«(…) no vaya a ser que algún cretino diga que uno es contrarrevolucionario».
(“Rock and rollito de Fulanito y Menganito”. Santiago Feliú)
La pregunta que da título a este trabajo la soltaron, como dardo encendido, los hacedores de la revista Crisis, hace unos días, en el lanzamiento del número 51 de esa histórica y resistente publicación argentina de política y cultura.
“Cada época tiene sus propias exigencias y los dilemas nunca se repiten idénticos. Pero cuando se pierde la audacia, solo queda el imperio de la resignación cuya fórmula se resume en cuatro palabras: es lo que hay”, remata el editorial de la publicación y da paso a una serie de trabajos donde, valga siempre la redundancia porque en lo adelante leerá repetidamente la palabra: la audacia es el foco.
Me sentí fuertemente interpelado por todo el contenido de la revista y, en particular, por ese párrafo último del editorial. Ineludiblemente se me hizo trasladable al presente cubano.
¿Qué sería la audacia hoy en Cuba para no resignarnos al “es lo que hay”?
Empezaría por tirar abajo la madeja que como hiedra cubre los problemas propios de la Isla. Para ello habría que sacarse los espejuelos románticos y calzarse los de la mirada crítica y constructiva.
Este número de Crisis cierra con una entrevista a Silvio Rodríguez realizada por Mario Santucho y titulada “No queda más remedio que la audacia”.
En esa conversación, reproducida por OnCuba, el trovador apunta que para él, “la mayor torpeza es no dialogar, pensar que sin el intercambio constructivo se puede crear, sostener y defender una idea”.
Pero son muchos los torpes que, a su vez, ocupan cargos decisores y hacen oídos sordos al diálogo. Practicantes del señalamiento con desdén hacia cualquier disenso. Temen sentarse en el mismo sofá y enfrentarse a diálogos que se salen de la horma oficial.
Y ante tal escenario los funcionarios que no funcionan terminan por botar el sofá, como en el cuento popular. El propio Silvio lo explica en un par de estrofas de su tema “Para no botar el sofá (canción editorial)”:
“(…)
Y, como el conyugue burlado,
una mañana
tiran lo menos complicado
por la ventana.
Qué poco favor a las luces,
qué inútil y amargo disfraz,
mientras lo prohibido seduce
sin tener que usar antifaz.
(…)”
En consonancia recuerdo unas reflexiones de Eduardo Galeano escritas en abril de 2003 a propósito de las sentencias de muerte y posterior ejecución de tres jóvenes cubanos que intentaron secuestrar una lancha para llegar a los Estados Unidos.
“Cuba duele” se llama ese artículo. Ser sincero y audaz le costó al autor de Las venas abiertas de América Latina tiempos grises en que una jauría de burócratas, creyéndose dueños del “revolucionómetro”; lo censuraron y hasta lo tildaron de traidor.
El escritor uruguayo, quien sostuvo y siempre practicó que “el verdadero amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda”, no se le enredó la pluma para condenar los fusilamientos y advertir, desde su mirada constructiva y sincera que eran “noticias tristes que mucho duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía de ese país chiquito y tan capaz de grandeza, pero también creemos que la libertad y la justicia marchan juntas o no marchan.”
También apuntó: “La revolución cubana nació para ser diferente. Sometida a un acoso imperial incesante, sobrevivió como pudo y no como quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y generoso, para seguir estando de pie en un mundo lleno de agachados. Pero en el duro camino que recorrió en tantos años, la revolución ha ido perdiendo el viento de espontaneidad y de frescura que desde el principio la empujó. Lo digo con dolor. Cuba duele.“
Tras ese episodio Eduardo Galeano tardó una década en volver a Cuba. Regresó en enero de 2012 y lo hizo porque la Casa de las Américas, su querida y audaz casa, era quien lo reclamaba.
Fue gratificante y reparador verlo aquella tarde a Galeano en La Habana, leyendo sus escritos inéditos en una sala “Che Guevara” abarrotada de jóvenes y abrazado con hermanos de oficio y de la vida, como los escritores Roberto Fernández Retamar y Eduardo Heras León.
A casi 20 años, “Cuba duele” mantiene una vigencia espeluznante. Volver a leerlo nos interpela en el tiempo presente. Aunque desde entonces no hubo más fusilamientos en Cuba (sin embargo, la pena de muerte bochornosamente sigue estando en el Código Penal), resulta preocupante y doloroso que tras los estallidos sociales del 11 de julio de 2021 el gobierno no encontrara más solución que el escarmiento de sentenciar 128 personas (en su mayoría jóvenes) y dar 1916 años de cárcel en total.
Faltan otras tantas respuestas para situar la audacia en el presente cubano. Más que consignas necesitamos una gran cuota justamente de audacia para cambiar todo lo que deba ser cambiado. Y es urgente.
Una vez escuché de boca de un cubano digno lo inaudito y surreal que resultaba que en un país pequeño y sin recursos como Cuba se pudieran fabricar vacunas para salvaguardarse de una pandemia pero que, en el mismo sentido, ese mismo país no fuera capaz de cosechar algo tan elemental como una papa para alimentar al pueblo.
Entonces, debo reconocer como primeros audaces a mis compatriotas de a pie, los de estas fotos, los que salen a luchar diariamente y sobreviven. Por un lado, al sexagenario y crudo bloqueo estadounidense y, por otro, los bloqueos internos y las falencias de los gobernantes criollos para conducir económicamente el país y dar respuestas legítimas a reclamos sociales y políticos acumulados por décadas.
Audacia, también, sería hacer Patria contra viento y marea, donde estemos, aunque cueste dolor y destierro. “A veces salir de Cuba, lamentablemente, hace más cubanos a los cubanos. Pero eso, lamentablemente, no se hace Patria aquí dentro. Solamente duele”, me escribe desde La Habana una antigua compañera de la facultad con la que hace poco nos reencontramos por medio de la redes sociales y estuvimos intercambiando sobre el éxodo juvenil migratorio cubano, otra de las problemáticas de las que apenas se habla en la prensa oficial.
Ahí es cuando lo que debería ser natural y saludable en Cuba nos parece un hecho audaz: exponer nuestros problemas, por más graves que sean, sin temor. También cuestionar vetustas ideas y formas ya establecidas. Incluso discutir y revisar lo logrado para no aferrar el presente a consignas vacías. En fin… todo un ejercicio audaz.