En los últimos días he recibido mensajes de familiares y amigos cubanos, dispersos en diferentes lugares del globo, a propósito de las recientes elecciones en Argentina y su resultado. La atención se centró en el presidente electo, Javier Gerardo Milei, economista liberal libertario que en breve lapso pasó de ser un excéntrico panelista de televisión a dirigir por cuatro años los destinos de 45 millones de argentinos.
Me resulta surrealista estar en un país gobernado por alguien que concibe la venta de órganos como “un mercado más”. Además, asegura que mantiene comunicación con un perro muerto que, según su confesión, guía su vida. Se opone a la salud y la educación públicas y relativiza el cambio climático.
Argentina, tierra de contrastes políticos y sociales, ha sido mi hogar durante trece años. He fotografiado momentos cruciales en su historia reciente. El ideal de democracia, que abraza la diversidad y la participación ciudadana, me ha sido fundamental para cuestionar y convivir con perspectivas encontradas.
Llegué a Argentina cuando se proclamaba que “el amor vence al odio” y abracé la frase. Me sumergí en la utopía de una sociedad empática y solidaria. Sin embargo, la realidad ha demostrado ser más compleja. La polarización extrema ha dado lugar a un discurso de hostilidad y desconfianza.
En el primer debate presidencial, Milei refiriéndose a la dictadura argentina, afirmó que en los 70 hubo “una guerra” con “excesos”. Negó la existencia de un plan de exterminio sistemático y que fueran 30 mil los desaparecidos.
La expresión parece calcada del discurso del almirante Massera, uno de principales jefes de la dictadura que, durante el juicio de 1985 contra los genocidas —y que apenas un año atrás el filme de Santiago Mitre puso de relieve— expresó: “Aquí hubo una guerra entre las fuerzas legales, donde si hubo excesos, fueron desbordes excepcionales”.
La compañera de fórmula de Milei, la electa vicepresidenta Victoria Villarruel, nieta, hija y sobrina de militares, es una reconocida negacionista de la dictadura militar y tiene, entre otras propuestas, la de poner fin a los juicios por delitos de lesa humanidad.
Se rompe así en Argentina un consenso social sobre los derechos humanos y otros temas pilares precisamente el año en que se celebra el 40 aniversario del retorno de la democracia.
El plan económico de Milei también viene emparentado con los años más oscuros de la historia argentina. No hay nada nuevo en lo que prevé implementar el líder de La Libertad Avanza. Es un cóctel de José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de economía de la dictadura del 76 al 83 y el neoliberalismo noventero de Menem.
Milei ratifica que “todo lo que pueda estar en las manos del sector privado, va a estar en las manos del sector privado”. Y arrancó por anunciar la privatización de los medios públicos, Radio Nacional, la TV Pública y la agencia de noticias Télam, la más grande del país. Del mismo modo puso foco en aerolíneas argentinas, en los trenes y la estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa argentina de energía dedicada a la exploración, explotación, destilación, distribución y producción de energía eléctrica, gas, petróleo y derivados de los hidrocarburos.
En fin, estamos ante un presidente que desprecia al Estado y la política y que fue votado legítimamente por una abrumadora mayoría del 56 % de la población contra el 44,3 % que obtuvo Sergio Massa, candidato peronista.
El fenómeno Milei plantea preguntas fundamentales sobre la confianza en las instituciones. ¿Cómo construir una sociedad justa y equitativa cuando la desconfianza en las estructuras gubernamentales persiste?
Álvaro García Linera, político y teórico marxista boliviano, vicepresidente de su país de 2006 a 2019, durante los mandatos de Evo Morales, resumió con contundencia: “Nadie puede ganar una elección con 140 % de inflación anual”.
Hace unos meses asistí a una charla de García Linera, en la que avisoraba lo que podía venir:
“Las promesas de justicia e igualdad no se están cumpliendo, si desde el progresismo no somos capaces de entenderlo y dar respuestas concretas y rápidas que resuelvan la angustia e incertidumbre que corroe el alma colectiva, lo va a hacer alguien. Milei supo entender la angustia y dar una respuesta, ilusoria, pero respuesta al fin”.
Poder elegir es un derecho conquistado. Una instancia mayor es poder construir un sistema que refleje las aspiraciones y valores de quienes lo componen. La política, me enseñó este país, no es solo retórica vacía; es una herramienta de transformación social que implica aceptar ideas opuestas y participar en un constante intercambio de miradas; y que el debate y la búsqueda de consensos son esenciales para la construcción y la convivencia democráticas.