Desde que se inauguró en 1772 la avenida que hoy conocemos como Paseo del Prado era uno de los lugares predilectos de la alta sociedad habanera. Incluso después de la remodelación en 1928, realizada por el arquitecto paisajista francés Jean-Claude Forestier, siguió siendo frecuentado por las élites. Hoy día el espacio, símbolo de la ciudad con sus icónicos leones, es punto de encuentro de tribus urbanas habaneras.
En la zona más cercana al Malecón de la histórica alameda de más de tres siglos, decenas de jóvenes se reúnen a diario. Conversan, ríen, bailan hip-hop y hacen demostraciones en skate y patines. Son grupos sociales con intereses, gustos, valores, estilos de vida y estéticas similares, buscando establecer una identidad colectiva y la pertenencia a una subcultura específica.
Estas subculturas son una tendencia global, y los jóvenes cubanos no son distintos. Surgen en medio de la búsqueda de identidad, como expresión que puede ser rebelde, artística o simplemente un modo de encontrar un espacio propio en un mundo cada vez más diverso y complejo; pero también muy estandarizado.
Basta observarlos y pasar un breve tiempo entre ellos para darse cuenta de que su comunión, más una simple actividad física o cultural, es una forma de vida. Tienen sus propias normas y códigos de comportamiento internos que definen su identidad colectiva y los distancian de la cultura dominante. Los miembros de una tribu urbana encuentran solidaridad y camaradería con otros que comparten sus intereses y valores.
En el Paseo del Prado habanero predominan los cultivadores del hip-hop, skaters y patinadores.
Para estos grupos, el lugar es un punto de encuentro y un escenario en el que expresar su individualidad y creatividad. Algunos son conscientes de que no es el sitio adecuado para patinar, pero en el Prado pueden reunirse con más amigos, no solo aquellos que practican hip-hop o patinan.
Aseguran que no buscan confrontación ni generan disturbios. Al contrario, exhiben sus habilidades y atraen la atención de la gente que pasa; incluso prestan sus patinetas a los niños para enseñarles cómo usarlas.
Sin embargo, confiesan que la policía a menudo los reprende, en especial por cuestiones superficiales como andar sin camisa. Algunos agentes los han amenazado con confiscar sus patinetas e imponerles multas. A pesar de eso, los skaters de La Habana continúan reuniéndose allí a compartir su pasión.
Los que patinan en el Prado muestran la diversidad de estilos y estéticas propios de la cultura skater. Algunos llevan sus cuerpos tatuados, mientras otros optan por un aspecto más relajado y ecléctico, con camisetas de bandas de rock y accesorios coloridos.
Desde sus inicios en el mundo, en los años 60, hasta su evolución actual, los skaters han formado una comunidad diversa que va más allá de simplemente deslizarse sobre una tabla con ruedas. Sus valores, estilos y formas de expresión han dejado una huella profunda en la sociedad contemporánea y han trascendido fronteras, convirtiéndose en una subcultura global.
En el Paseo del Prado encontramos exponentes de comunidades vibrantes y únicas que enriquecen la vida de la ciudad. Han llegado a ser parte transformadora del paisaje cultural urbano. Podemos imaginar a los turistas extranjeros, a quienes se les ha vendido una imagen de Cuba resumida en sol, salsa, ron y tabaco, paseando por La Habana y cruzándose con el grupo de jóvenes, que les ofrecen una visión más profunda y auténtica de la realidad cubana.