Escuchar a Marc Anthony es remontarse a las evocadoras recreaciones de los miércoles en el pre en el campo, cuando formábamos una bulliciosa rueda de casino en el pasillo central y las canciones de Todo a su tiempo, el segundo álbum de estudio lanzado en 1995 por el cantante estadounidense de ascendencia boricua, se deslizaban desde un casete.
Esas noches de antaño, llenas de alegría, resurgieron en mi mente como un flashback mientras me entregaba con entusiasmo al baile y al canto en un concierto del propio Marc Anthony, el pasado jueves, en el estadio Vélez Sársfield de Buenos Aires, donde el artista hizo escala como parte de su gira “Viviendo”.
Marco Antonio Muñíz, nacido de padres puertorriqueños en la ciudad de Nueva York, ha consolidado su posición como uno de los artistas musicales más influyentes de su generación.
En sus inicios, incursionó en la escena discográfica dentro del ámbito del hip-hop como parte del dúo Little Louie & Marc Anthony, alcanzando la cima de las listas estadounidenses en 1991. Sin embargo, fue bajo la dirección de Ralph Mercado, quien lo fichó para su sello RMM en esa época, que Marc se adentra con éxito en el fascinante mundo de la salsa.
Reconocido como el artista de salsa más vendido de todos los tiempos, Anthony se erige como un auténtico embajador de la música y la rica cultura latina. Su impacto trasciende fronteras, resonando con audiencias alrededor del mundo y consolidando su legado como un pilar indiscutible en la escena musical contemporánea.
Arrancó la fiesta
Para avivar el ambiente, la estruendosa banda comenzó a tocar, sin la presencia aún del cantante. En un repaso rápido y veloz, rompieron con fragmentos de algunos de los éxitos perpetuos de Marc Anthony.
Sobre el escenario se desplegaron 16 músicos, con una impresionante sección de metales con trombones y trompeta, teclados, bajo, un set de guitarras y otro de percusión. Además, se sumaron coros compuestos por una voz femenina y tres masculinas. Con un sonido potente y la precisión de un engranaje de reloj, el grupo no solo respaldó sino que también se erigió como el soporte destacado del protagonista a lo largo del show.
Tras esta impactante introducción, cuando la atmósfera ya se encontraba en plena efervescencia festiva, la estrella de la noche hizo su entrada con una amplia sonrisa, fiel a su característico estilo. En ese momento, resonaron los trombones, anunciando “Pa´lla voy”, tema que da título a su última producción discográfica, lanzada el pasado año y galardonada con el Grammy al Mejor Álbum Tropical.
Si hay una fiesta pa’llá voy.
Si hay una rumba, pa’llá voy.
Con buena música y alcohol.
Cuando me llamen, pa’llá voy.
La noche se convirtió en una auténtica celebración desde los primeros minutos del concierto. La pista estaba en ebullición, no solo por los casi 30 grados de calor de un verano porteño sofocante, sino por el ritmo y la potencia que fluían desde el escenario. Marc Anthony, moviéndose con el inconfundible swing caribeño, recibía el aliento del público que pedía más. La velada prometía ser un derroche continuo de combustible musical de alta calidad, ideal tanto para el baile como para las emociones.
La lista de canciones comenzó remontándose a éxitos del pasado que se instalaron para perdurar. “Valió la pena”, tema del 2004 compuesto por Marc Anthony y Estéfano, el reconocido cantautor colombiano del famoso dúo de los noventa con el cubano Donato Poveda, marcó el inicio.
El viaje musical retrocedió a 1997 con “Y hubo alguien”, desatando la euforia en el público. Durante este tema, el maestro cubano-americano Gerardo Rodríguez brilló con un solo de trompeta.
Fue uno de los temas donde Marc interactuó de manera cercana con su audiencia, lanzando al público sus anteojos negros y provocando un emotivo momento al dejar que la multitud completara la estrofa: “Le entregué mi cariño, mi cuerpo, mi alma, mi mente y mi ser… ¡Como tú ya no sabes!”. El estadio estalló en un coro unísono.
La escenografía, simple pero impactante, contaba con pantallas gigantes y juegos de luces. Marc Anthony y su banda prescindieron de parafernalias como efectos especiales, pirotecnia o fuego, confiando en que su presencia y talento bastaban para cautivar al público. Entre las canciones, estratégicos apagones se producían como transición, un detalle que podría haberse suplido con juegos de luces o proyecciones.
Sin embargo, este pequeño detalle no disminuyó el esplendor del espectáculo. La potencia de la banda, la voz de Marc y su carisma, sumados a su repertorio histórico, eran los pilares que sostenían el espectáculo de manera excepcional. La conexión del público fue una respuesta abrumadora a la apasionada entrega del artista, transformando cada momento en una experiencia inolvidable.
La euforia del público parecía no tener límites, y con razón. Llegó “Hasta ayer”, icónica canción escrita por el venezolano Manny Delgado que dio la vuelta al mundo en los noventa en la versión magistral de Marc Anthony.
Desafiando las convenciones habituales de ese tema abolerado, el solo musical esta vez fue liderado por el guitarrista argentino Mario Guini, quien, con su instrumento eléctrico, improvisó con virtuosismo una serie de riffs, agregando un toque de rock and roll a la noche.
Tras este momento enérgico, llegó un breve respiro y el protagonista de la noche aprovechó para saludar a sus seguidores:
“Buenas noches, buenas noches. ¡Qué placer, qué honor compartir con ustedes de nuevo! ¿Me extrañaban? ¡Mi gente! Muchas gracias. Esta noche vamos a cantar un poquito de todo. Vamos a hacer un par de inventos, ¿a ver qué pasa?” (sonrió). Pero esta próxima canción es una de mis favoritas, si la conocen por favor cántenla conmigo”, solicitó mientras resonaban unos acordes familiares de piano.
Era la introducción de “Flor pálida”, la hermosa canción del cubano Polo Montañez que Marc Anthony interpretó a su estilo en su álbum 3.0 de 2013.
En medio de las ovaciones, entre la marea de personas, empezaron a vislumbrarse un par de banderas cubanas como un barco entre las olas de brazos alzados. En ese momento, entre una audiencia variopinta de diferentes nacionalidades, a siete mil kilómetros de la isla, estaban mis compatriotas levantando con orgullo la enseña nacional y entonando a voz en cuello: “De aquella flor hoy el dueño soy yo. / Y he prometido cuidarla. / Para que siempre esté cerca de mí. / Para que nunca se vaya”.
Como un puente emocional hacia lo que aún estaba por venir, Marc Anthony interpretó “Volando entre tus brazos”, una pieza escrita también por Estéfano e incluido en el álbum Amar sin mentiras, de 2004. Marc no solía interpretar esta canción en vivo, pero en tiempos recientes la ha incorporado a su repertorio, añadiendo un toque especial a la velada.
A esa altura del concierto, llegaron los homenajes. Sentado en las escaleras del escenario, con las cámaras enfocadas en un primer plano y las imágenes en blanco y negro en las pantallas gigantes, Marc Anthony se dispuso a cantar con su característico histrionismo actoral, como si fuera Humphrey Bogart en la película Casablanca.
Interpretó “Abrázame muy fuerte” del mexicano Juan Gabriel. Luego el piano enlazó esta emotiva canción con “Almohada” de José José, otro ícono musical de aquellas tierras. Esta sección cerró con la inigualable “¿Y cómo es él?”, del español José Luis Perales.
Superadas las lágrimas y las emociones por el momento, Marc preguntó:
“¿Quieren salsa?” Ante la respuesta efusiva y los aplausos, soltó la única frase en inglés de la noche: “¡Shake it up, baby!”
Así, encadenó otro par de éxitos del pasado como “Qué precio tiene el cielo“ y “Hasta que te conocí“.
En este punto, después de una hora de presentación y más de un centenar de interpretaciones, vale la pena detenerse en la majestuosidad de su voz. Con más de tres décadas en los escenarios y 55 años de vida, el tenor popular conserva prácticamente inalterada su distintiva tesitura.
Hemos disfrutado el desdoblamiento vocal en sus grabaciones a lo largo de los años. Su voz aún se desplaza con elegancia y potencia, navegando desde la efervescente energía de la salsa hasta la conmovedora profundidad del bolero, la melancolía evocadora de la balada y la frescura vibrante del pop.
En este momento de su carrera y su vida, con un bagaje acumulado de experiencias y un compromiso en escena que emula a un atleta de élite en competencia de alto nivel, Marc Anthony ha sabido sortear los embates del tiempo y el lógico desgaste físico en sus cuerdas vocales. Aunque quizás no con la misma intensidad de sus años mozos, el artista puertorriqueño sigue deslumbrando con una claridad vocal en las notas agudas.
Encara el desafío y se aparte de lo fácil, ya que no renuncia a elevarse —y mantener por varios segundos— a esos registros altos que hemos apreciado y aplaudido con asombro en muchos de sus álbumes a lo largo de su impresionante trayectoria.
Un ejemplo de esto fue su interpretación de “Hasta que te conocí”, otro éxito de Juan Gabriel con el que Marc despegó en el mundo de la salsa a principios de los noventa.
En pleno concierto en Buenos Aires y ante la mirada atónita de todos los presentes, Marc Anthony nos regaló la interpretación de la primera parte de ese célebre tema, modulando su voz —en unos tramos a capella y otras abrazado por un fraseo discreto del piano— con registros impresionantes. La destreza vocal del artista quedó al descubierto una vez más, cautivando a la audiencia con una exhibición magistral de su talento innato.
Luego vinieron más piezas para bailar. Todos se levantaron de sus sillas. “Mala”, una canción lanzada en tiempos pandémicos y coescrita con el músico cubano Lenier Mesa puso otra cuota de salsa. Con ese tema ganaron el pasado año un Latin Grammy como Mejor Canción Tropical.
Con “Parecen viernes”, compuesto por Maluma, se despidió y se perdió entre bambalinas. Sin embargo, solo fue parte del acting. A los pocos minutos y ante la demanda ya famosa del público en Argentina de “una más y no jodemos más”, volvió a salir a escena.
“Antes de irnos les quiero dar las gracias a cada uno de ustedes por compartir juntos esta noche… ¡Qué chulería, qué honor!”, confesó y arrancó a cantar “Tu amor me hace bien”, otra de Estefano.
Para cerrar, no podía ser otra canción que su himno “Vivir mi vida”. Este año, esa adaptación de “C’est La Vie”, canción del cantautor franco-argelino Chef Khaled, cumplió una década de haberse lanzado con el disco 3.0.
Fue un álbum ese donde después de varios años volvieron a juntarse el cantante y su histórico productor, el pianista Sergio George, responsable de muchos de los éxitos en la carrera de Marc. Sí, ese mismo de “ataca Sergio” que se escucha mencionar por el cantante en algunos temas memorables cuando entra el piano.
Confieso que, cuando compré las entradas para este concierto, estaba guiado por las ganas de revivir una cita nostálgica. Sin embargo, desde los primeros minutos del show, sentí las vibras de un concierto portentoso, con un artista de altos quilates, de mucha personalidad y carisma; respaldado por una banda que brilló en su máxima dimensión.
Definitivamente, Marc Anthony demostró ante 30 mil espectadores, a puro talento y trabajo, por qué es considerado una de las voces más trascendentes de la historia de la música latina y, en particular, del género salsa.
También sentí una presencia descomunal de Cuba. Por esas banderas de la estrella solitaria entre el público, por el ritmo contagioso de la clave cubana, por los músicos con sangre criolla, por algunas de las letras de las canciones, donde está la pluma de compositores de mi tierra.
Ojalá que algún día Marc Anthony, quien es escuchado por los cubanos donde quiera que vivan y sin distinguir ideología, pueda cantar, digamos, en el Malecón de La Habana y hacer disfrutar a mi pueblo como lo ha hecho conmigo.