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Esta crónica de imágenes es más que una simple travesía por carretera. Es el relato fugaz de unas horas y poco más de 200 kilómetros recorridos en auto entre dos ciudades colombianas: Cartagena de Indias y Santa Marta. Un trayecto que, como canta Polo Montañez, me recuerda a esa Colombia “linda y buena”, pero que, en mi caso, fue más bien una travesía en dirección contraria a la canción (“Bogotá, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, ¡juega!”), del mar hacia las montañas, del Caribe hacia el sur.
Son apenas 4 horas en carretera, pero en ese lapso las imágenes se suceden sin pausa: las casas, los camiones, la gente, el paisaje y la vida en general parecían moverse a una velocidad que solo el obturador de la cámara podía capturar.
Foto tras foto, fui dibujando un mapa visual del viaje, para que cada instantánea me ayudara a componer una carta de navegación en medio del bullicio y la belleza de la región.
El trayecto se extiende paralelo a la costa colombiana, bordeando el mar Caribe, sobre la Troncal del Caribe, también conocida como la Ruta Nacional 90. Esta carretera es mucho más que un simple corredor vial: es un puente entre culturas locales que se cuentan a sí mismas.
Aunque las carreteras están diseñadas para conectar pueblos y ciudades, en este caso, la ruta lleva la huella de algo intangible y poderoso, como un libro sagrado. Y aquí, en el corazón mismo de la región, se encuentra Aracataca, el pueblo que vio nacer a Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura (1982). Un pueblo pequeño, al sur de Santa Marta.

En estos caminos “realismo mágico” no es un concepto literario sino una experiencia palpable. La carretera, como el estilo narrativo del autor, cobra vida en medio de un paisaje que parece escapar de los límites de lo posible.
Al recorrer esos kilómetros, nos sumergimos en un universo en el que la magia se entrelaza con la realidad cotidiana. Los colores vibrantes de las casas, el mar que se funde con el cielo, el ajetreo de la gente que habita estos pueblos: los cuentos de un libro garciamarquiano vividos a plena luz del día.
El Gabo dijo una vez que solo era “el notario de la realidad”. Y esa frase era el leitmotiv de las fotos que iba tomando desde mi ventanilla a lo largo de este camino. Fueron solo 4 horas, pero el tiempo parece haberse suspendido en algún rincón de esta región, en estas imágenes donde las historias y las memorias se entrelazan con la misma fuerza que las aguas del mar.