La palabra amor y frases como “El amor es hermoso y es gratis…” sobrevuelan una y otra vez, escritas entre las esculturas de Getúlio. El artista confiesa que el amor y nada más que el amor es su filosofía de vida.
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Getúlio Damado (1955) nació en Espera Feliz, un rincón de Minas Gerais, en el sureste de Brasil. A los 16 años llegó a Río de Janeiro y se asentó en el barrio de Santo Amaro, en Glória. Pero su corazón lo llevó a Santa Teresa, el barrio bohemio y artístico en el que encontraría su lugar en el mundo.
Mientras trabajaba como barbero, constructor o vendedor de dulces para subsistir, comenzó a recoger objetos desechados en las calles: botellas plásticas, pedazos de madera, retazos de cuero y goma, una silla sin patas, un juguete mutilado. Todo lo que el mundo despreciaba, él lo rescataba para alimentar una pasión: crear esculturas.
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Entre los vaivenes de la economía y la responsabilidad de criar solo a tres hijos, un día decidió invertir sus ahorros en la construcción de un kiosco para vender golosinas, bebidas refrescantes, periódicos y revistas. Por supuesto, algún lugar de Santa Teresa sería el sitio indicado.
No solo abrió el local, sino que lo diseñó con la forma de un bondinho, el emblemático tranvía que une el centro de Río de Janeiro con el barrio. Poco a poco, las esculturas coparon el kiosco y fue rebautizado como Atelier Chamego Bonzolândia.
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Hasta ese refugio artístico al aire libre y cobijado por árboles frondosos en una de las curvas de la empinada Rua Leopoldo Fróes llegué mientras paseaba en el bondinho.
Me bajé en una parada cercana y Getúlio me vio acercarme, cámara en mano. Me saludó sin dejar de moldear una pieza en la que trabajaba. Sin palabras, entendí que estaba invitado a explorar su mundo.
Sus obras de arte vibran con los colores tropicales de la vegetación que rodea el barrio. Verdes, rojos, amarillos. Hay flores, animales, autos, familias enteras construidas con tapas de botellas a modo de sombrero, tuercas como ojos, clavos oxidados como sonrisas y brazos de madera gastada. En cada pieza hay un alma, una historia, una mirada que ha resignificado lo que otros han desechado.
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Las creaciones de Getúlio también reflejan los contrastes de Santa Teresa, donde antiguas mansiones conviven con las casas coloridas de las favelas.
Dicen que casi todos los niños del barrio tienen algún muñeco suyo, hecho con materiales reciclados, y que en restaurantes y tiendas de la zona se exhiben sus miniaturas del bondinho.
“A las cosas que son feas, ponles un poco de amor, y verás que la tristeza va cambiando de color”, cantaba Teresita Fernández en “Lo feo”, la canción más linda del mundo. Sus versos parecen hechos a la medida de Getúlio, un alquimista moderno, un ser extraordinario capaz de transformar en arte lo roto, lo olvidado. Rescata aquello a lo que el mundo le da la espalda y le otorga una nueva vida, más bella, más expresiva.