En el siglo XIV Ollantaytambo, un pueblo a menos de 100 km al noroeste del Cuzco, en Perú, alcanzó su lugar en la historia al funcionar como capital temporal para Manco Inca Yupanqui, líder de la resistencia contra los conquistadores españoles.
Desde este sitio llegan y parten en tren diariamente cientos de turistas pues es la conexión por esta vía con Machu Picchu, otrora ciudad perdida de los Incas, hoy uno de los destinos más visitados del mundo.
El Parque Arqueológico de Ollantaytambo (como aparece registrado en las guías turísticas), uno de los más importantes de su tipo en el Valle Sagrado del imperio incaico, no es solo un lugar de paso. Se trata de un importante complejo integrado por un pueblo prehispánico y una fortaleza de enormes paredes, construidas con piedras monolíticas y donde se alza el Templo del Sol.
La arqueóloga Arminda Gibaja revela que Ollantaytambo no solo constituye un lugar atractivo para el turismo, sino que “es un pueblo ancestral vivo, donde uno no solo puede observar las diversas manifestaciones culturales, sino a las herederas del arte textil con iconografía inca”.
Lo anterior se revela a cada paso, cuando nos internamos en las callecitas rectas y adoquinadas de las 15 manzanas que forman el casco histórico de “La ciudad Inca viviente”, como también se le conoce pues mantiene intacta la configuración urbanística incaica.
Hace muy amena la estancia en Ollantaytambo el paisaje a los alrededores, formado por las laderas montañosas donde sobresalen terrazas de cultivo, un sistema agrícola muy avanzado para la época en que surgió.
Entonces se hace inevitable pernoctar en las cálidas casas de barro y piedra y compartir con sus moradores, que aún conviven de acuerdo a usos y costumbres heredados de sus antepasados quechua.