio de Coyoacán, en Ciudad de México.
Sin embargo, hay un contraste entre estos espacios que se nota desde el momento en que se comienza a preparar la visita. Mientras para explorar la vida y el legado de Frida Kahlo en la Casa Azul suele requerirse una reserva con días de anticipación y esperar pacientemente en extensas filas, a escasas cuadras de distancia en la residencia que albergó al político e intelectual soviético en sus últimos años y donde lo encontró un trágico final, hay disponibilidad sin complicación alguna. El espacio está siempre accesible y hasta se puede completar el recorrido sin coincidir con otros visitantes o con muy pocos.
La masiva afluencia de visitantes a la Casa Azul, hogar que compartieron Kahlo y Diego Rivera, tiene algo que ver con la “fridomanía” extendida a nivel global en las últimas décadas.
Pero no fue el hormigueo de la gente o su ausencia lo que captó mi atención al visitar ambos museos, sino que en ninguno de ellos haya rastro del apasionado y efímero romance que protagonizaron sus moradores hace ochenta y seis años.
“La Casa Azul constituye el universo íntimo de Frida. Aquí la artista vivió la mayor parte de su vida, primero junto a su familia y, más tarde, en compañía de Diego Rivera”, reza en la página oficial del Museo, inaugurado en julio de 1958. Por su lado, el Museo Casa de León Trotski, establecido en 1990, presenta una exposición de fotografías, documentos, muebles y objetos personales que pertenecieron al líder ruso, conservados tal y como los dejó. La intimidad que llegaron a tener ambas figuras quedó excluida de las colecciones y relatos que acogen ambos inmuebles, quizá resultado de algún moralismo que sobrevive en el tiempo.
Fugaz historia de amor
El mismo año en que Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón vino al mundo, 1907, Lev Davídovich Bronstein, mejor conocido como León Trotski, se cruzó en Londres por primera vez a Joseph Stalin, quien sería el responsable de sus varios exilios y autor intelectual de su asesinato.
Trotski, periodista, ensayista y fundador del Ejército Rojo, era una figura destacada en el ámbito de la izquierda y un símbolo para la clase obrera en todo el mundo. Junto a Lenin, tuvo un lugar crucial en la organización de la Revolución de Octubre. Sin embargo, más adelante se convirtió en un crítico de Stalin, lo que resultó invariablemente en exilio y una vida en fuga, vagando entre varios países y padeciendo la persecusión y el asesinato de sus parientes, como parte de una de las operaciones de extermino más elaboradas de la historia contra una misma familia.
El 9 de enero de 1937, al cabo de una veintena de días navegando a bordo de un buque petrolero, Lev Davídovich y su esposa, Natalia Sedova, desembarcaron en el puerto de Tampico, México. Al pie de las escaleras del barco los esperaba Frida Kahlo, la reconocida artista plástica que desde hacía más de una década lidiaba con las secuelas de un accidente que la había condenado a dolores insoportables y por el que se había sometido a más de una treintena de cirugías. Su sufrimiento y la relación con su cuerpo tan marcada por la violencia de las intervenciones tuvieron espejo en sus cuadros, en especial en una particular serie de autorretratos.
Frida y Diego eran fervientes admiradores del trotskismo y militantes comunistas. Fue Rivera quien, a través del entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, logró garantizar el asilo político indefinido de Trotski en suelo azteca.
La pareja de anfitriones les ofreció a los visitantes alojamiento gratuito en la Casa Azul. En la morada el ardor político y artístico que compartían Frida y Trotski fue creando diálogos cada vez más profundos. Ella se encontraba en un momento duro, después de haber sorprendido a su hermana manteniendo relaciones con Diego Rivera. La combinación de acontecimientos desembocó en una secreta y apasionada relación entre Frida y Trotski.
El francés Gérard de Cortanze condensa este episodio en su libro Los amantes de Coyoacán: La secreta historia de amor entre Frida y Trotski.
Imagine a dos ‘monstruos sagrados’. Frida, de una belleza terrible, diabólica, tan intensa, tan creadora, tan viva, tan rebelde, moderna, devoradora y frágil. Trotski: el hombre de la revolución del 17, que dirigió a los 5 millones de hombres del Ejército Rojo, que vive desde hace tantos años una vida errante.
Frida, con cariño, apodaba “Piochitas” a su célebre huésped y solía redactar cartas firmadas com “Tu Friduchita”. Incluso, detrás de un antiguo violín desprovisto de cuerdas llegó a pintar mariposas junto a un sol, en cuyo centro descansaban una hoz y un martillo. Por el frente del instrumento pintó dos ojos y unos labios grueso y sensuales, y en la madera dejó escrito con su propia caligrafía:
Piochitas: un hombre sin Patria es como un viejo violín sin cuerdas, espero que muy pronto recupere su Patria y su hogar, su ideal y su lucha y vuelva a ser el director de la Historia mundial. Atentamente, Frida Kahlo.
Las pruebas de admiración y cariño no se detuvieron ahí. Frida creó un óleo que representaba un autorretrato completo, deslumbrante en su esplendor. En la obra se ve con un peinado adornado de trenzas y flores, labios carmesí y una mirada llena de ternura. Sostiene en sus manos una hoja de papel que muestra un mensaje escrito en una elegante letra cursiva:
Para León Trotski con todo cariño, dedico esta pintura, el día 7 de noviembre de 1937. Frida Kahlo. En San Ángel, México.
Él, con la intención de mantenerla siempre a su vista, instaló el cuadro en la pared frente a su escritorio en la Casa Azul, lugar en el que solía sumergirse durante extensas horas en la lectura y la escritura.
En esa misma época, André Breton, el renombrado poeta, ensayista y teórico del surrealismo francés, compartió alojamiento en la Casa Azul. Mientras plasmaba sus impresiones en su cuaderno de viaje, destacó un detalle:
“En la pared del cuarto de trabajo de Trotski he admirado un autorretrato de Frida Kahlo de Rivera. Con un manto de alas de mariposa doradas, así ataviada abre una rendija en la cortina interior. Nos es dado como en los hermosos días del romanticismo alemán, asistir a la entrada en escena de una bella joven dotada con todos los poderes de la seducción”.
Por su parte, León solía prestar libros a la pintora, insertando mensajes de amor entre sus páginas para que ella los descubriera por sorpresa durante sus lecturas.
Diego Rivera y Natalia Sedova, por separado, se enteraron del romance que florecía entre sus respectivas parejas, y hubo un estallido de emociones. No quedó en casa: la relación se convirtió en motivo de controversia y escándalo en los círculos políticos y artísticos de la época, quienes veían con desconfianza a Trotski.
Se cuenta que la esposa del ruso le dio un ultimátum, mientras que Rivera, en un gesto provocador con motivo del Día de los Muertos el 2 de noviembre, envió a Trotski un regalo peculiar: una calavera con la palabra “Stalin” inscrita en la frente.
De acuerdo con la mayoría de las versiones históricas, en 1939 Diego Rivera y Trotski pusieron fin a su relación debido a desacuerdos políticos.
En cuanto a la relación amorosa entre Kahlo y Trotski persisten dudas, muchos afirman que se trató de un mero rumor, incluidos descendientes del ruso y allegados a la pareja de artistas mexicanos. Por otro lado, testigos oculares como los guardaespaldas del líder comunista dicen que fue intensa y fugaz; que apenas duró unos pocos meses.
Lev Davídovich y su esposa dejaron la Casa Azul, ubicada en la calle Londres 247, para instalarse a tan solo cinco cuadras de distancia, en un imponente caserón en la Avenida Río Churubusco, número 410. Después de su separación, Trotski expresó su tormento amoroso en una carta dirigida a Frida que arranca así:
Frida, amada,
Al contemplar esta noche tu rostro de cervatillo he descubierto que jamás conseguiré hacerte a un lado de mi cabeza, no se diga de mi corazón.
Trágico fin
El 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader, un sicario español al servicio de Stalin, asestó un golpe de piolet en la cabeza de Trotski en su casa-refugio en Coyoacán. Lev Davídovich quedó gravemente herido y, al día siguiente, murió. Frida Kahlo fue objeto de investigación y llegó a ser detenida debido a que había tenido un encuentro con el asesino un año antes en París. No obstante, fue liberada y las acusaciones en su contra fueron desestimadas. Las sospechas también cayeron sobre Rivera, debido a la sonada ruptura política y personal de meses antes. El muralista se refugió durante un tiempo en casa de un amigo. Frida Kahlo fallecería en la Casa Azul el 13 de julio de 1954.
Los restos de Frida fueron incinerados, y sus cenizas descansan en la morada que fue testigo de gran parte de su historia y sus amores. Trotski, por su parte, fue sepultado en el jardín de la actual Casa-Museo de León Trotski, donde reposan sus cenizas junto a las de Natalia Sedova (1882-1962).
El autorretrato que Frida pintó para Trotski se encuentra en exhibición en el National Museum of Women in the Arts en Washington D.C. En cuanto al antiguo violín, valorado en unos 50 millones de euros, recientemente se dio a conocer su existencia a través de fotos compartidas en redes sociales por un coleccionista español.
En la Casa-Museo de León Trotski tampoco hay referencias directas a Frida. Existe información como parte de una imponderable línea de tiempo sobre llegada de Trotski a México y, por supuesto, la relación con el matrimonio Kahlo-Rivera y estancia en la Casa Azul.
Sin embargo, en una vitrina de una de las habitaciones de la Casa Azul se encuentran un par de fotografías tomadas en ese mismo ambiente en las que Trotski es el protagonista. Las instantáneas datan de 1937. En una de ella está Trotski en el patio interior de la casa. La otra es de cuando la Comisión Dewey llegó a México para escuchar la versión de Lev Davídovich sobre las acusaciones realizadas en su contra por Stalin. De manera curiosa, en la imagen en la que hay un grupo de personas no figura Rivera. Están Frida y Trotski.