Para mi amiga Paz, que suspira con las aves.
El zunzuncito escogió uno de los cables eléctricos que atraviesan el cielo cercano de una cuadra del barrio de Buena Vista, en La Habana, para posarse y… ¿por qué, no?, posarme. Desde ahí, cada tanto, descendía unos metros hasta una planta frondosa y con flores rojas, sembrada en la acera. Con su aleteo característico y en fracciones de segundos la minúscula ave daba vueltas y vueltas alrededor de alguna flor hasta que, con su pico largo y en pleno vuelo, la penetraba hasta el fondo para chupar su néctar. Luego repetía varias veces ese ejercicio y volvía al cable eléctrico. Ahí sacaba la lengua, limpiaba sus alas con su pico y creo que, de alguna sublime manera, también veía pasar la rutina de los transeúntes que no advertían su presencia.
Ese zunzuncito me acompañó diariamente en mi aislamiento tras dar positivo a la COVID-19. Salía a tomar aire a la terraza de la casa de mi madre, en un segundo piso, y ahí, a unos pocos metros, por donde pasaba el tendido eléctrico, lo encontraba a menudo al animalito como si fuera un vecino.
Las primeras veces, al divisar al pica flor, corría raudo pero sigiloso en busca de mi cámara. Con el mismo disimulo, casi que en puntillas de pies, me le acercaba. Él ni se inmutaba. Seguía en su labor y hasta viendo la vida pasar por debajo de sus paticas agarradas al cable.
Pasó eventualmente la etapa del temor a que se espantara ante mi presencia. Ya era familiar tenerlo cerca en varias oportunidades durante el transcurso del día. De esa forma logré advertir cuando llegaba o se iba por un sonido particular, que creía entonces era el zumbido de los colibríes. Pero no, eso que creemos un zumbido no es más que el sonido que producen al batir sus alas y las diferencias de presión del aire por la velocidad en que las mueven (entre 10 y 80 veces por segundo).
¿Qué podría significar la presencia y cercanía de un colibrí? En algunas culturas milenarias la visita de estas pequeñas aves simboliza buen augurio. Cuenta una leyenda maya que cuando los Dioses ya no tenían más barro ni maíz para crear animales, tallaron una flecha pequeña con una piedra de jade y la soplaron. Mientras volaba, la flecha de jade tomaba vida propia y esparcía buenos deseos. Así dicen que nació el ts’unu’um, como se llama el colibrí en la lengua originaria de esos pueblos mayas.
Por su parte, para los guaraníes, en América del Sur, con la muerte el alma se desprende del cuerpo, vuela y se oculta en una flor hasta que llega un zunzún para revelar esa alma. Por eso se dice que el colibrí es un mensajero de aquellos seres amados que ya no están físicamente.
En mi confinamiento, al tener todo el tiempo del mundo y la confianza con “El zunzuncito” vecino, observé que este se les acercaba de una manera coqueta a las flores. Al parecer el proceso de libarlas tenían un grado de sensualidad.
No es descabellada mi observación. Óscar González, un ornitólogo peruano y profesor del Emmanuelle College de Georgia, en Estados Unidos, sostiene que “el colibrí le ayuda a la planta a tener sexo”. Al catedrático lo cita el diario El País en un artículo del 2017 titulado “El pájaro que ayuda a las plantas a tener sexo”.
En el rotativo español se explica que cuando esa ave va en busca del néctar de la flor, “toca las anteras, que son la parte del pistilo donde se encuentra el polen, ese polvillo (conocido por sus propiedades terapéuticas incluso) donde están los gametos masculinos de la planta y, digamos, se empapa de él. Cuando, por fin, sale lleva en su cuerpecillo el mensaje de la reproducción.”
Luego, cuando ese colibrí liba en otra flor, “hace el mismo operativo, se nutre y, tal vez sin desearlo, deja caer el polen que llevaba de la otra planta por la que merodeó minutos o segundos antes. Los gametos entonces se deslizan ahora hacia el ovario de la flor, donde están los óvulos. Y listo: la planta está fecundada, producirá una nueva flor y posteriormente un fruto”, refiere la nota.
Según estudios ornitológicos, existen 343 especies de colibríes que que habitan a lo largo y ancho del continente americano, desde Alaska hasta la Tierra de Fuego. El protagonista de esta historia no sé a cuál especie pertenece. Me he tomado el atrevimiento de bautizarlo “El zunzuncito”, que es el más pequeño de la familia de los colibríes (de todas las aves en general) y es oriunda de Cuba. Pero, sobre todo, viene a bien ese nombre para este relato porque al ver a una de estas tiernas avecillas merodear, siempre recuerdo “El zunzuncito”, la canción de Teresita Fernández:
Voy a contar, mi niño, una canción, mi amor, de un pajarito,
es el zunzún, mi niño, es el zuzún mi amor, el zunzuncito.
Vuela de flor en flor buscando el néctar, mi amor,
y lleva pegado el sol en las alitas, mi amor,
es el zunzunzunzunzunzunzunzunzunzuncito.
Es el zunzún, mi niño, es el zunzún mi amor, una joyita,
diamantico que vuela, arco iris de plumas chiquitico.
Pregunta qué es tornasol, qué cosa es rojo rubí,
azul y verde limón, el amarillo, mi amor,
es el zunzunzunzunzunzunzunzunzunzuncito.
Cuando cumple un año, cuando cumple un año el zunzuncito
le salen plumas rojas, plumas rojas, mi amor, de sombrerito.
Vuela de flor en flor buscando el néctar, mi amor,
lleva pegado el sol en las alitas, mi amor,
es el zunzunzunzunzunzunzunzunzunzuncito.
Cuando hace el nido vuela rápido el albañilito.
¡Qué albañil se vuelve cuando hace el nido el zunzuncito!
Pide lana a la ceiba, algodoncito en rama,
su calor al sol, el néctar a la flor
es el zunzunzunzunzunzunzunzunzunzuncito.
Con telaraña, mi niño, y pedacitos de árbol pegaditos
así decora el nido, así decora el nido el zunzuncito.
Pide lana a la ceiba, algodoncito en rama,
su calor al sol, el néctar a la flor
es el zunzunzunzunzunzunzunzunzunzuncito.
Es muy cubano y es un pajarito
y es muy chiquitico, ya te lo conoces bien
es el zunzunzunzunzunzunzunzunzunzuncito.