Cuando vi la portada del disco DeBÍ TiRAR MáS FOToS, de Bad Bunny, donde dos sillas plásticas blancas ocupan el centro de la escena, recordé uno de mis dibujos animados preferidos de la infancia: La silla, de Juan Padrón. El corto hace un simpático recorrido desde el origen de ese mueble, pasando por sus distintos estilos y usos a lo largo de siglos, hasta llegar a “la silla más importante del mundo”: el pupitre escolar.
Fue solo lo más temprana de las referencias culturales cubanas a las que me trasladó. Otra fue, naturalmente, la famosa silla de Lam, y recordé la célebre “Historia de las sillas“, de Silvio Rodríguez; aunque estas no las merodeara la rapiña. La portada del álbum del boricua, una imagen de dos sillas sobre el fondo verde de un platanal, grita muchas cosas. Sugiere ausencia, historias de amor y migración, temas que, dentro del disco, encontraremos a ritmo de salsa, plena, reguetón y otros sonidos caribeños.
Rompiendo esquemas y como para que no dejemos escapar ningún detalle de la instantánea, la portada no tiene texto alguno. Ni el nombre del álbum ni el del artista. Es una foto limpia y sencilla en la que adentrarnos, en la que sentarnos.
El disco fue lanzado el 5 de enero. Yo viajaba por la costa caribeña de Colombia. Y ahí comencé a ver, como una revelación, sillas y sillones como los de mi abuelo y como los de la portada del álbum. Siempre a la intemperie, como parte protagónica de una escenografía cotidiana y abierta.
Bien podría ser la imagen de cualquiera de nuestros patios caribeños. Estas sillas plásticas y una verde vegetación nos definen. Los remiendos de una soga como sutura en el plástico, la silla magullada, con tres patas, son testigos de los tantos cuerpos que ahí se han sentado a descansar, a conversar, a ver pasar el tiempo.
Decimos “sillas vacías”; pero en realidad son resguardos de la memoria, de conversaciones a través de los años que no desaparecen del todo. Son testigos de lo que fue y de lo que sigue siendo un lugar y su gente.
En mi periplo por parajes colombianos, inspirado por esta portada tan sugerente, sí tiré todas las fotos que debí tirar, a esas sillas que iba encontrando y que parecen tan intrascendentes.
Encontré lo real maravilloso carpenteriano en estas escenas profundamente caribeñas. El Caribe, un lugar donde lo “real maravilloso” se encuentra en cada rincón y en cada momento. Así lo expuso el escritor cubano en el prólogo de El reino de este mundo:
Lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado límite”. Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe.
Conservo entre mis recuerdos mentales la imagen de otra silla. Era aquella donde se sentaba mi abuelo Bartolomé, en el portal de la casita de Caletones, ese caserío de pescadores en algún punto de la costa norte de Holguín que tan presente está en mi historia familiar. Lo evoco y puedo describir todo aquel ambiente: el mar a unos metros, la brisa, el jardín y hasta el resto de la casa en la que fui tan feliz durante veranos y veranos.
Ahí, recostada a una pared, aquella silla vetusta y remendada. A ese trono de madera envejecida y tornillos oxidados, que aguantó el paso implacable del tiempo, las inundaciones y hasta más de un ciclón, debí haberle tomado una foto.
En este homenaje fotográfico a la silla encontré un espejo de mi historia y la de otros. El tiempo transforma todo, pero hay cosas que persisten más allá de su desgaste: en la memoria y en fotos que, incluso, nunca llegamos a tirar.