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Yo le sigo diciendo Oscarito, como llamábamos con cariño allá por 2008 a Oscar Vidal, cuando lo conocí en La Colmenita, la compañía de teatro infantil cubana donde él era profesor de música. En aquel entonces recién se había graduado como instructor de arte y cumplía allí su servicio social. Compartimos mucho en esos años: ensayos, presentaciones, giras por toda Cuba e, incluso, una expedición a la Sierra Maestra, donde juntos subimos el Pico Real del Turquino. De él me quedó grabada una sonrisa siempre amplia y una humildad enorme.

Las vueltas de la vida nos volvieron a cruzar en Argentina, adonde llegó en 2013 para fundar La Colmenita de ese país. Aquí encontró el amor, formó una familia y se instaló. Desde entonces lo he visto recorrer distintos caminos: como actor de anuncios publicitarios, en series de grandes plataformas como Netflix y como cantante de una agrupación de música cubana.
Hace unas semanas, esa misma sonrisa me sorprendió otra vez, ahora en plena calle Corrientes, bajo las marquesinas y las fotos gigantes del teatro Lola Membrives. Allí estaba Osky —su nombre artístico— como parte del elenco de Rocky, el musical, el gran suceso teatral de la Argentina que seguirá en cartel lo que resta de 2025 y luego durante todo 2026.
La obra, dirigida y protagonizada por el actor y productor argentino Nico Vázquez, está basada en Rocky, la película escrita y protagonizada por Sylvester Stallone que sorprendió al mundo en 1977 al ganar el Oscar como Mejor Película. En cuanto supe que mi compatriota estaba en el elenco, no dudé: saqué mi entrada y fui a verlo.

Lo que encontré fue una celebración total: un despliegue de luces, escenografía y actuaciones descomunales. Un espectáculo inmersivo que mantiene al público entre la emoción y el suspiro durante toda la función. En escena, mi amigo encarna a Tony “Duke” Evers, el entrenador de Apollo Creed, el poderoso contrincante de Rocky. Yo, desde la butaca, sentí una alegría inmensa y un orgullo genuino al verlo brillar en una producción de semejante magnitud, en uno de los teatros más importantes de Argentina y de toda América Latina.
Al final, entre saludos, fotos y autógrafos que le pedían los fans argentinos, nos reencontramos. Y, entre abrazos y sonrisas, quedamos en vernos para conversar. De ese encuentro nació esta entrevista: un recorrido por su vida, sus raíces, sus caminos y este presente luminoso.

De los palitos de escoba a la calle Corrientes
“Desde chiquito estuve vinculado a la música porque mi papá tocaba cajones en el ámbito religioso”, recuerda Osky. Aquel niño curioso se quedaba atento a las descargas que su padre hacía con sus amigos en la sala de la casa, empapándose de percusión cubana y ritmos afroyorubas. “Mi viejo me daba dos palitos de escoba con los que yo hacía la clave o seguía los ritmos de la música yoruba”. Sin saberlo, la semilla del artista ya estaba sembrada.
Sin embargo, no todo estaba tan claro en esos años: también le atraía la idea de ser marinero. Hizo las pruebas de “los Camilitos” para ingresar a la Marina, pero, en paralelo, le llegó la convocatoria para la escuela de instructores de arte. “Entre una cosa y otra elegí la de instructores, porque estaba vinculada a la música”, cuenta. Esa decisión terminaría definiendo su destino.
La actuación empezó como un juego, casi sin darse cuenta. Después de ver películas de Bruce Lee o de los Power Rangers salía a la calle imitando a los superhéroes. Era un disfraz lúdico, una intuición. La confirmación llegaría más tarde.
En 2004 se graduó como instructor de arte. Dos años después entró a La Colmenita de Cuba, seleccionado entre los mejores egresados para cumplir allí su servicio social. Esa etapa, que se extendió hasta 2012, la recuerda como una de las más hermosas de su vida: “La Colmenita me abrió las puertas a muchos lugares, a contactos, viajes, amistades. Fue exigente, había que trabajar al 100 %, pero fue gratificante porque me inculcó muchos valores humanos. Uno crecía sí o sí, rodeado de amor”.
Primero llegó como asistente de música de Amauri Malberti, director musical del grupo, pero Tim —fundador y alma de la compañía— le sembró el bichito de la actuación. “Aunque yo entré como profe de música, Tim nos invitaba a todos a experimentar. Ver los ensayos me entusiasmaba. Ahí empecé a despertar ese bichito”.
En 2010, Tim le confió un papel en la obra Bululú y medio, donde interpretaba a Albo, un sirviente cómico y torpe. “Yo no había actuado jamás; venía solo de la música, pero Tim me asesoró mucho. Me preparé y lo disfruté. Ahí me di cuenta: la actuación me puede”.

La carrera actoral tomó forma definitiva en Buenos Aires. Llegó a la ciudad en 2012 con La Colmenita para dar talleres y armar la sede argentina. Luego de realizar ese trabajo durante meses, cuando estaba por volver a Cuba, se enamoró de Claudia, una argentina a la que conoció una noche bailando salsa. Como una canción de amor, juntos formaron una familia y hoy tienen dos hijas, Renata y Antonella. “Claudia y su familia me abrieron las puertas cuando yo no conocía a nadie acá. Hoy llevamos 13 años juntos de pleno amor”.
Al principio, el camino fue arduo. Trabajó de madrugada en un acuario para sostenerse, mientras impartía clases de música a chicos. La adaptación cultural, en cambio, no resultó complicada: compartían idioma y referencias musicales. “Ya en Cuba escuchábamos a Fito, Mercedes Sosa, Charly, Cerati. Y el tango lo había estudiado. Me familiaricé rápido. Además, la comida argentina es exquisita”.

Los primeros pasos en la actuación tampoco fueron sencillos: “No tenía contactos; empecé como extra en publicidades y series”. Hasta que, en 2014, quedó como protagonista en un capítulo de Confesiones de mujeres traficantes, producción de Pol-Ka. Esa fue la puerta grande.
Desde entonces lo convocaron para comerciales de grandes marcas —Coca-Cola, Adidas, Reebok, American Airlines, Burger King— y para series en plataformas internacionales como Netflix o Amazon. Tuvo papeles en Go, vive a tu manera, Monzón, Melody, la chica del metro, Día de gallos, Ringo. Incluso encarnó al boxeador colombiano Rodrigo Valdez. “Lo más difícil era el miedo a los textos y a la cámara. La música te da escenario, pero actuar es otro lenguaje”, confiesa.
Cada paso fue un aprendizaje. “Cada una de esas experiencias me fue encaminando, preparándome y dándome la posibilidad de superarme cada día más”, reflexiona. Los proyectos se le presentaron como retos, pero también como oportunidades de crecimiento.
En ese camino terminó de asumir que su destino estaba ligado a la actuación, siempre acompañado de la música. Codirige Guarapo Funk, un proyecto que combina ritmos cubanos, latinoamericanos y funk. “El guarapo es la esencia de la caña de azúcar, de Cuba. Por eso el nombre. La música y la actuación son hermanas; no puedo desprenderme de ninguna”.
Esa dualidad lo define. Cuando canta, la entrega es total, como si cada concierto fuera el primero o el más importante de su vida. Esa misma intensidad la trasladó luego a la actuación. Hoy, tras casi diez años de carrera profesional, reconoce que el trabajo con los personajes exige otra disciplina: memorizar libretos de cien páginas, construir características, sumar matices. “Aprenderme textos así es un desafío enorme, pero hay que preparar cada rol con tiempo, trabajar sus particularidades y enriquecerlo con detalles”.
Esa dinámica lo mantiene en estado de entrenamiento permanente. Cada personaje no solo lo expone frente al público, sino que también lo prepara para lo que vendrá. “Ese proceso, aunque duro, te entrena y te mantiene listo para las oportunidades que puedan llegar en cualquier momento”.
El ejemplo está ahora mismo en cartel: Rocky, el musical. Convocado por Nico Vázquez y Mariano de María, interpreta a Duke, el entrenador de Apollo Creed. “Vi la película más de cincuenta veces para entender la esencia del personaje. Busqué detalles: los anillos, la manera de vestir, los gestos”.

El resultado está a la vista. El espectáculo se convirtió en la obra más vista y taquillera de Argentina en los últimos meses, con funciones en el mítico teatro Lola Membrives, en plena calle Corrientes. “Es un sueño hecho realidad. Corrientes es como Broadway para Latinoamérica. Estar ahí, en la mejor sala, en la obra más taquillera, con actores de lujo… es algo que disfruto como el aquí y el ahora”.
Para Osky, el reconocimiento más valioso no son los contratos ni los reflectores, sino el aplauso y el orgullo de su familia. “Eso es lo que quiero para mi vida y lo que voy a seguir eligiendo”.
De los palitos de escoba en un barrio de La Habana a la calle Corrientes, el recorrido de Osky parece guiado por una constante: no dejar de crecer, siempre con la sonrisa amplia y sin perder la humildad de aquel muchacho talentoso que conocí un día tras bambalinas en La Colmenita.










