“Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.*
-“¿Por qué haces fotos?”, me preguntó amablemente cuando me acerqué para saludarlo.
-Me apasionan las historias contadas con imágenes.
-Pues yo estoy aquí hace seis años. Pero realmente vivo en mi cuerpo y en mi mente. Del otro lado del muro es un loquero. Las personas buscan tres problemas a una solución. De este lado esta la mar, que es mi mantra.
Dice la mar, “como la nombra la gente que la ama, como mujer. A veces los que la aman hablan mal de ella, pero siempre como si fuera mujer. El viejo siempre la veía como algo femenino, que concede o niega grandes favores; si hacia cosas malignas o tremendas era porque no lo podía evitar, la luna la afecta como si fuera mujer, pensaba».*
En tan solo unos minutos que compartimos, habló de filosofía, Dios, el alma y de placeres sublimes como escuchar la radio cuando en la ciudad se apaga la algarabía.
Antes de despedirme le di unos pocos billetes y monedas que llevaba encima. Le prometí que en un próximo viaje lo visitaría con más tiempo. Fue entonces que se esbozó en su cara la única media sonrisa de nuestro breve encuentro.
“El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.*
Gustavo es uno de miles de personas en condición de calle en Argentina. Vive en el corazón de Mar del Plata, ciudad turística y el balneario más importante de la costa atlántica del país. Vive con un perro y una legión de gatos, en una cueva entre las rocas del muro de contención que custodia la urbe.
*Fragmentos del cuento El viejo y el mar (1951), de Ernest Hemingway.