La princesa Ifigenia, hija Egippus y Eufenisa, reyes de Etiopía a principios del siglo I, fue la precursora del cristianismo en su país. Evangelizada por San Mateo Apóstol, la canonización de Ifigenia llegó tras atribuírsele el milagro de haber salvado –invocando al cielo– un convento y a sus monjas de entre las llamas. De ahí que esta patrona de los negros, como también se le conoce, sea venerada como heroína de la fe y protectora de los incendios. Se cree que la imagen de la Santa Ifigenia desembarcó en América en el siglo XVI con algunos grupos de esclavos procedentes de África subsahariana.
Un par de siglos después, en las afueras de Santiago de Cuba, se bautizó con el nombre de Santa Ifigenia, en febrero de 1868, el segundo cementerio más importante de la Isla, luego de la Necrópolis de Colón en La Habana.
Se trata de un camposanto de 133 mil metros cuadrados donde yacen más de diez mil sepulcros y descansan los restos de importantes personalidades de la política y la cultura cubana y hasta universal.
Se destaca el mausoleo a José Martí Pérez, construido en 1951. En realidad se trata de un conjunto arquitectónico, de estilo romántico, autoría del arquitecto Mario Santi. En sus exteriores, un sendero delimitado a ambos lados por 28 monolitos, que representan los campamentos insurrectos donde pernoctó Martí hasta su muerte en combate, en el oriente cubano, durante la llamada Guerra Necesaria o Guerra del 95, conducen hasta el panteón hexagonal de 24 metros de altura.
Las cenizas del Apóstol están resguardadas al interior de un zócalo de bronce, cubierto por la bandera nacional y acompañado de rosas blancas. Alrededor, nichos incrustados en las paredes guardan tierra de las naciones de América Latina. En la bóveda, durante el día, los rayos de sol iluminan dicho féretro.
Una escultura blanca de José Martí, tallada en mármol de Carrara y ubicada de frente al este, por donde sale el sol, emerge en un segundo nivel, en un corredor circular.
Es la interpretación, a manera de epílogo, de una parte de los Versos sencillos del Héroe Nacional de la República de Cuba:
“Yo quiero cuando me muera, / sin patria, pero sin amo, tener un mi losa un ramo de flores y una bandera.”
A unos pocos metros, en el interior de una gran roca de varias toneladas, en una urna de cedro, descansan desde noviembre de 2106, las cenizas del Comandante en jefe Fidel Castro Ruz, líder de la Revolución Cubana. Solo aparece su nombre en una tarja de mármol verde sobre la roca pulida y esculpida.
La guardia de honor a ambos mausoleos la hacen desde el amanecer y hasta el ocaso una escuadra de militares vestidos de gala, que se turnan cada media hora. El momento épico llega con el cambio de guardia. La música y la marcialidad de la marcha son distintivas.
En Santa Ifigenia también reposan los restos de otras figuras protagonistas de la historia de Cuba: Manuel de Céspedes, el padre de la patria; Mariana Grajales, madre de los Maceo y símbolo de la mujer cubana; Tomás Estrada Palma, primer Presidente de la República de Cuba; el historiador, novelista, periodista, dramaturgo y político Emilio Bacardí Moreau y su esposa, la patriota e intelectual Elvira Cape Lombard, ambos grandes benefactores de Santiago de Cuba.
Del mismo modo yacen exponentes que con su quehacer artístico han aportado a la identidad cultural criolla. Tal es el caso de Pepe Sánchez, pilar fundacional de la trova y el bolero; Miguel Matamoros, autor de piezas clásicas de nuestro cancionero como son “Lágrimas negras”, “Mamá, son de La Loma” y “El que siembra su maíz”, entre otras. Y en ese sendero de los trovadores también está sin dudas el más conocido para los visitantes extranjeros contemporáneso: Francisco Repilado, Compay Segundo.
La necrópolis de Santa Ifigenia es visita obligada en Santiago de Cuba. Es de los lugares en la Isla que más atesora valores patrimoniales e históricos. De ahí que fuese declarado Monumento Nacional en 1937 y ratificada esa condición en 1979. Posee tanta relevancia este camposanto como otros en el mundo que tienen visibilidad en guías internacionales de turismo como puede ser el cementerio de Montparnasse, en París o el de la Recoleta, en Buenos Aires.